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Laura Visco: «Nos enseñan que la modestia es una virtud, pero en realidad es un dispositivo de control»

Laura Visco: «Nos enseñan que la modestia es una virtud, pero en realidad es un dispositivo de control»

Cada vez que una mujer me dice: “Se me corrió el velo”, sé que el libro funcionó, nos cuenta Laura Visco, comunicadora y autora de Amiga, hablemos de plata, Manual esencial para la independencia financiera de las mujeres en un mundo desigual. Una idea que nació como movimiento, newsletter y una comunidad, y que semanas atrás se transformó en un libro que propone una conversación tan incómoda como necesaria sobre la relación de las mujeres con el dinero. Con contundencia, simpleza y talento, Laura invita a aprender, cuestionar lo heredado y correrse del lugar en el que siempre nos puso la historia. «El dinero atraviesa todo. Tu trabajo, tus relaciones, tu salud, tu tiempo, tu deseo. Y sin embargo, es uno de los temas más silenciados entre mujeres«

¿Cómo fue el desafío de pasar del newsletter al libro?

Quería que sorprendiera. A los demás, y a mí misma también. Creo que el verdadero desafío fue sostener la voz sin traicionarla en el camino. Decir cosas complejas con palabras simples. Creo que gran parte del feminismo se obsesionó con hablar difícil. Como si el lenguaje popular contaminara, en un punto, la seriedad del pensamiento. Creo que mi experiencia en publicidad me permitió comprender con mayor claridad que lo popular no es sinónimo de superficialidad, sino una forma necesaria de construir cercanía. La legitimidad del discurso no debería medirse por su complejidad, sino por su capacidad de circular, de incomodar, de transformar. Y eso, muchas veces, no se logra desde el lenguaje sofisticado, sino desde lo directo, lo popular, lo que entra sin permiso. El libro busca usar palabras que cualquiera pueda repetir en cualquier contexto, eso hace que pueda abrir para leer un párrafo en una presentación en la librería del Fondo, y al otro día en un penal de mujeres, y que todo el mundo lo entienda.

¿Cuál crees que fue la misión al escribirlo y por qué hay que leerlo?

Cada vez que una mujer me dice “se me corrió el velo”, sé que el libro funcionó. Ese velo no es metafórico: es real. Es lo que te hace pensar que no tenés cabeza para los números, que hablar de dinero es vulgar, que deberías estar agradecida por tener trabajo (aunque te paguen mal), que si sos muy ambiciosa, es porque estás rota en algún lado. El libro no viene a darte certezas. Viene a incomodarte. A que te preguntes: ¿por qué nunca me enseñaron esto? ¿Quién se beneficia con mi ignorancia? ¿Cuántas decisiones tomé sin entender del todo lo que estaba en juego? Lo que propongo no es una solución mágica. Es algo más radical: que empieces a mirar tu historia económica con otros ojos. Que reconozcas las narrativas que heredaste. El dinero atraviesa todo. Tu trabajo, tus relaciones, tu salud, tu tiempo, tu deseo. Y sin embargo, es uno de los temas más silenciados entre mujeres. Eso es lo que vine a proponer otra forma de hablar, de habitar el dinero, desde otro lugar. El libro está ahí para acompañar ese proceso. Para dar contexto, historia y, sobre todo, lenguaje.

Porque durante siglos nos dejaron afuera del lenguaje del dinero, y cuando finalmente nos dejaron entrar, fue con condiciones: podíamos hablar, pero solo de ciertas cosas. De cuidar. De administrar lo que hay. De hacer magia con poco. Como si no produjeramos valor. Como si solo estuvieramos la economía “con amor”. Es un libro que incomoda también todo lo que nos contamos a nosotras mismas, entre nosotras mismas. Lo que repetimos sin querer. Lo que compartimos en voz baja entre amigas: que somos malas con los números, que total “va y viene”, que no importa tanto si no cobramos bien porque “hacemos lo que amamos”. Esa narrativa también hay que romperla. Porque mientras nosotras le ponemos alma, hay otros que le ponen precio. Y casi siempre es mejor.

¿Qué esta está pasando con el libro ya en la calle?

Se está vendiendo una barbaridad. Pero no sólo eso, está circulando. Las lectoras lo terminan y me dicen que compraron cuatro más para sus amigas. Se compran la versión digital y en papel también, porque lo quieren a mano, para subrayar, para anotar, para volver. Está circulando justo como lo imaginé: como un disparador, un espejo incómodo y necesario.  Hay mujeres que lo leen y se enojan, otras que se emocionan, y muchas que me escriben diciendo: “por primera vez entendí algo que me explicaron toda la vida como si fuera para otros”.

Creo que también la autogestión hizo sentido al proyecto. No podía entregar los derechos por siete años. No podía recibir una miseria por el manuscrito, ni por cada libro vendido. La autogestión, aunque dolorosa, hizo todo el sentido para las lectoras. Ellas no compran solo un libro. Compran un acto de autonomía. Tiene otra mística. Y eso, es lo que hace que esto siga creciendo y que tenga casi agotada la primer tirada. Es muy loco lo que está pasando, es el verdadero fenómeno barrial.

Terminas de leerlo. ¿Por dónde hay que empezar?

Empezá por donde más te incomodó. Ahí está la herida, el lugar donde duele mirar de verdad. El libro no tiene fórmulas mágicas. No te va a decir “hacé esto y listo”. Pero sí te ofrece marcos para entender y cuestionar. Para que dejes de sentirte sola, rara o culpable por no saber lo que nunca te enseñaron. Para mi igual lo más urgente es desarmar el mandato de la economía de la modestia (término que me invento, como tantos en el libro, pero que nos sirve para contar un poco nos que nos pasa y no tiene nombre). Una cultura que nos empuja a no pedir mucho para nosotras mismas. A conformarnos con lo justo, con lo que no molesta ni sobresale. Una economía que nos pide callar la ambición, bajar el perfil y, sobre todo, no opacar a las masculinidades a nuestro alrededor (padre, pareja, jefes, etc). Nos enseñan que la modestia es una virtud, pero en realidad es un dispositivo de control. Que nos limita, nos reduce, nos te hace dudar de tu propio valor. Romper con esa lógica es empezar a aceptar que merecemos más, que podemos más, y que no hay nada de egoísta en quererlo. Es poner en cuestión esas reglas invisibles que, aunque no las veamos, guían buena parte de nuestra relación con el dinero y con nosotras mismas. Con lo que creemos que merecemos.

Hablemos sobre comunicar temas incómodos pero necesarios

Un poco siempre me especialicé en lo incómodo. En esos temas que todos esquivan, que se quedan en la penumbra de la conversación porque molestar es más fácil que transformar. Somos humanos, y los humanos tenemos una tendencia natural a quedarnos donde está el consenso, donde la zona es cómoda y no hay riesgos de conflicto. Pero, ¿qué pasa cuando esa zona de confort es la que nos mantiene atadas a la ignorancia?

Cuando empecé a pensar en cómo hablar de la relación del dinero y las mujeres, entendí que no había una manera cómoda de abordar el tema. No podía hablar del dinero sin que fuera todo rosa: consejos superficiales para ahorrar en el café o boludeces cotidianas. Por otro lado, si lo hacía con datos, ambición y números grandes, me caía encima la etiqueta de neoliberal, como si la autonomía económica fuera un capricho capitalista y no un derecho básico. Así que tomé una decisión: ser incómoda es parte del trabajo. Porque si el mensaje no molesta, es que no está rompiendo nada. Si no incomoda, es marketing. Y eso ya lo hice antes.

Y, hablando de temas incómodos pero necesarios… Creo que parte del problema de los últimos años a esta parte es que un sector muy grande de mujeres se especializó en suavizar conversaciones incómodas. Hizo un negocio de eso. Hablemos de desigualdad, pero en colores pasteles y sin sonar muy enojadas. En los últimos años, vimos florecer toda una industria con discurso de empoderamiento con estética de salón de uñas. Arman capacitaciones en “perspectiva de género” a empresas que precarizan mujeres, las despiden embarazadas y esconden casos de acoso. Las escuchan, las validan, les dan una tote bag feminista… y después les mandan el invoice. En lugar de incomodar al poder, lo decoran. Le ponen un poquito de glitter, y que todo siga igual. Yo no vine a eso.

Creo que parte del problema de los últimos años a esta parte es que un sector muy grande de mujeres se especializó en suavizar conversaciones incómodas. Hizo un negocio de eso. Hablemos de desigualdad, pero en colores pasteles y sin sonar muy enojadas. En los últimos años, vimos florecer toda una industria con discurso de empoderamiento con estética de salón de uñas.

Los temas incómodos inevitablemente traen un poco de hate, ¿qué te pasa con eso?

El hate no me sorprendió, era lo esperado. La clave está en saber usarlo como combustible, como engagement. Lo que realmente me sorprendió fue que, en Argentina, viniera mayormente de mujeres, no de hombres. En España, en cambio, ellos suelen reaccionar más fuerte. Acá, muchas mujeres se sintieron incómodas. Supongo que es porque durante años la conversación sobre dinero estuvo monopolizada por discursos que, de alguna manera, lo moralizan o lo endulzan hasta hacerlo inofensivo. Y si alguien se sale de ese guion, el reflejo casi pavloviano es bajarla como sea.

Instagram es el far west de esa tensión: proyectos que se venden como redes de colaboración, pero operan como franquicias del saqueo. Creo que lo que sí me tomo por sorpresa es la cantidad de robo. No me esperaba tanto, ni con tanto descaro. Todo se disfraza de inspiración, pero en realidad es una suerte de carrera por el engagement sin ningún tipo de ética. Tuve que mandar dos cartas legales, también hice varios descargos. Una locura. Y lo peor: me pasó con mujeres que trabajaron para mí, que directamente se apropiaron de mis palabras, mis ideas, para vendérselas a otros proyectos. Un papelón brutal. Lo más paradójico es que parecen vivir en una burbuja: creen que el plagio pasa desapercibido. Que la gente es tonta y no distingue cuando alguien repite lo mismo, pero sin alma. Además, copiando solo lográs quedarte siempre un paso atrás, intentando alcanzar una sombra que ni siquiera sabés cómo crear.

¿Qué es lo que más te sorprendió desde que empezaste, Amiga…?

La cantidad de mujeres que necesitaban que alguien les diera permiso para hablar de dinero. Como si necesitáramos un aval para poder interesarnos por algo que atraviesa, y sostiene nuestras vidas. Y siempre con la misma penitencia: sentirnos frívolas, culpables o fuera de lugar. También me sorprendió lo poco que extraño mi vida anterior. Quizás porque entendí que no era libertad lo que tenía, sino una rutina disfrazada de éxito. Y esa es otra trampa bien tendida: nos convencen de que nuestra identidad está atada a un único oficio, como si hubiéramos firmado un contrato vitalicio con la publicidad. Lo cierto es que las habilidades que desarrollamos (resolver problemas imposibles, pensar distinto, contar historias)  son armas poderosísimas en cualquier territorio.

¿Qué viene ahora? Workshops, lecturas compartidas…

Se viene el podcast, que arranca las grabaciones en octubre cuando vuelva de las vacaciones. También se viene el primer curso integral. La verdad es que no quería pero me lo pidieron tanto que no puedo no hacerlo. Lo que viene no es un plan de expansión porque sí. Es un plan de profundidad. Porque este proyecto no busca crecer por crecer, busca crecer con sentido. Por otro lado, estoy empezando el proceso de investigación para el segundo libro, que viene un toque más polémico. Y estoy empezando a puntear otro emprendimiento paralelo. En realidad, son dos. Estoy bastante ocupada, pero también aprendí a no dejarme el cuerpo ni la cabeza en el camino.

Nos convencen de que nuestra identidad está atada a un único oficio, como si hubiéramos firmado un contrato vitalicio con la publicidad. Lo cierto es que las habilidades que desarrollamos (resolver problemas imposibles, pensar distinto, contar historias)  son armas poderosísimas en cualquier territorio.

Más información sobre el libro aquí

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