Por Pablo Corso. Instagram es la envidia; Netflix, la pereza; Tinder, la lujuria. La asociación entre pecados capitales -quintaesencia de la naturaleza humana- y redes sociales -destilado de nuestros vicios- sigue maridando bien. “El comportamiento humano nunca cambia realmente”, plantea Rex Woodbury, socio del fondo de capital de riesgo Index Ventures. “Cada generación trae nuevas ideas y puntos de vista sobre el mundo, pero fundamentalmente somos los mismos, moldeados por millones de años de evolución: todos nos enojamos, todos nos ponemos celosos, todos necesitamos sentirnos respetados”.
Atento a las rupturas que explotan esas continuidades, el empresario explica en su newsletter Digital Native qué ofrecen las nuevas plataformas “pecadoras” en los cruces siempre intensos entre cultura y tecnología.
1. Strava, el orgullo Con 830 millones usuarios registrados, LinkedIn todavía tiene argumentos para reclamar el trono. El punto de encuentro de talentos y reclutadores es la versión moderna de un curriculum público, tamizado por el poder de la conectividad algorítmica. Pero los críticos recuerdan su tendencia a la egolatría y a los anuncios vacuos. La aplicación Strava podría capitalizar el orgullo de una manera más sana y efectiva, al permitirnos presumir de cuánto pedaleamos o cuán lejos corremos. Su diseño propicia una mezcla de responsabilidad y engagement –incluso para ponerse creativos a la hora de diseñar los trayectos– que logra apalancar el orgullo de manera saludable.
2. Rollic, la pereza Si bien Netflix supo construir una aliarse imbatible con la pereza, el sector que mejor la capitalizó este año fue el gaming, una industria más grande que la cinematográfica y la televisiva juntas. La premisa del metaverso no podría fomentarla más: nuestro cuerpo embutido en el sillón mientras la mente viaja por mundos infinitos. En esa senda se mueve Rollic, un estudio de videojuegos tan triviales como Fill the Fridge (hay que llenar una heladera) o Acrylic Nails (hay que pintarse las uñas). A juzgar por las cifras, la simpleza paga. Los juegos híper triviales se descargaron 15,6 billones de veces el año pasado, el doble que en 2019.
3. Decentraland, la envidia El modelo de Instagram empieza a enfrentar sus primeras críticas potentes, como la epidemia de ansiedad y autoestimas heridas que genera un mundo demasiado bello para ser real. El péndulo se está moviendo hacia la envidia que se nutre del FOMO (fear of missing out o “miedo a quedarse afuera”), con el furor por los NFTs como exponente más obvio. Los compradores de bienes digitales costosos no se conforman con tenerlos; necesitan mostrarlos. Ahí aparece Decentraland, que permite adquirir terrenos virtuales para, por ejemplo, montar una galería de arte como la que armó Sotheby’s. Es tanto el furor (o la locura lisa y llana), que alguien llegó a pagar USD 450 mil para ser el vecino del rapero Snoop Dogg en el entorno The Sandbox.
4. OpenSea, la codicia Hace una década, apps de inversión como Coinbase habilitaron la compraventa de criptomonedas, un negocio que generó una nueva camada de millonarios. El 48% de los estadounidenses habían invertido en cripto en 2021, con la mayoría de ellos reconociendo que lo hacían para ganar dinero. Aunque el derrumbe de varias monedas virtuales frenó el impulso, hay una nueva economía donde todo es pasible de recibir inversiones: personas, arte digital, figuritas difíciles. Con la propuesta de apoyar a un artista o una comunidad incipientes para después ser parte de sus ganancias, emprendimientos como OpenSea mantienen el grifo de la codicia abierto. ¿Quién puede culpar a los apostadores, cuando los medios no paran de publicar historias sobre gente común que se vuelve millonaria de la noche a la mañana?
5. Snackpass, la gula Plataformas como DoorDash, o nuestras más conocidas Rappi y Pedidos Ya, se adueñaron y agilizaron -en el mejor de los casos- los servicios de delivery, sobre todo en pandemia. Pero el reparto representa apenas el 10% del negocio, con el 90% restante en manos del takeout. Atenta a esa tajada, Snackpass permite ordenar con anticipación y retirar en cualquier restaurant, con el agregado de la gamificación de la experiencia: se pueden ganar puntos de recompensa, regalar productos a los amigos o mandarle algo a tu pareja. El futuro de la industria gastronómica es, al mismo tiempo, más social y menos friccionado.
6. OnlyFans, la lujuria Si Tinder es el ejemplo canónico de la lujuria en las apps de citas, OnlyFans llevó al contenido erótico una de las tendencias definitorias del consumo del nuevo siglo: la eliminación de los intermediarios. También motorizada por el aislamiento de un mundo cada vez menos táctil, la plataforma explotó gracias a su propuesta de creadoras y creadoras transmitiendo directamente a sus suscriptores. “Hoy más que nunca las personas necesitan intimidad y conexiones”, apunta la empresaria del rubro Lucy Mort. “El capitalismo está subiendo lentamente por la Pirámide de Maslow, y hemos llegado al peldaño del Amor y la Pertenencia con las apps de citas, las comunidades pagas y los servicios de suscripción de fans”.
7. DoNotPay, la ira La ira goza de buena salud. Con sus 280 caracteres para tipear opiniones vociferantes que se replican en burbujas o se destruyen en debates inconducentes, Twitter no está solo. En Estados Unidos florecen plataformas donde los usuarios de derecha campan a sus anchas (Parler, Gab) y otros nodos de críticas impulsadas por el enojo o la sed de venganza, como Yelp. Los últimos en aprovecharlo son los cerebros de DoNotPay, que ofrece, a la distancia de un click, un “abogado robot” que demanda a todo el que nos hace enojar: agentes de tránsito, estafadores, aseguradoras. En su promesa por “luchar contra la burocracia de las corporaciones”, construyó un negocio sorprendentemente poderoso.
Bonus tracks
Los teólogos suelen reconocer otros dos pecados. Para la vanidad, el mejor ejemplo es Facetune, la aplicación que democratizó el acceso al retoque fotográfico de estética profesional. Con 20 millones de descargas y medio millón de usuarios pagos en 2018, su éxito se construyó “sobre nuestro deseo natural de lucir bien, alimentado por nuestra cultura obsesionada por la imagen”, advierte Woodbury.
La novena transgresión está representada por una palabra olvidada, acedía, que podría resumirse en cierta apatía que se vislumbra en la Generación Z y se vuelve satírica en movimientos como Birds Aren’t Real, la falsa teoría conspirativa que postula que el gobierno estadounidense eliminó a los pájaros para reemplazarlos por drones espías. Como no deja de verificarse a diario, las redes también son el lugar donde esos clase de delirios se toman bien en serio. Un verdadero pecado.