Por Pablo Corso para RP. Como Fiódor Dostoyevski, Pável Dúrov nació en San Petersburgo y soñó con vivir en el mundo de las letras. Estudiante de Lingüística, su vida dio un giro a los 22 años. Como Mark Zuckerberg, fundó una red social pensada para estudiantes, que con los años se convertiría en un medio de socialización masivo. Con casi 500 millones de usuarios, VKontakte (VK) es hoy el sitio más popular de Rusia, Ucrania y Bielorrusia. Pero ahí terminan los paralelismos.
Tan lejos del drama profundo de Crimen y castigo como del perfil robótico del creador de Facebook, Dúrov construyó su figura pública a base de fiestas, trajes negros y berretines de niño rico. “En 2012, en tiempo de vacas gordas, se dedicó a hacer aviones con billetes de 5.000 rublos (155 dólares en aquel momento) y a lanzarlos, junto a otros ejecutivos de Vkontakte, por la ventana de sus oficinas. Debajo hubo peleas por hacerse con el dinero”, recuerda El País.
Su vida y su obra no pasaron desapercibidos a Vladimir Putin, molesto porque VK se negaba a bajar perfiles de políticos opositores. Cuando los servicios de seguridad empezaron a visitarlo en casa, Dúrov decidió dejar Rusia. Nunca regresó. Ahora ciudadano de las islas caribeñas de San Cristóbal y Nieves, lleva una vida nómade junto a un clan de programadores fieles. Pero el Kremlin no se rinde. Después de que VK se negara a liberar información sobre los activistas ucranianos de la plataforma, el estado avanzó hasta tomar el control mayoritario. A la espera de una venganza fría, Dúrov dejó ir a la criatura que lo hizo quien era.
La revancha de Pável
Le quedaba un as en la manga. Durante una de aquellas visitas indeseadas de los servicios, había ideado una red de mensajería para comunicarse de manera segura con su hermano Nikolái. La llamó Telegram, y con la lección aprendida, diseñó un esquema de protección con un entramado de compañías dispersas por el mundo y sede en Dubai. Entonces volvió a ser profeta en su tierra, donde la plataforma se convirtió en la herramienta preferida de los medios independientes.
Sin embargo, Putin volvió a la carga. Esta vez exigió que Telegram cediera las claves de cifrado de sus usuarios, lo que habría permitido el acceso irrestricto a las conversaciones. Dúrov volvió a negarse y la aplicación fue bloqueada, aunque siguió funcionando desde otros servidores. Por una vez, el estado se rindió: levantó la medida y cerró el caso que había abierto bajo el argumento de que Telegram facilitaba la comunicación a terroristas.
Gracias a Zuckerberg, Dúrov disfruta este año de su segunda venganza. El disparador fue el anuncio de que los usuarios no europeos de WhatsApp deberían compartir su información con Facebook, la empresa matriz, antes del 8 de febrero. Fue otra alerta amarilla sobre los riesgos de uso de la app de mensajería instalada en 2.000 millones de teléfonos. Un repaso rápido sobre los términos y condiciones confirma lo que todos sospechamos. La compañía puede usar y comercializar nuestro nombre, número de teléfono, contactos, dirección IP y actualizaciones de estado. Básicamente todo, menos “el contenido de los mensajes, que permanecen encriptados”, asegura.
Mientras tanto, Dúrov observa extasiado. Con la protección de datos como estandarte, Telegram anunció este 12 de enero la llegada de 25 millones de usuarios en apenas 72 horas. Había superado los 500 millones. Desde WhatsApp siguieron el asunto con preocupación. Tanta, que a los tres días lanzó un comunicado que prometía “una serie de medidas para aclarar la desinformación con respecto a la forma en que funcionan la privacidad y la seguridad” de la plataforma. Las medidas se postergaban hasta el 15 de mayo.
Las nueve claves de Telegram
El debutante en Telegram tiene motivos para sentirse seducido. Las pantallas de bienvenida pintan un mundo feliz, en contraste con las amenazas que representa el gigante de la F blanca. Los mensajes iniciales la promociona como “la más rápida del mundo”, “gratis para siempre”, “sin publicidad” y -un asunto ultrasensible cuando hablamos de Rusia- “a salvo del ataque de hackers”.
A continuación, otros argumentos para unirse a las minorías disconformes.
– Transparencia. Telegram es una aplicación de código abierto: cualquiera con conocimientos básicos de programación puede conocer, modificar y mejorar su diseño.
– Agilidad. Mientras que en WhatsApp no se pueden compartir archivos de más de 100 MB, la plataforma sube el límite a 1,5 GB.
– Organización. Gracias a la opción “Pin to top”, Telegram permite fijar las conversaciones importantes -no sólo las más recientes- en la parte superior.
– Integración. Uno de los sellos del diseño de Dúrov: sus bots permiten tuitear, usar Gmail, buscar videos en YouTube, recibir canciones (aunque con un comportamiento algo errático) y suscribirse a notificaciones de nuevos episodios de series, siempre desde la app.
– Multimedia. Además de los mensajes de voz, se incluyen notas de video.
– Edición. Para enmendar errores (o facilitar arrepentimientos), Telegram permite editar mensajes enviados o eliminarlos sin dejar rastros durante un tiempo.
– Practicidad. El usuario puede mandarse mensajes y archivos a sí mismo, gracias a la opción “Mensajes guardados”. (WhatsApp lo permite mediante un atajo: la creación de un grupo y la posterior eliminación de todos los usuarios, menos uno).
– Personalización. Contra el diseño estandarizado de su rival, la app rusa habilita cambios de variedad y colores en los chats.
– Masividad. Un argumento irrefutable para los amantes de los chats. Telegram permite grupos ilimitados, mientras que el máximo de WhatsApp son 250 miembros. Además hay canales de difusión sobre temas de tecnología, recetas, empresas y política.
Pável Dúrov casi no habla con la prensa. Fiel a sus principios, y a su negocio, prefiere comunicarse por Telegram. Un día después de dar la bienvenida a aquellos 25 millones de fieles, el “Zuckerberg ruso” celebró en su propio canal que su segunda creación se haya convertido en “el refugio más grande para quienes buscan una plataforma de comunicación comprometida con la privacidad y la seguridad. Nos tomamos esta responsabilidad muy en serio. No te defraudaremos”. Si llega a incumplir la promesa, los obsesivos de la privacidad estarán listos para recordársela.