Por Pablo Corso. Per aspera ad astra! La cita del filósofo romano Lucio Seneca funcionaba en dos sentidos en el tuit de Elon Musk. La interpretación literal (“Por el sendero áspero, a las estrellas”) era un link directo a las misiones de su compañía SpaceX en la Estación Espacial Internacional. Pero una segunda lectura apuntaba a las voces críticas que empiezan a alzarse contra el nuevo dueño de Twitter, uno de los nodos más críticos y abrasivos de la red.
Físico y programador, Musk es un multimillonario que brilla y desconcierta. Decidido a conquistar el futuro, tiene intereses sobre el transporte terrestre y el espacial, la neurotecnología y la inteligencia artificial, las megaobras de infraestructura y la energía solar. Los que se oponen a su ambición desmedida tienen un punto: controlar Twitter -“la plaza pública digital donde se debaten asuntos vitales para el futuro de la humanidad”, Musk dixit- es controlar buena parte de la agenda global.
Sus primeros objetivos para la plataforma tienen un perfil procedimental con espíritu disruptivo: abrir la caja negra de los algoritmos, autenticar a todos los usuarios humanos, habilitar la edición de mensajes y terminar con los bots de spam. Pero las grandes preguntas pasan por otro lado, y todas orbitan el punto álgido de la regulación de contenidos: ¿Twitter será más o menos libre bajo la mano del sudafricano? ¿Hasta qué punto tolerará los discursos de odio? Y sobre todo, ¿qué es la libertad para Musk?
Make Twitter great again
Después del terremoto que significó la eliminación de la cuenta oficial de Donald Trump, usada para enardecer a los seguidores que terminaron asaltando el Capitolio, el debate sobre qué se podía decir -y qué no- se intensificó. No es una discusión que entusiasme particularmente a Musk, autodefinido “absolutista del libre discurso”. ¿Implicará eso el regreso de @realDonaldTrump? No por ahora. El republicano está enfocado en su propia red, Truth Social, donde promete libertad absoluta… salvo para criticar a Truth Social. Aunque la prensa no le auguró un gran futuro, el propio Musk advirtió este miércoles que la app era lo más descargado de Apple Store. “Truth Social existe porque Twitter censuró el libre discurso”, se quejó.
“Para que Twitter merezca la confianza pública, debe ser políticamente neutral, lo que significa molestar tanto a la extrema derecha como a la extrema izquierda”, escribió el nuevo dueño, que horas después se contradijo a sí mismo al postear un diagrama que mostraba cómo una supuesta persona promedio había pasado en los últimos años de una simpatía con la centroizquierda a una cercanía con la derecha, culpabilizando a la progresía que atiza a todos los demás acusándolos de fanáticos. “Si las personas quieren menos libertad de expresión, le pedirán leyes para eso a su gobierno -desafió-. Ir más allá de la ley es ir contra su voluntad”.
En un escenario donde lo que subyace entrelíneas es tan importante como lo que se dice, la Unión Europea ya hizo sus primeras advertencias. “Le damos la bienvenida a todos. Estamos abiertos, pero bajos nuestras condiciones”, avisó Thierry Breton, el comisionado para el mercado interno. Bruselas ya fijó una normativa que forzará a las grandes plataformas a una política de control más agresivo sobre el contenido online, que incluye la obligación de combatir la desinformación y la propaganda bélica.
El propio Barack Obama confrontó hace días a las big tech. “Lastimosamente, son los contenidos incendiarios y polarizantes los que atraen la atención y motivan la participación”, alertó. El demócrata lamentó no haberse dado cuenta de “hasta qué punto nos habíamos vuelto receptivos a las mentiras y a las teorías del complot” antes de la elección de Trump, y pidió una reforma legal que vuelva a las redes más responsables y transparentes, con una autoridad regulatoria que supervise los algoritmos.
Para aumentar el espanto de Musk, las críticas más despiadadas llegaron desde el corazón bienpensante del norte. El nuevo mandamás convertirá a Twitter en “un lugar aterrador”, pronosticó el editorialista de The New York Times Greg Bensinger, que lo describió como “un hombre que usa la red para atacar a sus críticos, avergonzar a personas por sus cuerpos, desafiar las leyes bursátiles y promover criptomonedas sin cesar”. Musk desobedeció las normas sanitarias en sus empresas, escribió mensajes antisindicales y debió afrontar denuncias de acoso sexual e insultos raciales por parte de supervisores en su automotriz Tesla.
Una chance para la paz
Al menos, el Times le concedió el beneficio de la duda respecto a la posibilidad de mejorar la forma errática en que la plataforma combate discursos de odio. Las notas de advertencia que se agregan a los tuits más incendiarios “son fáciles de ignorar y no mitigan el daño causado por la información errónea”, plantea el diario, que insiste en que relajar la moderación del contenido hará de Twitter un lugar aún más tóxico. Bensinger recuerda cómo otro multimillonario “sin límites reales a su poder”, Mark Zuckerberg, ignoró el daño emocional que los comentarios hirientes causan a los adolescentes en Facebook, además de aumentar la ansiedad y la ira de sus usuarios.
La agenda de Musk sobre estos asuntos -incluso la posibilidad de que le importen- es una gran incógnita. Sus últimos tuits sólo contribuyen a la desorientación general. Mientras que algunos lo mostraban conciliador y magnánimo (“Quiero que hasta mis peores críticos permanezcan en Twitter, porque de eso se trata la libre expresión), otros generaban la sensación de estar frente a un niño obnubilado por un regalo muy caro: “¡Hagamos que Twitter sea más divertido!” tuvo 2,5 millones de likes; “Ahora voy a comprar Coca-Cola para volver a ponerle cocaína”, 4,5 millones.
Es lo que hay por ahora. “Pasamos de la utopía de la cultura hacker a que el tipo más rico del planeta se compre la red social donde nos comunicamos: un baño de realidad”, resumió sobre la deriva web de los últimos años el politólogo Ivan Schuliaquer. ¿Será Twitter el nuevo patio de juegos de Musk o logrará concretar su promesa de más democracia y más libertad?