Por Pablo Corso para RP. El confinamiento que atraviesan buena parte de los 7.700 millones de terrícolas -temerosos de engrosar el 0,06% de infectados con COVID-19- está derivando en fenómenos insospechados. El más sorprendente se llama Animal Crossing (AC). Con casi 12 millones de unidades vendidas a marzo de este año, la edición New Horizons del juego de Nintendo es la más popular en Estados Unidos. No hay tiroteos sangrientos, luchas encarnizadas ni carreras despiadadas; apenas una simulación donde los jugadores viven en armonía, hacen amigos y cultivan su jardín, sin barbijos, distancia social ni alcohol en gel. Aunque el objetivo es transformar una isla desierta en un paraíso multicolor, la posibilidad de visitar a los demás en sus hogares digitales lo volvió un asunto de masas. La metáfora es demasiado fácil: cuando el mundo tira para abajo, es mejor no estar atado a nada.
Los videojuegos treparon al status de artículos esenciales para los aislados del mundo. Entre hardware y software, el gasto global alcanzó 1,6 billones de dólares en marzo, la cifra más alta para ese mes desde 2008. Mientras Nintendo Switch -las consolas donde se juega al AC- se venden un 34% más que el año pasado, el gigante de comunicaciones Verizon reportó un 75% de incremento del gaming en sus redes. Entre las razones particulares, la respuesta más evidente es “la colisión fortuita entre un juego relajante, gratificante y satisfactorio y una población mundial estresada y ociosa”, como planteó el sitio especializado en marketing The Drum. “El juego no podría haber salido en mejor momento”, dice James Whatley, socio de la agencia Digitas. “Es una forma horrenda de explicarlo, pero es la verdad”.
Hay historias como la de Denali Winter, que se metió en AC para entretenerse, y se quedó para buscar (y cuando esto termine, conseguir), clientes interesados en sus servicios de peluquera y dominatrix. Mientras tanto, si no riegan las plantas de sus islas, les pega con una red para cazar mariposas. Otros encontraron la plataforma perfecta para una primera cita con un match de Tinder. “Me resultó liberador podernos «sentar» en un banco mientras mirábamos la luna y pescábamos juntos”, confesó a The Guardian la community manager neoyorquina Christine Davitt. “Simplemente, se sentía más real”. En esta dinámica desconcertante pero imparable, el juego ya se usó como escenografía para graduaciones, casamientos y propuestas de matrimonio que el coronavirus había frustrado.
La isla bonita
Animal Crossing también se está construyendo como una forma de expresión a través de la moda, gracias a su posibilidad de cambiar de vestuario mediante códigos QR. Las marcas lo vieron rápido. El 3 de mayo Marc Jacobs posteó en Instagram seis outfits que se podían probar y después comprar online. Dos días antes, Valentino había anunciado otras 20 opciones que provenían de sus colecciones masculina y femenina. La dinámica se fue expandiendo por Instagram, donde las cuentas Animal Crossing Fashion Archive (43 mil seguidores) y Nook Street Market (23 mil) comparten los vestuarios que empresas y personas van generando en todo el mundo.
La facilidad para diseñar ropa con las herramientas internas del juego interesó a otros gigantes. Twitter lanzó un set de remeras básicas, con pajaritos e íconos de retuit, para usar en ese mundo sin haters. Un paso más adelante, la agencia de fotos Getty desarrolló un generador de arte para elegir obras de su colección y exponerlas en las paredes de las moradas virtuales. Y varios pasos más adelante, ya hay usuarios que -sin apuros económicos- contratan diseñadores exclusivamente para AC. ¿“Te está costando enamorarte de tu hogar?”, pregunta la web de la firma británica Olivia´s. “¿Estás perdida sobre qué hacer con esa habitación de más”? A cambio de 40 libras por hora, un asesor personal “visita” tu isla para ayudarte a materializar “el feng shui virtual perfecto”.
“Es un gran lugar para las marcas, porque es donde la gente está encontrando tiempo para escapar de la realidad”, explicó Moshe Isaacian, de la agencia de medios Laundry Service. “Si pueden contribuir en forma orgánica a esas simulaciones pacíficas, tienen todo para ganar”. Por ahora gratuito para las empresas, AC asoma como una tentación grande para promocionar lo que no se está vendiendo en las tiendas. Industrias tan golpeadas como el turismo podrían empezar a recuperar algo de la visibilidad -y rentabilidad- perdidas durante la pandemia.
Entre libertadores y demócratas
En este recreo virtual de la vida real, el furor de AC pugna por expandirse a zonas más resbaladizas. A fines de abril, China ordenó borrar el juego de los sitios de venta online, después de detectar cómo distintos grupos militantes -imposibilitados de salir a las calles- estaban usándolo para reclamar la liberación de Hong Kong. El activista Joshua Wong, por ejemplo, había subvertido la herramienta de creación de patrones para mandarle un mensaje directo al presidente Xi Jinping: “Free Hong Kong, Revolution Now”. Además de divertirse, advirtió, los usuarios “tienen que poner su vida ideal en el juego”.
En Estados Unidos, la demócrata Alexandria Ocasio-Cortez también se metió en la plataforma para confirmar su perfil disruptivo. Nacida en el Bronx hace 30 años, la congresista más joven en la historia de su país decidió entrar al universo AC el 7 de mayo. “Me gustaría visitar al azar las islas de algunas personas”, contó en Twitter. Quizá estaba explorando una nueva forma de apoyar la candidatura de Joe Biden, el hombre que buscará derrotar a Donald Trump en noviembre. Con los DMs abiertos durante apenas cuatro minutos, recibió un aluvión de invitaciones. “Este es el tipo de amor que todos merecemos”, se emocionó. Ningún isleño la contradijo.