20-04-21 Por Pablo Corso. Es apenas más extensa que una nota al pie, pero la explicación de Aníbal Ford (Buenos Aires, 1934) sobre la serendipia sigue teniendo la misma potencia esclarecedora 27 años después de aparecer en el clásico Navegaciones (Comunicación, cultura y crisis). El relato que inspiró la idea de “serendipia”, recuerda el investigador fallecido en 2009, se publicó por primera vez en Venecia a mediados del siglo XVI.
Para cosechar sabiduría y por orden de su padre, los hijos del rey Serendipo salen a “rodar tierra”. En una de aquellas jornadas por el desierto, y después de probarse hábiles para los imprevistos, descubren un camello robado apelando a los recursos heterodoxos de los rastreadores: como se alimentaba de pasto malo, el animal era tuerto; como orinaba hacia adelante, era hembra. Aquellas habilidades asombraron a los nativos, que empezaron a correr la voz, hasta que un par de generaciones después el conde Horace Walpole alumbró el concepto de serendipia como “sagacidad accidental”.
La idea se desarrollaría más tarde “en relación con la casualidad en los descubrimientos científicos y obviamente con la capacidad de aquellos que se detienen en los desvíos de la rutina”, escribe Ford. Algunos ejemplos de alto impacto: la penicilina, el velcro, el horno microondas, los rayos X, el plástico. Hoy la fuerza del azar cobra una relevancia renovada. Encerrados en casa por culpa de una enfermedad que nos cambió para siempre, comprobamos que la sagacidad accidental es un deseo esquivo. Los algoritmos se plantan de frente y lejos de cualquier sorpresa, acomodándose a nuestras ideas y prejuicios. Como funcionan casi siempre, se presumen imbatibles. Pero algunos empiezan a desafiarlos, decididos a vender cara su derrota.
La música del azar
La rebelión silenciosa asoma en entornos artísticos y mediáticos, con entusiastas convencidos de que el azar juega un rol clave para enriquecer nuestras vidas, acciones y pensamientos. Contra la cámara de eco y a favor de lo inesperado, la app Stack Radio busca visibilizar el vasto mundo de los artistas y las canciones desconocidas, lejos del lobby de los sellos y el poder de las playlists. Una libertad que consigue -paradójicamente- priorizando el gusto de un grupo selecto de musicólogos que se autoperciben eruditos por sobre las elecciones de la mayoría de los oyentes de las plataformas más usadas. Descubrir una canción, o redescubrir la que habíamos olvidado, es un valor que la industria aún no logra capturar. “Todavía creo que los humanos pueden hacerlo mejor que los algoritmos”, dice el cofundador Max Wigram.
En la misma línea y nacido hace ocho años, el sitio Radioooooo también confía en la mano y el oído de DJs y melómanos, que decidieron poner su colección de rarezas discográficas en línea. Los pares compartir/descubrir y curiosidad/placer motorizan este proyecto colaborativo creciente, que permite seleccionar tracks por década de edición y darle play a la música del azar, clasificada en tres modos básicos: lenta, rápida… y extraña.
Aún más extravagante y serendípico, el Trade Journal Cooperative es un servicio de suscripción que cada tres meses envía al lector una publicación de nicho distinta, desde Professional Pasta hasta Plumber Magazine (Revista de Plomería), pasando por American Funeral Director, para los profesionales del ramo. Tim Hwang, responsable del equipo de curadores, lo describe como un lugar ideal para amantes de las industrias ignoradas, aquellos que buscan encontrar una nueva idea de negocios o simples lectores casuales. Cada entrega llega con un newsletter del comité editorial con “comentarios, análisis históricos y exquisiteces amenas”.
Más allá del aporte de esas ayudas externas, dar un salto de fe hacia lo desconocido puede -y acaso debe- desarrollarse como una habilidad consciente. “Necesitás un marco mental que te permita pensar que esa clase de eventos puede suceder”, explica el estadounidense Neil Farber, autor de Serendipia: utilizando los eventos diarios inesperados para mejorar tu vida y tu carrera. La idea de que “si te gustó A, probablemente te gustará B” obtura aquellas posibilidades. El mismo principio funciona para las redes sociales, que suelen proponer que nos hagamos amigos o seguidores sólo de nuestros amigos o seguidores.
Salir de la monotonía
Uno de los daños colaterales de recostarse en lo conocido es el paisaje de falsa diversidad que algunos dieron en llamar “monocultura”. Así lo planteó Natalia Zuazo (autora de Los dueños de internet): “Netflix es como la televisión de la década del 60: todos mirando lo mismo y al mismo tiempo (…) Hoy, un puñado de empresas concentran los consumos de más de la mitad del mundo, y también de su subjetividad”. Lo lograron con algoritmos, “las fórmulas que crean para que vayamos siempre a elegirlas (…) hechas por otros humanos, que estudiaron cómo pensamos”. Los consumos se vuelven más homogéneos, en un fenómeno que se retroalimenta: las plataformas que antes se caracterizaban por dar vía libre a programas que corrían riesgos artísticos hoy bajan línea con manuales estandarizados que incluyen, por ejemplo, la exigencia de concebir a la temporada de una serie como una película de 10 horas.
La pandemia no mejoró las cosas. En una de sus últimas editoriales, The Bookseller (especializada en la industria editorial británica) criticó la manera en que el aislamiento aleja a los lectores de las librerías reales, y con ello, de las ventajas de los encuentros azarosos. La publicación plantea que como la serendipia puede estimularse, algunos entornos son especialmente aptos para toparse con ideas que no hubieran aparecido de otro modo. Los estímulos pueden reforzarse, sobre todo cuando alguien propicia nuestra predisposición a la apertura. Y alentar a una reflexión sobre ellos puede habilitar conexiones entre intereses conocidos y asuntos que quedaban fuera del radar.
“El santo grial del descubrimiento no es la búsqueda y el rescate de artículos que el buscador ya conoce, sino la serendipia”, insiste The Bookseller. Cuando el aislamiento -externo e interno- finalmente ceda, el encuentro con lo nuevo y lo sorprendente debería ser, otra vez, una realidad de la vida cotidiana. La misma que disfrutaron y construyeron los hijos del rey Serendipo el día que dejaron su palacio.