Por Pablo Corso. “¿Polarización política o digital? Un ecosistema con todos los climas”, es el título que promete -y consigue- ayudarnos a entender cómo funcionan nuestras ideas, y cómo actuamos en consecuencia, cuando enfrentamos a un mundo atrapado por los extremos en las redes y en los medios. El logro corresponde a Natalia Zuazo (licenciada en Ciencia Política y magíster en Periodismo; dirige la agencia de comunicación política y digital Salto) y Natalia Aruguete (investigadora del Conicet y especialista en la relación entre las agendas política, mediática y pública).
Sus aportes se leen en Polarizados, un libro de Capital Intelectual con subtítulo sugerente: ¿Por qué preferimos la grieta? (aunque digamos lo contrario). Las autoras hacen su aporte con un dato inicial demoledor: entre 2015 y 2018, el espacio digital se redujo a tal punto que la mitad de las personas en el mundo nos conectamos a servicios de sólo cinco empresas: Google, Microsoft, Facebook, Apple y Amazon. La promesa inicial de internet -expandir el espacio cívico- está en decadencia.
A partir de esa comprobación, exploran asuntos como los mecanismos de segregación algorítmica, de exaltación de emociones y de balcanización de narrativas en las redes; la lógica de burbujas en las campañas; la capacidad conjunta de diarios, radios y la TV de instalar una definición de realidad; la posibilidad de que las acciones y los movimientos sociales trasciendan esa lógica.
El fenómeno de la posverdad, las fake news, el Brexit y la presidencia de Donald Trump también las llevan a preguntarse “hasta qué punto la polarización política puede ser explicada por la virtualización de las relaciones sociales y la explosión de las redes. Es decir, si esa guerra creciente en los escenarios de comunicación nos lleva a estar más polarizados en otros ámbitos”. Natalia Zuazo tiene algunas respuestas.
¿Vivimos más polarizados en la vida cotidiana? Sí, el concepto de sorting (“clasificación”) plantea que estamos más polarizados socialmente, no sólo mediática o digitalmente. En las formas en que razonamos a la hora de tomar decisiones, todos esos aspectos se van mezclando. La identidad política, por ejemplo, nos va clasificando de acuerdo los lugares en que vivimos, como un country o determinado barrio. También nos identifican y condicionan nuestros consumos culturales, las formas de ver la vida y hasta las acciones cotidianas, como dudar sobre si hacer un chiste que se supone que ya no puede hacerse en un grupo de chat. Los condicionamientos de las identidades políticas, sociales y culturales se trasladan a las formas en que vivimos y nos comunicamos.
¿Qué es lo más te inquieta de la lógica que organiza la información en las plataformas? Lo que me preocupa, pero a la vez me ocupa porque trabajo en eso (la lógica algorítmica, el consumo de la información, las plataformas) es la falta de transparencia. Con la TV, la radio y la prensa escrita, todos veíamos lo mismo y al otro día lo conversábamos en el trabajo, la escuela o el tren. La personalización de las plataformas hace que cada uno vea distintas cosas. Por lo tanto, no tenemos una misma base de conversación. Discutir y encontrar el punto de “la verdad” es mucho más difícil. También tenemos un problema de grises: cómo se prioriza lo que se nos muestra. El discurso oficial es que uno ve lo que le gustó a alguien que sigue. Pero cuando se elimina, censura o prioriza un contenido hay lógicas que no conocemos, como la de las denuncias de los usuarios, o que algo simplemente no le guste a la plataforma. Esa opacidad es un problema.
¿Qué sería necesario para cambiarla? Establecer normas de co-regulación: que las plataformas no se autoregulen y que otros actores también construyamos las reglas. Hace unos meses empezó un programa que dirijo para Argentina, Access Now, donde estamos trabajando para eso. No es sencillo técnica, política ni institucionalmente, pero hay que hacerlo. Hay quienes piensan que algunos aspectos de la grieta son deseables, ya que demarcan asuntos o preferencias con los cuales consideran necesario discutir, o incluso combatir.
¿Estás de acuerdo con esa perspectiva? El conflicto es inherente a la sociedad. La idea liberal de tapar el conflicto sólo lleva a que se imponga la visión de los poderosos. Mi idea de la sociedad es de raigambre marxista, en donde lo que hay es lucha y conflicto. Dicho esto, también creo que la idealización de la grieta hace que todo termine subsumiéndose en un punto A o un punto B, donde prima una lógica del conformismo, sin que se pueda llegar a discusiones y negociaciones para abordar los problemas. Tomar decisiones en forma soberana es resolver entre dos polos de lucha. Si no lo hace la política, lo termina haciendo la economía o el Poder Judicial. Los ejemplos de luchas y reivindicaciones que dan hacia el final del capítulo sugieren que es más factible conseguir acuerdos -y lograr transformaciones- en temas sociales (como las agendas de género o la Multisectorial de Humedales) que económicos.
¿Por qué creés que es así? En esos temas hay un poco más de imaginación, pero también la sensación de que se puede incidir. Por otra parte, a veces parece que ahí hay más acuerdo porque en los otros temas hubo mucho fracaso de la política. De todas formas, los conflictos son los mismos. Creo que el problema social más urgente que tenemos hoy es el medioambiental. Y ahí los intereses que hay que tocar también son difíciles. Para aprobar la Ley de Humedales tenés que ir contra el negocio inmobiliario, el forestal, el agropecuario… Respecto a la agenda de género, es importantísimo que se haya logrado la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, pero los temas que quedan pendientes son bastante más estructurales respecto del sistema. En el fondo, las luchas y reivindicaciones reales son todas materiales. Las que creemos que son más posibles, empiezan por lo local y por acuerdos de base que después van ascendiendo. El sociólogo Todd Gitlin transmite esa idea: no hay que pensar los ejemplos de lucha desde arriba sino desde abajo.
¿Hacia dónde va la relación entre política y tecnología? Esa relación necesita mucho trabajo. La política está acostumbrada a hacer declaraciones grandilocuentes respecto de la tecnología, pero no a trabajar en visiones reales de la tecnología -emancipatorias y de la vida cotidiana- para las personas. Hace falta evidencia sobre qué tecnologías necesitan las personas, trabajar en lo local en coordinación con lo estatal, la ciencia y los ámbitos universitarios de producción de conocimiento. Pensar que todas las tecnologías son unicornios es seguir una matriz extractivista. Respecto de las empresas extranjeras, se requiere trabajar muchísimo más en regulaciones inteligentes, que no son necesariamente leyes. Se necesita confiar mucho más en los especialistas que estudian estos temas. En definitiva, hacer menos declaraciones y trabajar más.