Por Pablo Corso para RP. El mensaje parecía intrascendente. Lo había escrito otro genio de Silicon Valley, otra tarde de 2006, en otra de las redes que buscaban dominar el mundo. “Just setting up my twttr” (“aquí instalando mi twttr”), rezaba el microposteo de Jack Dorsey, el CEO de esa cosa nueva llamada Twitter. Quince años después, esos 24 caracteres valen 2,9 millones de dólares. Al menos es lo que pagó el lunes pasado Sina Estavi, director general de la plataforma de blockchain Bridge Oracle. La transacción por el primer tuit de la historia no se fijó en billetes sino en ethers, una de las criptomonedas que también buscan dominar el mundo.
En una frase diseñada para el escándalo, el malayo Estavi comparó el valor de su compra con el de la Mona Lisa. Al hacerse en NFTs (non-fungible tokens, algo así como “vales no fungibles” o “no intercambiables”), la operación podía equipararse a la de una obra de arte firmada por su autor. Si bien el tuit sigue en el ciberespacio, la versión original, con la rúbrica digital de Dorsey, tenía un nuevo dueño indubitable (aunque el dinero se destinaría finalmente a la ONG solidaria a GiveDirectly’s Africa Response).
Un NFT es, de hecho, un registro que muestra a quién pertenece una pieza de contenido digital: desde canciones y fotos hasta memes y podcasts. Cuando alguien los acuña en ese formato, crea un archivo sobre blockchain, la arquitectura organizada como bloques de datos que está revolucionando la manera de asegurar información en la nube. El token no se puede copiar, pegar, editar, borrar o manipular de ninguna forma. Es un activo criptográfico único e indivisible que permite certificar su validez con un seguimiento sobre su creador, las transacciones que se hicieron y su propietario actual.
Las criptomonedas son un sistema de pago construido sobre esa base de datos, cuyas garantías de seguridad atraen a cada vez más agentes de bolsa, bancos y potencias globales. Mientras China ya lanzó su criptomoneda, Amazon y Facebook avanzan en desarrollos propios. La popularidad se alimenta de una tecnología probada y de ese fenómeno posmoderno conocido como FOMO: fear of missing out o miedo a perderse algo.
La nueva valoración digital. La conjunción de esos factores objetivos y subjetivos explica algunos movimientos sorprendentes de los últimos meses. En una muestra del acortamiento de la brecha entre el valor emocional y el valor de mercado, el influencer Logan Paul hizo más de cinco millones de dólares vendiendo NFTs; Christie’s se convirtió en la primera gran casa en subastar una obra de arte completamente digital; hay usuarios de Second Life que pagan fortunas en criptomonedas para vestir a sus avatares con prendas de diseño. Para certificar el éxito, un artículo de The New York Times subastado como NFT (y que versaba sobre… NFTs) también despertó un interés inverosímil.
Las transacciones sobre blockchain también prometen mejorar la industria editorial. “Podés usarlo para dejar registro de que sos el dueño legítimo de un libro y de que estará seguro ahí”, explica Simon-Pierre Marion, CEO de la plataforma especializada Scenarex. Para los autores, es tentadora la posibilidad de firmar contratos inteligentes, que automaticen el cumplimiento de derechos y obligaciones con la editorial. Factores históricamente opacos, como los porcentajes a liquidar y las venta de ebooks, empezarían a jugarse en un universo mucho más transparente.
El escenario habilita discusiones cuasi-filosóficas. “En el mercado impreso hay personas capaces de pagar cientos de miles dólares por una primera edición de un libro físico”, recuerda Marion. “Si lo reducís a hojas y tinta, su valor es chico; el verdadero valor está en la creencia de lo que significa para esa persona”. Una creencia que, finalmente, está en condiciones de trasladarse al mundo digital. Al lanzar la primera edición de su ebook, un autor podría seleccionar partes de sus diarios privados para crear una pieza manuscrita o sumar anotaciones de los borradores. La autenticidad del valor agregado estaría respaldada en una red que, al menos hasta ahora, se muestra segura hasta para los más exigentes.
La publicidad se sube al barco. Entre el hype del FOMO y la revalorización de la cadena de valor, las marcas están listas para subirse. La start up madrileña Adwatch ya certifica publicidad online bajo tecnología blockchain, “con el objetivo de crear y explorar soluciones que contribuyan a potenciar la transparencia y sostenibilidad del sistema”. En las campañas de europeas de Volvo, Coca Cola e IBM, el sistema permitió “certificar la inmutabilidad de los anuncios y la trazabilidad de las campañas” involucrando a anunciantes, agencias y medios. Es una reacción contra un problema creciente. El año pasado, un reporte del Interactive Advertising Bureau contó pérdidas de 42.000 millones de dólares por fraudes y acciones maliciosas como el ransomware (programas que infectan el sistema operativo, restringen el acceso a los archivos y exigen un rescate para liberarlos). Si no se toman medidas, las cifras podrían más que duplicarse hacia 2023.
Aunque Sudamérica representa apenas el 5% de estos episodios, hay preocupación en los sectores de servicios financieros y de ventas minoristas. La aceleración en los procesos digitales post-COVID aumentó la vulnerabilidad de varias empresas, con un mayor riesgo de robo de credenciales e identidades, profusión de deepfakes (videos falsos editados con inteligencia artificial) y una ola creciente de desinformación que también sacude la confianza de la banca.
Con esa carga y esos desafíos, Adwatch se alió en Argentina con Kickads, un partner mobile con 16 especialistas en marketing, tecnología y creatividad. “Blockchain se caracteriza por su trazabilidad e inmutabilidad”, insiste el VP regional Fernando Acinapura. Los avisos se controlan de punta a punta, “gracias al hasheo de los tags en el origen y la generación de hashes al lanzarse cada impresión, comprobando que cada una corresponda efectivamente a su tag”, explica, técnico, el VP. “Los datos recogidos se encriptan y se guardan de forma segura en la cadena de bloques”.
El mercado local “tiene grandes oportunidades para seguir creciendo en la digitalización de los procesos de compra, así como también a nivel organizacional”, plantea. Para eso es vital desarrollar un plan que contemple cada contexto y que sea flexible en relación a los resultados. Algo sólo posible en entornos digitales, los únicos capaces de hacer mediciones en tiempo real. Más temprano que tarde, veremos si blockchain también logra cumplir su promesa en esta industria: el blindaje de seguridad a las ideas -y los presupuestos- en un mundo digital cada vez más inestable.