Por Pablo Corso. Ricardo Fort daba muchas razones para caer mal. Era machista, prepotente, ostentoso y menemista. Pero también era el hijo pisoteado por un padre dominante, el homosexual discriminado en público y en privado, el forzudo que sufrió la implosión de un cuerpo inverosímil. La empatía estaba servida en su indecoro y en su dolor. Entonces nos caía bien.
Porteño de 1968, fue el menor de los tres hijos de Marta Campa y Carlos Fort, hijo a su vez de Felipe Fort, el catalán que le dio nombre y apellido a una máquina de hacer dinero con la venta de chocolates y golosinas: Felfort. Ricardo pudo haber seguido el linaje familiar -de hecho, creó las famosas barritas- pero tenía otros planes. Básicamente, ser famoso. No importaba cómo, no importaba por qué: famoso. Lo consiguió estando vivo, lo superó estando muerto.
De eso se trata Basta Chicos, el podcast que disecciona su adolescencia, primeros romances, la obsesión corporal que rayó en la dismorfia, el operativo transnacional que derivó en el nacimiento de sus mellizos, el desembarco en ShowMatch, la cumbre bizarra de Fort Night Show, la agonía dolorosa y la muerte en 2013, con apenas 45 años.
Los diez episodios de la producción de Anfibia Podcast para Spotify son una experiencia altamente disfrutable, con textos ajustados, edición dinámica, imitaciones acertadas y entrevistas hechas con la misma fe con que se aborda al protagonista: lejos de la condescendencia, emergen un inspirado Guido Süller, una aguda Marina Calabró, un inédito Matías Alé.
El enigma Fort
Basta Chicos estuvo a cargo de 26 personas, que trabajaron durante más de seis meses. El director fue Tomás Pérez Vizzón; la productora general, Julia Muriel Dominzain; el periodista y sociólogo Diego González hizo la investigación periodística; Rubén Viveros y Andrés Alarcón fueron los productores; Pablo Sala estuvo a cargo del diseño sonoro. El locutor fue Damián Kuc, youtuber cuyo canal Historias Innecesarias tiene 1,4 millones de suscriptores. Entre la carta de amor y la ironía amistosa, su estilo fija el tono del documental sonoro.
Cuando recibieron la convocatoria, Julia y Diego -también a cargo de las entrevistas y el guión- empezaron a hacerse las preguntas que se desprendían del fenómeno. La lista, enumera ella, era larga y atractiva: ¿Cómo fue tan intensamente famoso? ¿Qué legado dejó? ¿Por qué lo amaban? ¿Por qué lo odiaban? ¿Cómo es que un millonario se vuelve tan famoso en una sociedad tan desigual? ¿Cómo operaba la homofobia de la época? ¿Qué exigencias sociales existían para que dañara tanto su propio cuerpo? ¿Cuán violenta era la televisión? ¿Cuánto se maltrató a las mujeres que estuvieron a su alrededor?
Con las primeras respuestas, indagaron sobre el eje central de Basta Chicos: la vulnerabilidad de una persona que empeñó su vida en negarla. Así lo explica Julia:
-Al profundizar en su historia, uno encuentra a un niño solitario y con un padre exigente, una persona a la que le cuesta establecer vínculos no mediados por el dinero, un hombre bisexual a quien el medio no deja ingresar a menos que se adapte a la heteronorma, un individuo absolutamente necesitado de reconocimiento y fama, alguien que hirió mucho su propio cuerpo para “adaptarse” y que vivió mucho tiempo con dolor.
El público premió con empatía y con escucha masiva. Basta Chicos “no solamente fue tendencia durante los días del lanzamiento, sino que se mantuvo primero en el top de podcasts de Spotify desde el 18 de agosto hasta estos días”, celebra Julia. Era la confirmación de la otra pata fundamental en esta esta historia. Si el establishment despreció a Ricardo Fort, internet -Taringa!, YouTube, redes y plataformas- lo santificaron.
Ricardo en el cielo con diamantes
“¿Qué hace Ricardo Fort bailando en el cielo de nuestros stickers? ¿De qué está hecha su sobrevida?”, se pregunta Alejandro Seselovsky, productor asociado del podcast. “Está hecha de nuestra fascinación”.
El periodista y escritor llegó al “accidente social más asombroso que nos ha tocado ver sobre la paleta de personajes, símbolos y narrativas que distribuyen los medios masivos de comunicación” en 2008, en el VIP de la disco Esperanto.
Fue verlo y fascinarme. Fue verlo y desaparecer en él. No podría decir que lo que veía me gustaba ni que me dejaba de gustar, solo que no podía dejar de mirarlo.
Lo que veía era inverosímil: Fort bailando pop latino semidesnudo, apoyado sobre dos pufs, junto a un balde de champagne con latas de Speed. Y junto al balde, dos hombres de seguridad custodiando eso que no necesitaba ser custodiado.
Aquella escena terminó integrando uno de los nueve perfiles de Trash, su serie de retratos sobre la Argentina mediática. Una década después de la publicación, Alejandro reflexiona:
La fascinación es un rapto, el fascinado es un raptado. El mundo objetivo, el que ocurre fuera de él, ha organizado un suceso que dinamita el devenir cartesiano de la experiencia vital y lo deja secuestrado frente al absurdo (…) Hay un goce en fascinarse, en dejarse fascinar: es el goce que produce el descanso del aparato crítico, el ruido blanco de la supresión del lenguaje (…) Es inútil explicarlo mediante la treta del consumo irónico, porque el consumo irónico no existe: solo existe el consumo. El resto es indiferencia.
Alejandro amplía la idea:
– El consumo irónico es algo inventado para darse el permiso de consumir lo que se supone no debe ser consumido. Para quedar a salvo de la vergüenza. Si vas a ver a Vilma Palma en la Fiesta Bizarren, la entrada hay que pagarla igual. Es como la escena de Sergio Denis en Cara de Queso [desde 55:40]: va al country y todo es un chiste, pero al final la rompe. Después se muere y termina siendo un ídolo popular, con sus canciones en todas las canchas.
– En el prólogo al capítulo de Trash sobre Fort especulás con que “en veinte años tal vez se convierta en Moria Casán”.
– ¡Va a ser al revés! La muerte galvaniza. Ni Gilda ni Evita serían lo que son si no hubieran muerto. La muerte es el último ladrillo en la construcción de la identidad de un sujeto social y su mito. Era imposible para Fort seguir llevando el tren a esa velocidad. Se apagaba la cámara y seguía siendo Ricardo Fort. No necesitaba un móvil de la tele; él era su propio espectador. Como si Borges hubiera escrito una novela: un barroco insoportable.
– ¿Entonces, por qué nos sigue fascinando?
– La condición de la fascinación es el instante. Si no, quedás en un estado demencial. Pero todo el tiempo lo están descubriendo nuevas generaciones, que vuelven a toparse con ese balde con Speed. Van llegando públicos nuevos, y Fort sigue bailando.