Por Pablo Corso. Ya es una verdad trillada de la vida cultural: la omnipresencia de formatos digitales y redes sociales hizo estallar el modelo tradicional de creación de contenido, con saña particular sobre el periodismo y los periodistas. La postal del lector dispuesto a manchar sus dedos de tinta para dedicar horas a entender lo que pasa en el mundo pertenece al reino del pasado. Ahora tenemos usuarios ansiosos, siempre conectados pero siempre dispersos, chocando con titulares que mendigan segundos de su atención.
Mientras los medios grandes, medianos y chicos se desesperan por evitar la implosión, es momento de repensar estructuras. Entre la exposición voluntaria y la modestia generalizada, el newsletter se presenta como una propuesta amigable para desplegar mundos íntimos.
La fuerza centrífuga parte de Substack, que permite bocetar, editar y enviar newsletters por suscripción. Los autores eligen dar un servicio pago o gratuito, con tarifas que parten de los cinco dólares mensuales, y la plataforma se queda con el 10%. Por ahora funciona: más de 250 mil personas pagan por los envíos. Los hay dedicados al diseño, a la brujería, al horneado de pan, a los inmigrantes, a Bob Dylan.
El Diario de la Procrastinación, del periodista Diego Geddes,es un compendio semanal de apuntes personales de resonancia universal; reflexiones sobre la vida, el trabajo y el arte; sensaciones dispersas que van hilándose en un devenir anárquico, que siempre termina haciendo sentido.
“El formato me gusta mucho, da una cercanía impresionante”, celebra. “Pero requiere constancia. Arrancarlo es fácil, seguirlo es más difícil. Sobreviven los que tienen voluntad”. Decidió mudarse de Mailchimp (un sistema pago de envíos de mails) a Substack por una mezcla de factores: algo de cansancio, la búsqueda de cierta renovación temática y estética. El sitio era intuitivo y fácil de manejar. Además, los posteos iban quedando alojados a medida que se publicaban; los nuevos suscriptores podían acceder con facilidad a las ediciones anteriores.
La escritura en Substack tiene ciertas reminiscencias a la blogósfera, esa primera explosión de la literatura digital libre. Los autores son periodistas, expertos, novelistas, aficionados y profesionales en busca de potenciar sus marcas personales, según esta disección publicada en The New Yorker. Hay una novedad relevante: la plataforma suele reclutar a escritores de alto perfil, un grupo selecto al que ofrece seguro de salud, ayuda en el diseño y dinero para colaboradores. En algunos casos también paga adelantos de seis dígitos en dólares. Todo eso en un país que, sólo el año pasado, perdió 16 mil empleos en redacciones.
Substack al rescate
¿La plataforma será un salvavidas para el periodismo? Algo así sugería su lanzamiento en 2017:
Los grandes tótems periodísticos del siglo pasado están muriendo. Las organizaciones de noticias -y otras entidades que se disfrazan de eso- están tomando medidas cada vez más desesperadas para sobrevivir. Así, tenemos granjas de contenidos, clickbait, listículos[combinación de “listas” y “artículos”], debates vanos e inútiles sobre ilusiones ópticas y una epidemia de fake news. Tan dañino como eso es que, a los ojos de los consumidores, el contenido periodístico ha perdido mucho de su valor percibido -especialmente cuando se lo mide en dólares. Es fácil desanimarse ante estos nefastos, pero en cada crisis hay oportunidad. Creemos que el contenido periodístico tiene un valor intrínseco, que no debería regalarse. Creemos que lo que leés importa. Y creemos que nunca hubo un tiempo mejor para apoyar y proteger esos ideales.
Substack se veía como una alternativa a Facebook, Twitter e Instagram. “Estábamos hartos de los efectos de una dieta basada en las redes”, contó el co-fundador Hamish McKenzie. Por algo su slogan es “Recuperá tu mente”.
Aunque algunos autores están haciendo mucho dinero con sus envíos, la mayoría ve a sus ingresos más como propinas que como salarios. “Es la democracia del auto-empoderamiento neoliberal”, critica Lisa Gitelman, historiadora de medios en la Universidad de Nueva York. “El mensaje a los usuarios es que te podés empoderar creando”. La advertencia resuena en el debate sobre la meritocracia: no todos partimos de las mismas condiciones para alcanzar las mismas conquistas.
“Todo el tiempo subyace la idea de si los periodistas podemos monetizar nuestro newsletter”, reconoce Diego. “Hay un par de ejemplos exitosos (Cómo funcionan las cosas, de Valentín Muro; Observando, de Axel Marazzi), pero de ahí a pensar que puede haber 200 newsletteros viviendo de esto, hay un abismo absoluto”. Aunque al principio le daba pudor, hace un par de meses habilitó el link a Cafecito, una plataforma de crowdfunding para creadores de contenidos, con micropagos de $100.
Quizá ese pudor sea una rémora del pasado. “En algún momento descargábamos la música de modo ilegal, y de repente empezamos a pagar Spotify o Apple Music, y está todo bien”, razona. “No sé si en algún momento se va a pagar directamente por periodistas, pero sí es una oportunidad para valorizarnos. Estoy pensando en ofrecer algún contenido extra. El camino es por ahí: reforzar la comunidad. Eso lleva muchos meses: ir armando la base, escuchando a los suscriptores, darte cuenta -aunque sea intuitivamente- de qué es lo que les gusta”.
Plataformas al acecho
¿Es deseable un mundo donde los periodistas vuelquen su oficio al newsletter? La prensa robusta es esencial para una democracia sana. Un viraje cultural hacia el individualismo periodístico quizá no sea socialmente deseable, advierte The New Yorker. “Hacer responsables de sus actos a las personas e instituciones poderosas es caro y laborioso”, recuerda. “En muchas organizaciones de noticias, cualquier artículo es el resultado de una colaboración entre autores, editores, fact checkers y productores”. Nada que pueda resolverse en un par de mails.
El interés -o no- de las audiencias por salvar al periodismo tal como lo conocemos es otra cuestión. ¿Cómo es posible que la gente pague por Netflix, Disney+ o Spotify pero no por el periodismo?, se pregunta la analista de medios Heather Bryant. Porque las plataformas tienen una propuesta de valor completamente distinta, se responde. Cuando alguien se suscribe a Netflix, sabe exactamente qué va a recibir. Es fácil registrarse, pagar, generar perfiles y compartirlos con la familia. Suscribirse a un medio se parece más a un acto de fe. Y es más difícil. Necesitamos recordar sus coberturas anteriores, conocer a las firmas confiables, saber quiénes son sus dueños.
Bryant hace una propuesta directa: si queremos que el periodismo sea comparable a otras formas mediáticas, y en consecuencia pagado como tal, debe proveer la calidad de experiencia y la confiabilidad de esas plataformas. Los servicios de streaming ofrecen selecciones vastas de contenido nuevo y clásico, interfaces intuitivas y sencillas, propuestas atractivas para cada integrante de la familia.
En principio, Diego está de acuerdo: un neswletter debería ofrecer todo eso. “Hay que pensarlo como un producto que tenga alguna de estas cosas y que vaya generando una comunidad, ya sea por el estilo, por la temática o por una mezcla”, propone. “Aunque por ahora no te pague las expensas, es una oportunidad muy buena para valorizar nuestra firma y apuntar a un nicho específico. Cuando cambien algunas cosas, vamos a estar más preparados”.
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