Por Pablo Corso. Si las primeras tres décadas de la world wide web podrían resumirse, un poco brutalmente, como la cristalización de una promesa cumplida (comunicación sin límites, conocimiento al instante), también representan la constatación de una esperanza fallida. A la euforia inicial por la disponibilidad de más y mejores conexiones, en los últimos años siguió la comprobación de que estamos más aislados que nunca, en una jaula construida con redes, home office y opacidad algorítmica.
El cuarto ingrediente, ese que nadie se veía venir tan temprano, es la masificación de los sistemas de inteligencia artificial (IA) generativos, que hacen cada vez más difícil saber si ese informe, esa canción, ese poema, ese dibujo, ese video y esa pieza publicitaria fueron creados por una persona o por una máquina.
De esas confusiones está hecha una teoría que viene rompiendo los círculos marginales para ir insertándose, poco a poco, en la masividad digital que nos define y atraviesa: la verdadera internet está muerta, no en el sentido metafórico de la añoranza, sino en otro bien concreto e influyente.
El argumento central es que la web tal como la conocíamos, orgánica y con contenido creado por humanos, ha sido usurpada por otra creado artificialmente (y por ende, muerta) que hoy domina nuestra experiencia online. El componente conspiranoide requiere un par de pasos más, en línea con el lema I want to believe de los Expedientes Secretos X: la transición fue deliberada, punta de lanza y globo de ensayo de las corporaciones, un paso más para sus fines maléficos de controlar nuestras mentes.
Aun si descartáramos la idea, que supone la necesidad de una acción secreta y coordinada entre cientos de miles de personas, el concepto de la “internet muerta” mantiene solidez y fundamentos. Alcanza con retomar la historia reciente. En algún momento de la década pasada los bots se volvieron cada vez más protagonistas de las redes, al punto que muchos podrían argumentar que con ellos empezó la transición de Twitter como un espacio de libertad anárquica hacia un páramo loteado y plutocrático.
Todo es artificio
El verdadero salto cuántico llegó con ChatGPT, que desde fines de 2022 genera automáticamente millones de posteos, contenido de sitios, artículos periodísticos y hasta papers científicos. Sus fotos, video y arte apócrifo están en YouTube, en Instagram y en Facebook. “En los meses recientes, esta inundación de contenido generado por IA se puso especialmente mala en TikTok –explica el escritor Michael Grothaus en el sitio de medios y negocios Fast Company-. A veces, el segundo o tercer video que veo en la aplicación fue generado por IA en todos sus niveles: desde el guion hasta la narración, pasando por las imágenes”. Cada vez más personas, en especial las mayores, caen en la trampa de pensar que eso lo hizo un humano.
Asumiendo el apocalipsis, los integrados dirán que ni siquiera vale la pena dar la batalla. Hace dos años, un reporte de Europol -la Oficina Europea de Policía- reveló que algunos expertos consideraban que, hacia 2026, el 90% del contenido de la web será sintético. En ese escenario, la posibilidad de un tsunami de deepfakes ydesinformación se volvía casi una certeza. “Los registros auditivos y visuales de un evento suelen tratarse como representaciones confiables de un evento”, razona el trabajo. “¿Pero qué pasaría si pudieran generarse artificialmente, adpatándolos para mostrar eventos que nunca sucedieron, tergiversar los que sí pasaron o distorsionar la verdad?»
La especulación derivó en una dinámica que se tornó cada vez más enrevesada. “Muchas de las cuentas que postean este contenido están obteniendo su engagement de otras cuentas que también parecen estar controladas por IA”, advierte Grothaus. Malo para los usuarios, malo para los anunciantes. Si la marea siguiera subiendo, las marcas podrían terminar despilfarrando su presupuesto en avisos creados por humanos, y por ende más caros, derrotadas ante la competencia ¿desleal? del contenido artificial que se replica y potencia a sí mismo.
Decidida a ir a fondo en esta estrategia, TikTok ya explora la posibilidad de lanzar influencers virtuales con que seducir a los obstinados que todavía confían en el look and feel de la carne y el hueso. Es una propuesta desangelada pero pragmática: en lugar de pagar una cifra en dólares de seis dígitos para que la estrella fugaz promocione tu ropa o tu auto, la plataforma ofrecerá un elenco de avatares mucho más baratos, quedándose de paso con una parte del negocio a la que hasta ahora no tenía acceso.
El fin de internet como la conocemos -su usurpación en manos del contenido artificial- también seduce a Mark Zuckerberg, en particular para Instagram, que ya empezó a testear un programa que permitiría que sus influencers más populares se vuelvan chatbots alimentados por IA, para de esta manera involucrarse con los usuarios… sin involucrarse ellos mismos.
Entre tramposos y estafadores
Los que se resisten a formar parte de este mundo todavía encuentran resquicios. Un trabajo reciente de la empresa de software Metaphysic encontró una forma increíblemente simple de desenmascarar a quienes usan deepfake durante las videollamadas. Como la mayoría de esos programas todavía son incapaces de recrear perfiles con precisión, alcanza con pedirles que giren la cabeza para hacer caer la ilusión foto-realista.
Este captcha heterodoxo podría volverse útil en el futuro; el mismísimo FBI advirtió que algunos estafadores están mirando a los deepfakes con cariño, con vistas a robar dinero o información privada. La misma agencia federal también reconoció su preocupación por otros usos que está teniendo esa tecnología, como la postulación a ofertas laborales basadas en casa.
Estos episodios suelen activarse principalmente en las áreas de informática, datos y ciencias computacionales. En algunos casos, se dieron en roles con acceso directo a información sensible sobre los consumidores, como registros financieros y bases corporativas. Los protagonistas de estas maniobras van desde extranjeros ávidos de ingresos en dólares hasta la hipótesis más inquietante de una guerra de inteligencia entre países rivales.
Como en el caso de los perfiles que se difuminan, todavía hay margen de acción para los encargados de reclutar personal. La generación de voz artificial usada por los impostores también es imperfecta, con fallas de sincronización entre el audio y la voz, o episodios de toces y estornudos que no suelen reflejarse en la visual. Para las mentes humanas, el engaño en vivo sigue siendo un desafío de primer nivel. Tensiones propias de un mundo en donde, como clamaba Antonio Gramsci, lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer.