Después de dos años marcados por el aislamiento y la pérdida, la pospandemia no trajo demasiado alivio a este lado del mundo, empeñado en experimentar formas renovadas de la angustia. ¿Qué efectos genera la complejidad del momento en nuestras mentes? Pedro Bekinschtein, director de Investigación de la Fundación INECO y del Instituto de Neurociencia Cognitiva y Traslacional, se anima a pensarlo. La memoria y el olvido, la razón y la emoción, ocupan el centro de un escenario que a veces amenaza con una opacidad indescifrable.
¿Cómo nos afectan las crisis socioeconómicas en la toma de decisiones?
Son procesos muy complejos, donde están afectadas muchas cuestiones que hacen a nuestra vida. Si hablamos, por ejemplo, de que nos falta el dinero, en general aparece un «efecto túnel»: empezás a perder de vista el bosque y te focalizás en el árbol, las cosas chiquitas. Hay estudios que demuestran que cuando a la gente le falta plata toma peores decisiones, como hacer malas inversiones o tomar deudas que no debería tomar. Es lo que plantea la teoría de la escasez: cuando te falta algo, perdés la visión del resto.
En situaciones de estrés uno tiende a tomar decisiones utilizando los mecanismos de pensamiento rápido. Tenemos el mismo cerebro desde hace miles de años. Cuando nos sentíamos amenazados por otra tribu, un animal o la noche, debíamos estar más atentos y reaccionar lo más rápido posible.
¿Cómo influye el estrés?
También modifica la manera en que tomamos decisiones. Existen dos sistemas de pensamiento: uno más reflexivo, que es más lento; y otro más intuitivo, rápido y visceral. En situaciones de estrés uno tiende a tomar decisiones utilizando los mecanismos de pensamiento rápido. Tenemos el mismo cerebro desde hace miles de años. Cuando nos sentíamos amenazados por otra tribu, un animal o la noche, debíamos estar más atentos y reaccionar lo más rápido posible. Al poner en juego el pensamiento reflexivo, las decisiones -y las respuestas- son más lentas.
El atentado fallido contra Cristina Fernández está casi borrado de la conversación pública. Hace una década, cuando trabajabas en el Instituto de Biología Celular y Neurociencias de la UBA, contabas que «el olvido supone un proceso activo del cerebro», en lugar de un decaimiento pasivo. ¿Puede haber algo de eso en este caso?
Sí. Algunos mecanismos del olvido están propuestos como activos, y parecería ser que los que se estudian a nivel individual podrían participar en el nivel colectivo. Lo que pasa es que la memoria colectiva es distinta, porque incluye a todas las relaciones interpersonales y cómo la memoria de unas personas se va modificando por la de las demás. Recordar algunas cosas hace que uno olvide otras, sobre todo cuando están relacionadas. Durante la evocación de un evento pueden representarse otros, que de alguna manera compiten por los recursos. Podría pasar que recordar algún evento cercano al momento del atentando, pero no el atentado en sí, haga que el episodio original se inhiba.
Es muy sencillo inducir recuerdos falsos. En esta época en la que cualquier información puede ser falsa o tergiversada en redes sociales, ese proceso se acrecienta porque su llegada es más grande.
¿Cómo influye la información falsa en nuestra percepción y en nuestra acción?
Es muy sencillo inducir recuerdos falsos. En esta época en la que cualquier información puede ser falsa o tergiversada en redes sociales, ese proceso se acrecienta porque su llegada es más grande. Las campañas de antiderechos publican información falsa y la descontextualizan para que quede dando vueltas y se fije como si fuera un recuerdo de algo que efectivamente sucedió. Por eso hay tanta preocupación sobre cómo alertar a la gente o cómo amortiguar el efecto que pueden producir esas desinformaciones en la memoria y en la manera en la que luego decidimos.
En 2019 planteabas que «la ideología y el voto tienen un anclaje sustancial en las emociones y la biología». Y que cuando la crisis arrecia, la dinámica se fortalece y nos replegamos en los instintos de supervivencia básicos. ¿Cómo creés que se expresó eso en estas elecciones?
Es especulación, porque todos los estudios son de laboratorio y no necesariamente explican estos resultados, pero el hecho de que la crisis o el estrés hagan que uno tome menos decisiones racionales también nos hace más proclive a votar por candidatos que proponen certezas, sin pensar demasiado en cómo serían esos procesos.
¿Qué estructuras emocionales serían más acordes al voto a un candidato moderado o a otro que se muestra exaltado?
Los planteos que producen emociones como miedo o rabia, que se sienten con mucha intensidad, pueden activar las partes de nuestra fisiología relacionadas con la respuesta a la amenaza, y llevarnos a tomar decisiones que quizás no tomaríamos en otro contexto. Tiene que ver con proveer certezas en momentos en que hay mucha incertidumbre, donde se supone que los partidos más históricos no han podido resolver los problemas. Es altamente probable que cuando uno está escuchando a alguien más moderado, la activación emocional sea menor. Y frente a una persona exaltada, mayor, pero desde un lugar no reflexivo. Siempre te dicen que no tomes decisiones o que no discutas en momentos en que estás muy activado emocionalmente, porque lo único que vas a hacer es alimentar ese momento. Cuando uno baja de esa activación emocional, puede pensar las cosas de otra manera.
Es bastante limitado el espectro de estos tercios; se juegan cuestiones sobre las que uno puede reflexionar, pero también otras de tribalismo, de grupos de pertenencia, como el antiperonismo o el antikirchnerismo. Me parece que el matiz está en que hay pocas opciones para votar. Eso hace que sea aun mayor este esfuerzo para convencerse de que uno tomó la mejor decisión.
Un candidato promete dolarizar sueldos y terminar con «la casta» política, pero muchos de sus votantes deben saber que eso difícilmente suceda. ¿La disonancia cognitiva [el conflicto entre creencias y acciones] es una explicación posible?
Puede haber algo de eso, aunque siempre uno encuentra vericuetos, contorsionismos mentales para justificar sus decisiones, como «este es mejor que los que no pudieron solucionar nada». O «no va a hacer lo que dice que va a hacer», en el caso de que una persona que cree en los derechos humanos esté votando a alguien que propone cuestiones antiderechos. Esa disonancia se resuelve con algún tipo de razonamiento motivado: razonamos hasta convencernos de que nuestra decisión es la correcta.
¿Hay otros matices en este proceso?
Es bastante limitado el espectro de estos tercios; se juegan cuestiones sobre las que uno puede reflexionar, pero también otras de tribalismo, de grupos de pertenencia, como el antiperonismo o el antikirchnerismo. Me parece que el matiz está en que hay pocas opciones para votar. Eso hace que sea aun mayor este esfuerzo para convencerse de que uno tomó la mejor decisión.
Los niveles altos de estrés reducen la habilidad de recordar (e imagino que de aprender). ¿Cómo podemos protegernos de eso?
La psicología y la neurociencia suelen estudiar un fenómeno que se conoce como «resiliencia», la capacidad de amortiguar los efectos que produce el estrés sobre el cerebro y el comportamiento. Tiene componentes genéticos, heredables, pero también de la historia que uno tuvo en su vida. El ejercicio, la buena alimentación y la vida social activa producen resiliencia: uno es más resistente a los efectos del estrés sobre el cerebro. De todas formas, vivimos una epidemia de trastornos de ansiedad y depresión, así que es altamente probable que haya un aumento de los efectos nocivos que produce el estrés sobre la salud mental.
En el libro Neurociencia para (nunca) cambiar de opinión sugerís que, para que el diálogo sea posible, debemos estar abiertos a actualizar la información antes que a fortalecer viejas ideas. ¿De qué manera podríamos hacerlo para avanzar hacia un mejor estado de las cosas?
La mayoría de los estudios sobre cómo llegar a consenso involucran… escucharse, básicamente (se ríe). Verse a la cara, poder escuchar al otro y encontrar las cosas en común, antes que las que no compartimos, ayuda a establecer ese vínculo que permite actualizar información de estereotipos o creencias que uno tiene sobre el otro, y reemplazarlas por creencias nuevas. Por eso las redes sociales son complicadas. Es difícil generar una conexión previa, donde establecer algo en común antes de encontrar las diferencias. El contacto presencial, empezando por los acuerdos y no por los desacuerdos, podría favorecer esta idea de poder escucharse y cambiar de opinión.