Por Pablo Corso. Para reconectar con nosotros mismos y con nuestras sensaciones más auténticas, para entender qué necesitamos en este preciso momento, necesitamos hacer una pausa. No siempre lo creemos posible; a veces hasta da miedo. Con vistas a indagar sobre los motivos, parar la pelota y practicar la observación consciente, la terapista Sandra Coral decidió hacer un capítulo especial de Neurodivergent Narratives, el podcast que promueve la auto-aceptación de quienes, como ella, tienen dislexia, autismo o trastorno por déficit de atención, pero también una consciencia lúcida y enriquecedora.
Coral -una mujer negra adoptada por blancos- empieza el episodio tomando la sartén por el mango: ¿Por qué las pausas importan? Una primera respuesta indica que son fundamentales para regular las emociones. Una segunda, que representan la llave para reconectar con el cuerpo y reflexionar sobre lo que (nos) pasa, aquello que estamos haciendo y cómo se relaciona con lo que vemos y sentimos. Alcanza con dedicarle un puñado de segundos durante el día, sólo para que materia y espíritu entiendan que se trata de algo posible, y ciertamente deseable.
La culpa del descanso
El mandato de los tiempos es claro. Ser productivos es bueno. Dejar pasar las horas sin hacer nada es malo. Hay que seguir, seguir y seguir. Pocas veces queda tan claro como en las vacaciones. O mejor dicho, en los febriles días previos, cuando muchas y muchos trabajan el doble que lo habitual (reuniones de último momento, esquemas de reemplazos, diseño de respuestas automatizadas) para poder disfrutar del tiempo libre. “Hay una sensación de que te estás portando mal al irte de vacaciones”, dice a la revista The Atlantic la profesora de comportamiento organizacional Jennifer Petriglieri,. Aunque se siguen concibiendo como lo que son (un derecho ganado), también empiezan a cuestionarse en algunos círculos a este lado del mundo.
Petriglieri prefiere el modelo europeo, donde el verano se concibe como un período de productividad reducida, en el que sencillamente hay que aceptar que las cosas tardan más. La pulsión por completar tareas que -después de todo- nunca son de vida muerte es sintomática de una cultura que exige trabajar primero para “merecer” el descanso después. De una forma sutil, el artículo del periodista Joe Pinsker propone abrazar la incomodidad y liberar la tensión de no dejar todo listo, en pos de una experiencia más saludable. Los líderes empresariales podrían arrojar la primera piedra, con mensajes que recuerden que el descanso es vital y prácticas que toleren algunos baches en tiempo de vacaciones. No sería mala idea que empezaran por ellos mismos.
Cuando lo nuevo se siente incómodo
Sin embargo, está bien parar. A veces es simplemente imposible alinear las demandas externas con las necesidades internas. El podcast de Coral recuerda que -en casa, en el trabajo o de vacaciones- tenemos que ser capaces de reconocer la ansiedad que pueden generar las situaciones que nos superan y enfrentar la perspectiva de una sensación nueva cuando dejamos de hacer lo que veníamos haciendo. En buena medida, es un viaje autodidacta. “Una conversación amable y autocompasiva necesaria para tu cerebro, para que el cuerpo se pueda sentir más cómodo y relajado, y sepa que las cosas van a estar bien”, propone la terapista.
Para los fanáticos de las neurociencias, el fundamento fisiológico parece inapelable. Cuando estamos estresados, el flujo informativo al que estamos expuestos puede resultar más intenso en su viaje por el sistema límbico -asociado a las cuestiones emocionales- que por el lóbulo frontal, responsable de los procesos cognitivos e intelectuales. Ahí es donde tercia la pausa, que prepara el terreno para recuperar un sentido del espacio y el tiempo, dejándonos listos para acceder a las partes del cerebro que nos ayuden a entender mejor qué decir y cómo actuar. Es una reprogramación para funcionar mejor, una alineación y un balanceo que disparan preguntas cruciales: ¿Quiénes queremos ser y cómo queremos mostrarnos al mundo?
Serenity now!
No es necesario refugiarse en las alturas de un templo del Himalaya o perseguir la iluminación durante décadas en busca del nirvana. A veces es suficiente con un recordatorio en el teléfono o un alma caritativa que nos sugiera apretar el freno. En esa senda, la psicóloga Tara Brach sí se nutre de algunos preceptos budistas para recomendar una secuencia de relajación e introspección: tres inspiraciones largas para escanear el cuerpo y conectar con lo que vemos, olemos y sentimos; una puerta de ingreso al tan ansiado aquí y ahora, que habilita una zona para hacer las preguntas que emergen y buscar las respuestas que importan. Unos segundos y a seguir con el día, para repetir siempre que la cabeza lo demande.
En el tercer episodio de la última temporada de Seinfeld, el padre de George Costanza entonaba un mantra -Serenity now!- cada vez necesitaba calma. En ese mismo capítulo, una de las ocasionales novias de Jerry lo animaba a demostrar sus emociones. La propuesta neurodivergente -introspección, aprendizaje y coraje para hacer las cosas de otra manera- tiene mucho de eso. Puede sonar grandilocuente y puede seguir dando miedo, pero quizá sea el camino más directo hacia una verdad liberadora.
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