Por Pablo Corso. Hay novedad, hay valentía y hay sinceramiento. A fines de febrero de este año, las autoridades del diario británico The Guardian -acaso el más prestigioso de Europa- decidieron complementar el ranking de las noticias más leídas de su home con un listado disruptivo. Junto al clásico top ten de noticias, una segunda columna destacaba las diez historias más “profundamente leídas”. Novedad, porque no había antecedentes de esa clase. Valentía, porque el periódico londinense daba -una vez más- un paso en la decisión de destacar el periodismo de calidad y sin urgencias. Y sinceramiento porque, al comparar las dos listas, las coincidencias entre popularidad y calidad eran casi siempre nulas.
A caballo de la dictadura de los clicks, los rankings de los artículos más leídos no suelen incluir los ejemplos más destacados del periodismo que puede hacerse fuera de las agendas tradicionales. Las notas de la lista Deeply read, en cambio, traen a la superficie el amplio rango de temas a los que vale la pena dedicar más tiempo. Diversa en términos de recortes, enfoques y formatos, se alimenta de una métrica que compara el tiempo de atención con la longitud de cada pieza. Las claves están en la variedad y en la profundidad.
El listado se basa en una funcionalidad de Ophan, el sistema de mediciones analíticas del diario, y ya era conocido en la redacción. “Nos ayudaba a entender cómo los artículos de menor alcance sí llegaban a audiencias más chicas”, explicó el jefe de innovación Chris Moran en una entrevista con el laboratorio periodístico Nieman. “Hace muchos años que quería compartirlo (…) Es importante mostrarle a la gente lo popular, pero también queríamos que vieran algo más”. Para asegurar que la selección sea relevante e interesante, sólo se tienen en cuenta las notas publicadas durante las últimas 24 horas, cruzándolas con ocho horas de datos sobre los lectores.
La idea está en línea con iniciativas similares que tuvieron otros dos diarios estadounidenses de primera línea. Junto a las noticias más populares, The Wall Street Journal habilita un lugar para “las opiniones más populares”. Y el micrositio de tendencias de The New York Times abre el juego a los videos más vistos, las recetas más populares y los artículos más compartidos por mail.
Misión engagement
Además de valorizar el periodismo bien escrito y fuera de las dinámicas más urgentes, la visibilización de estas herramientas responde a un asunto crucial para los medios que no se empeñan en cambiar calidad por masividad. A medida que depositan sus esperanzas en el retorno por suscripciones más que en el ingreso por publicidad, la complejización de las métricas de engagement se vuelve un asunto cada vez más insoslayable.
En el Guardian, un millar de empleados apelan a Ophan -una herramienta transversal integrada en sus cuentas de mail- para entender mejor coberturas, enfoques y difusiones. Son 250 millones de datos diarios para entre 400 y 500 artículos, visualizables por tiempo de lectura, sección, dispositivo y país. Los editores pueden monitorear los 20 que mejor están rindiendo en el sitio y en cada sección, de dónde vienen los lectores, a dónde presuntamente están por ir, y en qué medida su trayecto está siendo impulsado por los influencers de mayor presencia.
Gracias a ese loop de feedback permanente, los periodistas logran saber cómo los lectores reaccionan al contenido en tiempo real, en una radiografía del comportamiento digital que es la envidia de buena parte de sus colegas. Un flujo de datos, sugieren desde Londres, alimentado por la ambición de contribuir a un ecosistema informativo virtuoso, que rehúya a la toxicidad del aluvión de datos capitalizados en los bajos instintos del clickbait.
“El contenido digital debe ser promovido; nadie va a hallar una URL mágicamente”, insisten los desarrolladores de Ophan a la hora de sacar conclusiones. Las notas a las que no les va bien tienen algo en común: no gozaron de suficiente difusión. A veces alcanza con afinar un título o promover una segunda vida en las redes para cumplir con la sentencia justiciera de darle a cada pieza informativa la chance que se merece.
La vida después del último momento
El corolario vuelve al principio: largo no es sinónimo de imposible, complejo no es sinónimo de ilegible. El propio The Guardian ya lo venía probando con el éxito de su sección The long read, donde sus cronistas se explayan sin restricciones sobre asuntos tan variados como las últimas ambiciones de Hamás, el pasado esclavista de Jamaica o las enseñanzas que dejan las súper-colonias de hormigas.
La decisión de visibilizar esas piezas que promueven (y consiguen) una lectura profunda, tienen muchos correlatos fuera de ese medio, en propuestas que se mantienen vigentes a pesar de -o quizá por- su terquedad en mantenerse casi tal cual fueron concebidas. La revista The Atlantic lleva 167 años en el mercado, y después de algunos relanzamientos, conserva el vigor del primer día. Lo mismo podría decirse de The New Yorker, epítome de la lectura culta de las clases urbanas y todavía muy influyente cuando está a punto de cumplir un siglo. También de la siempre cool pero no por eso menos rigurosa Wired, la revista que lleva tres décadas desentreñando las revoluciones y sutilezas que guían la relación entre humanos y tecnología.
¿Y qué pasa en Argentina? Una de las novedades de nuestro devastado entorno informativo se llama, en cambio, Corta:“un medio digital para gente sin tiempo”, pensado para los abrumados que buscan “comprender lo importante en una nube de interpretaciones escritas en párrafos que nunca terminan”. Con frases que no llegan a ser párrafos y noticias que no llegan a ser notas, su emergencia parece un síntoma y una consecuencia del estado de las cosas en nuestro panorama mediático desde hace al menos una década.
Pero la lectura extensa y profunda opone resistencia. Puede hacerlo desde marcas míticas como la revista Crisis, emblema de los años previos a la última dictadura que hoy transita una prolífica segunda vida gracias a su colectivo editor de periodistas, escritores y sociólogos. O la plataforma multidisciplinaria Anfibia, que desde 2012 recorre todas las vicisitudes de un país, de una región y de un planeta en llamas. Incluso elDiarioAR, a pesar de algunos cimbronazos que diezmaron su redacción los últimos meses, insiste en los panoramas, entrevistas e informes iluminadores, que premian con creces la ofrenda de atención de quienes se empeñan en seguir entendiendo las complejidades de un tiempo convulsionado.
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