Por Pablo Corso para RP. El problema es lo real. La posibilidad de que, en su cruce con lo verosímil, el artificio se vuelva más verdadero que eso que llamamos el mundo. La inteligencia artificial (IA) es una fuerza desatada en todos los planos de lo humano, tan ubicua que amenaza con copar dos universos tan distintos como la guerra y la industria de los medios. Por la razón o por la fuerza, el eje transversal recorre dos preguntas inquietantes: ¿Qué hay de humano en las máquinas? ¿Y qué hay de maquinal en nosotros?
La rebelión de las máquinas
“Cuando se trata del futuro de la guerra, la línea entre la ciencia ficción y los hechos de la industria suele ser borrosa”, advirtió The Guardianhace dos semanas. En la novela Ghost Fleet (Flota fantasma), de PW Singer y August Cole, que retrata un futuro cercano donde Estados Unidos mantiene una guerra con China y Rusia, el escenario está marcado por satélites secuestrados y drones con voluntad propia. No es solamente una fantasía; el texto tiene múltiples notas al pie que explican el estado del arte de cada una de esas armas.
Al menos en público, los poderes políticos intentan levantar barreras a la autonomía de las máquinas. Después de prohibir las armas químicas y biológicas, hoy tratan de limitar las tecnologías del láser cegador y otras que -literalmente- calientan al enemigo hasta matarlo. “Sin embargo, algunas de las milicias más grandes del mundo parecen estar deslizándose hacia esos desarrollos, siguiendo una lógica disuasoria: temen ser vencidas por las IAs rivales si no logran desatar una fuerza igualmente potente”, plantea el diario británico.
Los defensores de esos dispositivos plantean que, bien instruidos, podrían evitar las masacres y los “daños colaterales” asociados a nuestras emociones violentas. Pero cualquier intento de codificar la ley y la ética en una máquina asesina plantea demasiadas preguntas sin respuesta. El profesor de Ciencias Computacionales Noel Sharkey argumenta que es imposible programar a un combatiente autónomo capaz de responder a las infinitas situaciones que emergen al calor de una batalla: ¿Sería posible datificar las experiencias de los soldados en Irak, decidiendo si disparar o no frente a enemigos ambiguos?
Antes que la prohibición, el establishment militar promueve la regulación. En esa línea, un dron que patrulla el desierto durante una guerra podría lanzar una red que atrape al enemigo, librando la decisión de matarlo -o no- al humano detrás de la pantalla. La idea de rendición de cuentas suele rondar estas propuestas. “Si un programador hace volar un pueblo entero por error, debería ser enjuiciado”, sugiere Singer, cientista político y experto en relaciones internacionales. Más que una ética algorítmica, el planteo busca asegurar que las acciones de los dispositivos se vinculen a su creador humano, en un lazo de responsabilidad directa. Una suerte de patente contra la despersonalización que suele facilitar masacres en escuelas, iglesias y hospitales.
Engagement o muerte
Una despersonalización menos dañina, aunque igual de inquietante, se expande como una mancha de aceite sobre la prensa. Si el problema de lo real fue especialmente crítico en toda la historia de esa industria, algunos “avances” lo están relativizando todo. Mientras los ejemplos de titulares y notas generados por IAs se vuelven cada vez más frecuentes, los medios asisten al derrumbe de tres de sus pilares básicos. “Ninguna de estas afirmaciones es del todo cierta, pero todas son más verdaderas de lo que solían ser”, advirtió el científico de datos Marcelo Rinesi en una charla del Instituto Baikal:
– El volumen de contenido (y hasta cierto punto su calidad) ya no depende de la cantidad de trabajo profesionalmente calificado específicamente en medios.
– Lo que retrata el contenido (particularmente imagen, audio y video) ya no depende de lo que sucedió en la realidad.
– La distribución y popularidad del contenido ya no depende de las elecciones editoriales de la industria de los medios.
Son tres aseveraciones incómodas para cualquiera que haya trabajado en una redacción. El primer reflejo es negarlo; pero la tiranía del clickbait las vuelve más verdaderas que nunca. Los medios funcionan hoy como “máquinas de engagement”: un contexto ideal para el contenido creado por IA, que -al no estar limitado por la realidad, los pruritos del oficio ni los costos laborales- se optimiza para la viralidad: un juego algorítmico que los humanos creamos e ignoramos al mismo tiempo.
El escenario plantea dos alternativas, sugiere Rinesi. Por un lado, un modelo de negocios basado en “datos al azar, contenido preexistente curado algorítmicamente, conceptos publicitarios, propaganda política, o cualquier otra cosa que alguien pueda pagar para capturar o al menos confundir la atención”. Por el otro, uno que rescate el espíritu, la filosofía y los objetivos que alguna vez hicieron de la industria mediática algo relevante.
Del lado luminoso de la Fuerza, las IAs pueden potenciar y enriquecer las narrativas, con la alianza imprescindible de lectores dispuestos a dedicar más de 30 segundos a un texto. “Para crear conceptos, ideas y conocimientos lo suficientemente ricos (¡y lo suficientemente rápido!) y convertirlos en contenido lo suficientemente significativo (…) la industria de los medios tendrá que retomar su herencia como investigadores y creadores”, avisa el cientista. Si esa tendencia prospera, “el trabajo principal de un periodista de investigación experimentado no será revisar información en bruto para encontrar pistas interesantes, sino enseñar a hacerlo, con la ayuda de un programador, a los sistemas de la organización”. Es una imagen audaz, con el periodista-obrero mutando en un artista dispuesto a desarrollar nuevos estilos, replicables en un número infinito de piezas: las IAs como aliadas, no enemigas.
En esa nueva vida para la creación y la investigación, “la industria de los medios puede aprender y enseñar mucho sobre esta transformación y aprovechar las herramientas que se están desarrollando y los errores que se están cometiendo”, se esperanza Rinesi. La despersonalización completa todavía luce como una mala idea. Sin olvidar la potencialidad de las máquinas, nuestra inteligencia sigue siendo la tabla de salvación. Todavía no estamos listos para ceder el control.
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