Por Pablo Corso. Antes de escribir su último libro, Oliver Burkeman (Liverpool, 1975) hizo un cálculo demoledor: si llegamos a los 80 años, habremos vivido apenas cuatro mil semanas. Cuando internalizamos la cifra y sus implicancias, la obsesión por la tareas pendientes, la bandeja de mails sin leer y la lucha contra las distracciones se vuelven -deberían volverse- asuntos menores. La idea de que algún día podremos con todo, siendo dueños de nuestro tiempo y emocionalmente invencibles, se cristaliza como una utopía.
Con esa constatación en mente, Burkeman se sumergió en el legado de filósofos, psicólogos y maestros espirituales que se resignaron a la pretensión de controlarlo todo, para indagar en los motivos de esa imposibilidad. Así emergió con una guía práctica para una vida disfrutable, con sentido y objetivos alcanzables. La tituló, oportunamente, Cuatro mil semanas – Gestión del tiempo para mortales. El hombre que había ganado una fama modesta con la sección semanal Esta columna cambiará tu vida, en el diario The Guardian, se convirtió en best seller de The New York Times. Su libro compila sabiduría, amabilidad y una postura pragmática frente a la vida.
“La productividad es una trampa”, nos avisa. “Ser más eficiente sólo consigue que vayas más acelerado (…) Nadie en la historia de la humanidad ha logrado jamás «conciliar la vida laboral y familiar», sea lo que sea eso (…) No llegará nunca el día en que lo tendrás todo bajo control”. A veces, simplemente, hay que aceptar las limitaciones objetivas y subjetivas. “Afrontar que tu tiempo es limitado no es fácil -recuerda el autor-, porque quiere decir que no podrás evitar tener que tomar decisiones difíciles y que no tendrás tiempo de hacer todo lo que una vez soñaste que harías”.
Pero admitir la derrota es una buena noticia, como recordar que las cosas no siempre fueron así. “Antes, el tiempo no era más que el medio en el que se desarrollaba la vida, la materia de la que estaba hecha la existencia. Después, al hacer que «tiempo» y «vida» ocuparan espacios separados en la mente de la mayoría de las personas, el tiempo se convirtió en algo que utilizabas”, compara. Entonces llegaron la autoexplotación, la ansiedad y la planificación permanente, pero también las distracciones y la procrastinación.
El río, el tigre y el fuego
El reloj no se para cuando nos adueñamos de la profundidad de las cosas, pero al menos dejamos de oír el tictac. Apoyándose en las ideas de Martin Heidegger, Burkeman propone concebir al tiempo no como algo que se tiene, sino como algo que nos atraviesa. Incluso como algo que somos.
Borges lo dijo así:
El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego.
Afrontarlo es la única manera de vivir una vida plena y auténtica. La idea es que, cuanto más y mejor reconozcamos la realidad de la finitud, mayor sentido y alegría habrá en nuestra existencia. No desaparecerá la ansiedad ni se nos ofrecerá una panacea absoluta; se trata, nada más ni nada menos, que de la técnica más efectiva que conoce el autor.
Tenemos que asumir que no vamos a tener tiempo de hacer todo lo que queremos… ni lo que otros quieren que hagamos. Hay que aprender a saber en qué centrarse y qué pasar por alto. Sólo así podremos tomar el control de las propias decisiones… que finalmente son la propia vida. ¿En qué vamos a insistir y a qué nos vamos a resignar? ¿A quién vamos a satisfacer y a quién vamos a decepcionar? La sugerencia es hacer menos, pero que valga pena. Y cuando avanzamos en una dirección, comprometernos y disfrutarlo.
Es una cuestión de cantidad y de calidad. “Cuanto más te esfuerzas por poder hacerlo todo, más tiempo acabas dedicándole a lo menos importante”, razona Burkeman. Es algo contra intuitivo: ser más eficaz puede, en verdad, volverse contraproducente. Negarse a hacerlo todo nos ayuda a estar más satisfechos con nuestras familias, nuestros trabajos y nuestro tiempo libre. La afirmación se apoya en la estadística y la metafísica. Porque estar vivo es un accidente: como nos enseña la mejor divulgación científica, no existir es infinitamente más probable que existir. “Quizá no es que te hayan dejado sin una cantidad ilimitada de tiempo”, advierte el autor. “Quizá es que es milagroso hasta extremos inconcebibles que se te haya concedido alguna cantidad de tiempo para empezar”.
Cuatro mil semanas incluye consejos prácticos. Dedicar la primera parte del día a los proyectos que consideramos más importantes y que siempre postergamos -¡sorpresa!- por falta de tiempo. Aprender a decirle que no a lo que quizá nos gustaría hacer -no sólo a lo que sabemos que no- para centrarnos en los más estimulantes. Abrazar la resignación de que cualquier cosa que hagamos estará por debajo de los estándares idealizados. Experimentar con intensidad hasta lo incómodo y lo aburrido, para enfrentarnos a la realidad de que, a veces, el malestar es inevitable. Porque hay algo liberador en “comprender que hay ciertas realidades, que tienen que ver con el hecho de que eres un ser humano limitado, de las que nunca vas a librarte. No puedes dictar el curso de los acontecimientos”, nos avisa Burkeman.
La recompensa por aceptarlo es que, algún día, dejará de importarnos. .