Federico Lamas es un artista que encontró en el video, el diseño, la ilustración y la música los soportes para crear narrativas que buscan sensibilizar miradas indiferentes. Su experimentación abarca desde libros hasta instalaciones, dejándole tiempo además para ser VJ, dirigir obras o puestas de video en el Colón, el Cervantes y el Teatro San Martín. Con él conversamos sobre sus inicios en la publicidad, lo que aprendió en su larga vida de agencias, el respiro que dan las residencias artísticas y del cuerpo de trabajo que lo hace participar de festivales y exhibiciones en todo el mundo.
Publicada en RP#132. Por Marta González Muguruza.
Bueno, ¿por dónde empezar? Creo que tenés tantos skills que me gustaría ver cómo te definís vos… Estoy muy amigado con decir que soy diseñador audiovisual, es más corto. Siempre parece que prestigia más decir artista, pero yo estudié Diseño de Imagen y Sonido en la UBA y aprendí a querer el título. No lo quise durante la carrera, porque quería hacer cine, pero realmente cuando la estaba haciendo me encantó el video, no el cine, el video como medio; poder manipular todo el proceso.
Como plataforma… Como plataforma, sí. Como lápiz, como herramienta de laburo. Pero sí, me considero un diseñador. Y estoy al servicio de un montón de cosas, incluso de mis ideas. Mis ideas se ubican para hacerse poderosas en la disciplina que las haga poderosas. Puedo tener una idea para ilustración pero digo no, esto hay que filmarlo, no es un solo plano y chau, es un GIF. Pero como diseñador me empecé a sentir más cómodo perteneciendo a todo versus teniendo que ser artista en cada ámbito artístico, que es mucho más exigente. Por otro lado, un poco de respeto al resto también, porque me gusta mucho la gente de oficio. Y yo re banco al que dice: “Solo lustro zapatos y de este color, y soy el genio del mundo haciendo esto solo” o “tocando solo este instrumento”. Soy más de ideas, creo. Por eso necesito todos contextos diversos, ¿no? Un festival de cine, un festival de videoarte, un set, una galería, un taller, lo que sea, una librería.
Asististe a varias residencias artísticas. ¿Cómo funcionan? ¿Qué vas a buscar ahí? Son escapes. Tuve la primera residencia en Alemania, cuando laburaba dentro de agencia. Fue corta, no llegó ni a un mes y fui con un proyecto puntual. Fue un oasis en medio de esa otra vida publicitaria. Las residencias eran realmente la forma de irte justificadamente, con recursos resueltos, a trabajar a otro lado. Hay distintos tipos de residencias. Algunas no tienen ningún compromiso curatorial con lo que hacés, es solo “tomá la llave, tenés este espacio, hacé lo que quieras durante todo este tiempo”.
Es un taller… Claro, es un taller. Tenés el atelier con un espacio de laburo, herramientas, a veces asistentes. Lo que está bueno de la residencia es que te aísla. Tuve todo tipo de residencias. Algunas con más acompañamiento curatorial, o sea, presento un proyecto puntual a desarrollar y voy a eso. O residencias de “vení a hacer lo que quieras”, que valoran mucho el proceso, las cosas que van sucediendo. No importa que no termines nada, ni siquiera tiene una etapa de exhibición, es más como taller abierto de laburo, entrevistas, hablar con estudiantes o abrir de otra manera el proceso como resultado.
¿Pero vos aplicás y vas con un proyecto que después ves para dónde dispara, o vas ahí a ver qué pasa? Bueno, un poco las dos cosas. A esta última de Canadá fui con algo más cerrado, pero porque apliqué a esa residencia que lo exigía. Había que mandar un “work in progress” de algo, de una exhibición con video, y un proyecto incompleto a completar allá. Sí surgieron piezas nuevas estando allá, obvio, pero fui a Quebec con un proyecto puntual. Por ejemplo, todo el proyecto de ilustración de Visión Infernal salió de una residencia de tres meses en San Pablo en 2008, esa fue “vení a hacer lo que quieras”. Me acuerdo de que en ese momento estaba en Young & Rubicam y cayó justo en medio de la acefalía loca porque Guille Vega se estaba yendo y no se sabía quién iba a tomar su lugar. “Andá tranqui”, me dijeron y yo pensé: “Es una manera de echarme”. No me importó un carajo.
Fue una liana. Sí. Y el proyecto recién arrancaba, es de 2009, ahora cumple diez años.
¿Y dos libros? ¿O tres? ¡Tres! Pero mis comienzos con los libros fueron así: empecé a ubicarlos en ciudades compulsivamente. Iba como jurado a un festival en Alemania, más por mi mundo video, y también llevaba los libros. Ubicar diez libros bien era lo mismo que poner mil mal repartidos. Y así como una editora compró el libro en Nueva York, otra lo empezó a editar en Brasil. Los contactos van saliendo porque el libro tiene esa cosa que lo podés ubicar y comunicar. Veinte libros en Londres: está a la venta en Londres. Cualquiera puede ir a buscarlo. No falta a la verdad para nada. La distribución sirvió un montón para conectar con mucha gente, para comunicar cosas reales que hacía.
Visión Infernal también te permitió acercarte al mundo infantil porque hiciste talleres para niños. Sí. El primero lo hice en el MAMBA, en el Museo de Arte Moderno, hace dos años. Me invitaron por Visión Infernal. Habla de un mundo de pecadores o de mala onda pero con buena onda. Siempre hay algo medio turbio, esta imagen medio aparente de cómo es el mundo donde ponés el visor y siempre aparece algo que pone en crisis la primera imagen. Mi proyecto tiene lo técnico y lo conceptual totalmente cosido y no lo separo. Estuvo buenísimo el primer taller: hablar de opuestos, por qué todos piensan que algo es feo y algo es lindo, quién inventó ese criterio y las formas de destruirlo… Poner en crisis un montón de valores que están en la obra y que son parte de la tecnología cerrada. Eso es Visión Infernal, con esto ves la mala onda del mundo, fin. A los chicos no hay que explicarles ni cómo funciona.
Y en el mundo de los chicos también cabe El hombre que perdió su sombra, la obra de teatro infantil que lleva un par de temporadas en el Cervantes. Sí, ahí tuve una participación más chiquita. La obra la codirige Johanna Wilhelm (mi pareja hace dieciséis años con la que tenemos un hijo de dos años y medio) junto a Eleonora Comelli. Johanna se encargó de la parte visual y escenográfica y yo hice solamente la parte de video.
Toda la puesta es increíble y buscando un poco me crucé con el video para Sima donde me enteré de que ¡Isol [ilustradora y autora de libros infantiles] canta! Isol canta y tiene unos músicos que también son unos genios. El video para Sima es una especie de antecedente. Fue un videoclip del álbum Novela gráfica, donde Isol es la protagonista de su propia canción. Se filmó sobre retro-proyecciones de papercut realizadas y animadas en vivo por Johanna. Estuvo buenísimo.
Pasemos del Cervantes al Colón. ¿Cómo fue la experiencia con El cuervo? Muy fuerte y acá venía como una ópera compuesta por un japonés. Un monodrama para mezzosoprano y doce músicos, de Toshio Hosokawa, basado en el poema de Edgar Allan Poe. Una locura. Hice la dirección en escena y ya de movida el personaje era una mujer. También me ocupé de la producción, de la posproducción del video y del diseño de las piezas de comunicación. Fue alucinante. Y después, este año, hice las piezas de video para el ballet del San Martín.
Mucha música. ¡Sí! Mi desarrollo como artista viene desde los 15 años, haciendo tapas de discos, videoclips, shows en vivo de mis amigos, todo. Voy a ver bandas en vivo todo el tiempo, también laburo un montón con DJs o con músicos que componen en vivo; entonces hago audiovisuales, música electrónica, y también me encanta compartir escenario con otro artista.
Hablemos un poco de tu relación con las marcas. Con las marcas, como que quedé con un poco de fobia, posta. Porque dentro de la agencia a veces era muy apasionado el ambiente publicitario. Te ponías la camiseta de alguien para laburar, la del cliente, y laburabas con él. Se generaba una energía personal muy copada, y luchabas y defendías ese objetivo de la marca. Toda esa obviedad, todo ese mecanismo, se me pasó cuando me fui volviendo más jefe en las agencias. En Young era jefe del Departamento Digital, entonces tenía un equipo a cargo. Transmitir eso de “pongámosle todo a esto”, en una época donde no había bonos, ni premios extras, ni nada más que laburemos “porque es lo mejor…”
Faltaban incentivos. Faltaban incentivos, pero incentivos reales para corresponder bien la energía del otro, la energía extra que pueda ponerle a algo. Lo lucrativo necesita de esa energía extra, incentivar de alguna manera, y yo no me sentí tan cómodo con eso en los últimos años en la agencia. Pensé que tenía herramientas, y lo único que tenía para dar eran días libres: podía manipular el flujo de laburo y no alcanzaba. En casi todas las agencias estuve en el área digital. Pero por una conexión, no por internet, a mí me gusta todo lo audiovisual. Entonces ahí podía desplegarlo todo y estaba cómodo.
La publicidad fue una carrera y estuvo buenísimo, no reniego, no reniego de nada. Apenas renuncié a Young en 2010, tuve ArteBA. Nos habían seleccionado por Visión Infernal, entonces estuve seis meses encerrado. Apenas renuncié me conecté con eso de una. Fue un comienzo bohemio bastante autoorganizado con lo de ArteBA. Las colaboraciones aparecieron en seguida. Me llamaron de I.Sat, laburé también con videos en vivo, con Coca. Mi primer laburo durante ese primer año fue hacer los créditos de una película, la secuencia de inicio de una peli. Básicamente era un laburo de cómo venderla. Y yo de eso sabía.
¿Cuál era la película? Agua y sal, de Alejo Taube, con Rafael Spregelburd y Paloma Contreras.
¿Te tentó hacer cine en algún momento? Bueno, fue el comienzo de mi amor de chiquito tener cámara; fue el motor creativo de mi niñez. Tener una cámara para filmar, para hacer el corto. Cuando arranqué con Imagen y Sonido, empecé a filmar cortos y a festivalear a full. El corto es el paso para el largo, pero la verdad es que el corto me encantó como formato, le tengo esa adoración. Aprendí a tener el control de la posproducción y eso también me llevó a ser un buen animador. Disfruto mucho producir, lo que me permitió tener mucha obra como artista de DJ. Siempre me gustó mucho fabricar títulos, siempre supe cómo vender mis propias cosas y cómo las piezas de comunicación y una buena secuencia de títulos hacía a un buen corto. También empecé a experimentar narrativamente con lo que filmaba, y la verdad es que otros festivales me abrazaron más que los de cine.
Entre otras cosas, ahora estoy trabajando con muchas obras de video y de ilustración con la pornografía y el lugar de la censura. Es una época rara en la que se tapa un pezón, todo lo que es explícito, pero por ahí un montón de vivencias se han naturalizado y no hay filtro para eso. O sea, sigo laburando en un montón de cosas; por lo pronto, filmo cada tanto como director. Filmé dos especiales de cocina, pero no eran “programas de cocina”, estaban buenos de verdad; para bodegas Bianchi y los nuevos vinos. Me copa. Cada tanto también filmo en el Colón alguna campaña de moda, porque me parece divertido, y después edito yo, me gusta mucho editar, ya tengo ese doble rol que disfruto un montón.
A veces me gusta inventar formatos y darles nombre. Me invitaron a un museo en Ingeniero White. Ahí surgió una obra que es un formato de video y una comunicación en vivo a la vez. Lo llamo “videocomunicación”, tengo la pieza en video elíptico y me pongo la mesa de trabajo al lado y empiezo a hacer publicaciones, de contenido, entonces lo convierto en comunicación en el momento.
¿Ni loco volverías a agencia? Creo que no, creo que no rendiría. Para un proyecto puntual interesante puede ser, pero no creo, no podría. Antes era muy natural, disfrutaba un montón tirar ideas. Si estoy obligado a hacerlo, si una fuerza sobrenatural me secuestra, creo que podría laburar re bien, me gusta ubicar el problema y darle respuestas.