Por Carlos Acosta. Mi primer voto fue a los 31 años. Cuando cumplí 18 las urnas estaban bien guardadas. En las dos elecciones del 73, ganadas por el “Tío” Cámpora en marzo y por Perón en septiembre, no pude votar ya que estaba bajo bandera. Pude debutar en el cuarto oscuro recién en octubre de 1983, cuando triunfó Raúl Alfonsín, hoy considerado por muchos como “padre de la democracia”. Votar, cuando había elecciones, era obligatorio y con tantas interrupciones militares se empezó a convertir en una fiesta cívica. ¿Podremos recuperarlo?
La falta de representación política que nos ofrece la casta y la ¿anticasta? al electorado genera consecuencias cuantitativas y cualitativas. La primera es muy grave, ya que la mitad del padrón no va a votar, y la segunda, descreimiento, frustración y resignación, que nos pone en el peor de los estados: el de la vulnerabilidad social.
En las elecciones de 1963, con el peronismo proscripto, Perón, desde el exilio, llamó a votar en blanco. Era la manera de manifestarse en ese momento. El presidente Illia fue electo sólo con el 23% de los votos. Su debilidad culminó con un golpe de Estado.
Siempre pensamos que el voto en blanco era un voto inútil. ¿Es sólo no votando la única manera de manifestar no estar de acuerdo con ninguna de las opciones de la oposición? Evidentemente no. Se puede votar por el oficialismo. Por algunas de las distintas alternativas que ofrece la oposición. Y si ninguna satisface, votar en blanco. No votar es dejar de comprometerse con un sistema político imperfecto que debemos mejorar entre todos. Es darle la espalda a la democracia. ¿Conocemos otro método mejor?

