Por Pablo Corso. En «Nosotros contra ellos», Natalia Aruguete -investigadora del CONICET y profesora de la Universidad Nacional de Quilmes, entre otras- y Ernesto Calvo -director del Laboratorio de Ciencias Sociales Computacionales en la Universidad de Maryland- indagan sobre la polarización afectiva, esa dinámica de apegos y odios expansivos que hace que nos sintamos en mundos cada vez más distintos en relación a los demás.
Uno de los ejes del libro de Siglo XXI pasa por entender las implicancias profundas que tienen las formas en que nos comunicamos por las redes. “El mundo de las refutaciones no solo es áspero y agresivo, sino que tiene una menor probabilidad de ser compartido que aquel dominado por confirmaciones”, precisan. “La confirmación presupone la existencia de un «yo universal» (…) La refutación presupone un «otro» que miente y no nos incluye”.
En un experimento sobre percepciones, los autores encontraron que la frase “Es cierto que las vacunas son efectivas” generaba más tasas de likes y potencialidad de ser compartida que su par “Es falso que las vacunas no son efectivas”. Mientras los “confirmadores” son más propensos al optimismo y la alegría, los “refutadores” tienen tasas de enojo, asco, estrés, tristeza y miedo sensiblemente más altas. La conclusión es relevante: el ángulo que elegimos para comunicar es crucial para aumentar -o disminuir- la polarización afectiva.
En el libro plantean que nuestro comportamiento en las plataformas “es tanto una expresión de preferencia como un acto socialmente orientado a la aceptación de los otros”. ¿Creen que las redes fueron diseñadas para eso desde el principio o que consolidaron esa dinámica porque fue el uso que terminamos dándoles?
Las redes sociales fueron desde un inicio una forma muy particular de conectar con otros usuarios, evaluando a nuestros pares y esperando ser evaluados. La primera encarnación de Facebook en Harvard fue, precisamente, una red que rankeaba a los y las estudiantes de esa universidad por su apariencia física. Desde el momento en que se volvieron live, Facebook y Twitter fueron muy cuidadosos con no agregar un botón “no me gusta”. Las discusiones sobre las distintas reacciones (like, share, haha, angry) siempre se han centrado en los efectos sociales -no cognitivos- sobre nuestros vínculos.
¿Qué implica eso? Estamos siempre juzgando a los demás por la información que comparten, no al revés. Nuestro juicio primario no es sobre la calidad de la información compartida por María o Juan, sino sobre quiénes son María o Juan en virtud de lo que comparten. Asimismo, cuando compartimos nuestra preocupación más importante, es “qué van a pensar sobre mí aquellos que ven lo que yo estoy compartiendo”. Conectamos primariamente con nuestros pares como “políticos intuitivos”, como dice [el politólogo Philip] Tetlock, preocupados por si la gente nos va a aceptar en virtud de lo que compartimos y emitiendo juicios sobre los demás en función de lo que comparten.
Política y reputación
Nuestras intervenciones online responden a la activación afectiva que despiertan los mensajes, insisten Aruguete y Calvo. “Es poco probable que, en el marco de una campaña electoral, la interacción de los usuarios de las redes sociales esté enfocada en comprender los contenidos programáticos de los partidos y deliberar acerca de los beneficios que ello promueva para la sociedad en su conjunto”, advierten. Todo sucede en un mundo todavía binario, donde las narrativas “se sedimentan en burbujas de filtro que, lejos de dialogar entre sí, amplifican información que circula en su interior”.
Eso se verifica especialmente en el sistema de medios, donde los que se ubican en el centro del espectro ideológico tienen buenas chances de que les vaya mal: casi todos los percibirán a veces lejanos, a veces hostiles. Aun así, esos mismos medios tienen la clave para una potencial salida. Las reputaciones altas siguen siendo un activo valioso. Al reducir la demanda de afinidad, permiten mantener posiciones más cercanas al ideal imparcial. Pero también son frágiles: se trata de atributos percibidos y concedidos por el usuario, dependen del tema narrado y -para sorpresa de nadie- pueden verse afectadas cuando los mensajes desafían creencias profundas.
¿Qué pasa con la reputación personal en las redes? Es un activo muy importante, y en este caso no es tan frágil. Nuestro temor a ser rechazados no guarda dimensión con la probabilidad de serlo. Existe una muy alta estabilidad en las relaciones sociales y en las fuentes que usamos en las redes sociales cotidianamente. No es común que eliminemos un amigo de nuestras redes ni que nos elimine de su lista de contactos. Pero invertimos un tiempo considerable en construir una reputación en las redes, y vivimos con la angustia de que está siempre en peligro. Esto se debe en parte a que no sabemos el porqué de nuestros éxitos y, por tanto, tampoco sabemos qué es lo que puede determinar nuestro fracaso como personas públicas.
Ustedes citan al filósofo Jürgen Habermas, para quien la vida democrática deja de funcionar bien “cuando las infraestructuras de comunicación pública se desintegran hasta tal punto que el resentimiento desinteresado, en lugar de opiniones públicas bien informadas, gana la partida”.¿Vivimos un momento especialmente potente de “resentimiento desinteresado”? El nivel de toxicidad del debate público en Argentina no es hoy mayor que el del 2015, 2017, 2019 o 2021. En las últimas cinco elecciones hemos visto un aumento temporario del nivel de violencia en las redes que se corresponden con estos momentos, con mayor intensidad en las presidenciales que en las intermedias. A lo largo de todo este periodo se ha expandido y degradado la infraestructura de la comunicación pública. Habermas es muy claro en que esta “degradación” se refiere a la expansión del discurso tóxico y el quiebre de una comunicación libre de violencia. Las redes sociales han expandido notablemente la comunicación social y, a su vez, creado un sistema particularmente efectivo para ranquear, evaluar y juzgar a los otros. En la medida en que la intención comunicativa no es entenderse sino juzgar, la infraestructura de la comunicación está degradada.
¿Cómo se puede desactivar la violencia social en las redes? Una buena pregunta que no necesariamente sabemos cómo responder (…) Gran parte de la violencia en las redes es realizada en forma intencional y requiere esfuerzos de “moderación de contenidos” por parte de las plataformas. Uno de los problemas más importantes, por tanto, es cómo coordinar esa moderación entre ellas, las organizaciones sociales y los gobiernos. Hay mucho trabajo por hacer.