Por Pablo Corso. La trinitense Rebecca Booker sabía que era queer -una palabra que los diccionarios traducen como gay u homosexual, pero también como raro o extraño- aún antes de poder ponerlo en palabras. Pero crecer en el Caribe le volvió doblemente difícil explorar el camino que tenía por delante. En su mundo no había íconos a l@s que admirar, militantes a l@s que seguir, ni siquiera información sólida sobre género y sexualidad. Apenas las certeza inconmovible de un interés en las chicas.
Su búsqueda de una década para encontrar esos recursos y desplegar esa identidad derivó en la concreción de una comunidad propia, el Queer Design Club, “un proyecto comunitario independiente para que las personas LGBTQ+ en diseño puedan celebrar sus contribuciones a la cultura visual, compartan su trabajo y se conecten unas con otras”. Lanzado en junio de 2019, durante el Mes del Orgullo Gay, ya cuenta con 500 profesionales y una comunidad en Slack que los duplica.
Desde Buenos Aires, donde vive con su pareja y su caniche toy, Rebecca trabaja como directora de arte en Ghost Note Agency, una agencia creativa de propietarios negros en Nueva York y Los Angeles. Es, también, una de las últimas curadoras del newsletter Strands of Genius, el vórtice de tendencias digitales a cargo de Rosie y Faris Yakob. “Una de las cosas que me resultan curiosas de estar en esta comunidad es que todavía hay tanto que aprender, explorar y entender sobre las experiencias de los demás”, confiesa. “Me divierte poder compartir perspectivas interculturales sobre la identidad queer y cómo impacta en mi vida diaria. Tengo la suerte de poder encontrar una expresión natural de ella a través del diseño, pero con frecuencia me pregunto cómo aparecería si no fuera creativa”.
En busca de la data perdida
Uno de los primeros descubrimientos del club “fue que realmente no teníamos muchos datos sobre nuestra comunidad y la audiencia que queríamos alcanzar. Nos resultó claro que necesitábamos entrevistarlas para aprender más sobre su demografía, intereses y experiencias en la industria del diseño”. Para eso entrevistaron a más de mil personas, analizaron tendencias cruzando ingresos, género y sexualidad, y lo contaron en The Queer Design Count, un estudio que busca llevar la conversación sobre diversidad e inclusión más allá de las categorías aisladas de raza y género binario.
El informe parte de algunos datos duros. El 2017, el 11,7% de los diseñadores en el censo de la asociación internacional AIGA se identificaban como LGBTQ+. Dos años después, la cifra había subido al 15%, contra el 4,5% de los adultos estadounidenses que explicitaban su orientación. A pesar de esa alta representación, las experiencias de los profesionales no siempre resultaban agradables.
Algunas conclusiones del estudio que firman Rebecca y su colega John Hanawalt: el 40% de los diseñadores LGBTQ+ tuvieron que advertir alguna vez sobre decisiones creativas que excluían los puntos de vista queer; al 13% les pidieron trabajar para clientes anti-LGBTQ+; el 22% de los consultados negros ganaban menos de USD 25 mil anuales, en comparación al 15% de los blancos. “Las personas queer de color todavía están sub-representadas en forma significativa, mal pagas y sujetas a más sesgos profesionales que sus colegas blancos”, confirma el reporte. “Los esfuerzos por la diversidad y la inclusión pueden reducir la experiencia de los sesgos anti-LGBTQ+. ¿Pero qué políticas y prácticas con más efectivas? ¿Y qué beneficios son más significativos para esos trabajadores?
Más política, menos hipocresía
Hay muchas preguntas, pero también varias respuestas: la comunidad queer es “increíblemente diversa”, recuerda el estudio. Aunque es un hecho a celebrar, también da cuenta de disparidades marcadas en relación al género (especialmente entre personas trans), la raza y la sexualidad, con aspectos aún pendientes de indagación como la situación inmigratoria y las discapacidades. “Muchas empresas se dicen inclusivas pero en la práctica no lo son”, critica un@ de l@s encuestad@s. “Usan la excusa de que «simplemente no vende» o de que «las minorías no son nuestro target de audiencia», y esperan que a mí me parezca bien”. ¿Cómo resolver una tensión interna tan intensa cuando se trabaja de lo que se quiere pero se siente ese rechazo?
Para hacer que la industria sea más inclusiva, hay que focalizarse en la igualdad, recalca el reporte. La visibilidad es una de las claves: “La señal más clara para que las personas queer sean abierta y auténticamente ellas mismas, y al mismo tiempo puedan volverse exitosas, son las personas queer que ya lo han logrado”. La responsabilidad no sólo recae en los líderes; se necesita cambiar las políticas de contratación y crear espacios seguros para personas de todas las orientaciones. Las organizaciones que esperan tenerlas en su equipo -y generar una conversación al respecto- antes de mostrar apoyo abierto a la comunidad queer podrían estar dando motivos a los que aún no salieron del closet para que sigan adentro.
Los programas de diversidad e inclusión, por su parte, deberían prohibir los sesgos anti-LGBTQ+, incluir un protocolo de manejo a esas brechas y seguir códigos de conducta ante situaciones previstas e imprevistas. “Esto significa ofrecer beneficios inclusivos para las personas LGBTQ+”, explica el informe. “¿Los convivientes del mismo género pueden unirse a los planes de salud de los empleados? ¿Cubren esos planes los extensos servicios que podrían necesitar l@s emplead@s trans?” Por fortuna, en Argentina ya hay algunas respuestas positivas a esas preguntas urgentes. En un mundo que sigue siendo injusto, lo queer tiene brillo propio, pero ya no es tan raro ni extraño.