Después de probar que era posible hacer una revista cultural sin publicidad y distribuir sus libros a todo el mundo sin mediaciones, Hernán Casciari incursionó en la radio y el teatro gracias al impulso de una comunidad seducida por el modelo y cada vez más poderosa. Hoy busca conquistar el mundo audiovisual y sueña con un cierre inolvidable.
Entrar en la página de Orsai <ver> es una experiencia abrumadora. A medida que el scrolleo avanza, se acumulan posteos sobre proyectos en distintos formatos y estados de ejecución, siempre bajo el mismo signo de entusiasmo, ambición y libertad. Y siempre bajo la misma premisa de comunicación directa con una comunidad cada vez más grande, seducida por el leitmotiv de Hernán Casciari: hacer cosas sin nadie en el medio. Lo que empezó como un blog el 27 de febrero de 2004 hoy es un hub creativo que alumbra libros, revistas, obras de teatro, podcasts, concursos, charlas, talleres y recitales. Ahora va por las series y las películas, mientras proyecta un grand finale sorprendente y -al mismo tiempo- perfectamente lógico.
Este año, 1965 «socios productores» confiaron en él para financiar con 100 dólares por cabeza la primera producción de Orsai Audiovisuales, La uruguaya , una adaptación de la novela de Pedro Mairal. Con la dirección de Ana García Blaya, y los protagónicos de Fiorella Bottaioli y Sebastián Arzeno, ya vendió los derechos de streaming para Latinoamérica por 600 mil dólares. El negocio asegura el recupero de la inversión y la posibilidad de seguir comercializándola en otras regiones.
El éxito llevó a la aceleración. Más respeto que soy tu madre , la historia de aquel blog que se convertiría en best seller editorial y exitosísima obra de teatro, también saltó al fílmico. Dirigida por Marcos Carnevale y protagonizada por Florencia Peña y Diego Peretti, es parte de un trato con Star+ para el que Casciari puso dos condiciones: que apareciera su Mercedes natal y que el guionista fuera su ex vecino, amigo y socio Chiri Basilis, la otra parte de la primera persona del plural que el entrevistado usará durante esta charla.
Bajo el mismo sistema de crowdfunding de La uruguaya , el segundo largo de Orsai es, al mismo tiempo, la primera película que dirigirá y protagonizará Diego Peretti. Al cierre de esta edición había reunido a 4121 socios, que recaudaron nada menos que 660 mil dólares. Se rodará entre Buenos Aires y Bruselas, con guion de la dupla mercedina, sobre una idea del actor. El combo se completa con la miniserie Canelones , basada en una historia real que vivió la madre del escritor, y el documental de la actriz Justina Bustos sobre su periplo en Isla Mauricio durante la pandemia.
¿Cómo se dio el viraje al audiovisual?
Con mucha naturalidad. Cuando confirmamos que el trabajo de esquivar a la industria editorial funcionaba, y que hacer una revista de cultura sin publicidad como Orsai era rentable, empezamos a ver otras industrias que también nos hacían ruido. La primera que encontramos -con mucho placer, porque somos muy cinéfilos- fue la audiovisual. Y dijimos: «Vamos a ver si podemos hacer cosas sin que Papito el Estado tenga que darnos dinero». Antes de tener ninguna película en mente, armé un sistema basado en la tecnología, en la compra de bonos y en la toma de decisiones de los socios productores. Una vez que eso estuvo solventado, empezamos a buscar las historias.
¿Cómo fue esta vez la dinámica de eliminación de intermediarios?
Se dan ciertas pautas, cierto patrón. Al principio de Orsai , personas cercanas de la industria editorial me dijeron que no iba a funcionar. Nos pasó exactamente lo mismo cuando empezamos a difundir el sistema que íbamos a utilizar para nuestro primer largometraje. Me llamaba gente con muy buena leche y de mucha confianza: «No lo hagas, no es posible. Solamente se puede hacer de la manera en que se hace». Como si lo tradicional no fuera una opción, sino la única cuna posible para dormir.
También hay oficios muy necesarios, que al principio se convierten en obstáculos. Son tremendamente conservadores en sus estructuras mentales, más proclives a decir «no» que a pensar un sistema nuevo. Por suerte hemos encontrado un abogado, una escribana, un contador y un administrador que trabajan muy dentro de la ley pero también son extremadamente creativos. Si me dicen «no podés usar la palabra inversor; tenés que usar otra palabra para llamar al socio productor», yo respondo «¿por qué no le preguntás a la AFIP cuál es el miedo que tienen?». Van y preguntan: «No, dicen que por el lavado de dinero…». Y yo insisto: «Bueno, ¿por qué no les explicás que no vendemos cocaína ni que traficamos con prostitutas?» (risas ). Entonces, de a poquito, ellos entienden que se puede conversar. Pero hay toda una estructura de malversaciones históricas, en donde diera la impresión de que los que vamos por caminos correctos tuviéramos que dar explicaciones todo el tiempo, en vez de poder trabajar.
¿Te paso algo similar con el sector artístico?
No, porque son oficios más humanísticos, en donde es un poco más fácil conversar. Pero sí se dio algo parecido con los sindicatos. Nos tuvimos que aggiornar mutuamente. Hay muchas cosas que se hacen por obstinación y tradición, sin que nadie se pregunte por qué. El sindicato de técnicos, por ejemplo, te obliga a utilizar a un jefe de generadores, que ya no se usan. En vez de hacerlo, prefiero dar pelea: «Estamos en el siglo XXI y el generador eléctrico dejó de usarse en 1989. No te voy a poner un jefe de generadores. Haceme juicio». A mí me gusta preguntarme todo el tiempo el porqué. Y dentro de lo posible, eliminar esas inercias.
¿Cómo te sentás a negociar con una plataforma de streaming?
Del mismo modo. Una de las razones por las que intentamos esquivar la financiación tradicional, ya sea del Estado o privada, es que no queremos que nadie se meta en lo estético y en lo artístico. Si le vendés a Netflix una idea antes de empezar a rodar, el que pone la plata termina decidiendo quién es el actor y quién la actriz, si hay que agregar una voz en off porque la gente no va a entender, te explican lo que dice el algoritmo… y a mí todo eso me chupa reverendamente un huevo. No quiero que me decidan las historias los que tienen plata. De hecho, quisiera estar lejos de ellos todo lo que pueda. Y el sistema que utilizamos, tanto para lo editorial como para lo audiovisual, tiende a que nadie me diga lo que tengo que hacer, a que nadie se meta en mi escritorio cuando estoy pensando una idea.
Pudiste defender eso ante la gente de Star+, por ejemplo.
Nuestras producciones se venden una vez que están terminadas. Nadie se puede meter. ¿La querés? Te la llevás. ¿No la querés? Se la va a llevar otro. Pero no negocio un corte final, la música, el actor o la actriz. Nada.
El latido de un sistema
En el gesto inaugural de su celebridad digital, el 30 de septiembre de 2010 Hernán Casciari renunció a seguir escribiendo para El País, La Nación y otras editoriales, harto de poner el corazón a cambio de migajas. Llevaba cinco años de comunicación directa con los lectores cuando ese mismo corazón colapsó. El episodio (un infarto agudo de miocardio) involucró a una casa alquilada en Montevideo, la intervención providencial de los dueños para salvar su vida, una reseña hilarante en Airbnb, la mención de su mismísimo CEO en una charla TED y un libro (El mejor infarto de mi vida ) que también llegará al cine gracias a Disney. Vale la pena leer la historia en el sitio de la revista o escucharla en Perros de la calle por YouTube.
¿En qué cambió tu horizonte laboral?
Pasó algo un poco de carambola, centrado en que tuve que dejar de fumar. Eso me cambió inmediatamente las rutinas creativas. Yo estaba acostumbradísimo a escribir fumando tabaco espolvoreado con marihuana, lo que me ponía en una frecuencia específica, de muchísima observación y de tomarme mucho tiempo para pensar ideas. Una vez que no tuve esa gelatina, ese tiempo tranquilo, dejé de escribir y empecé a producir cosas o a cambiarle el formato a historias que ya había escrito. Hice lectura en voz alta en radio y en teatro. Finalmente descubrí que 24 horas hoy son muchísimo más nutritivas. Hace siete años te escribía un cuento en cinco días. Hoy en cinco días puedo estar en siete proyectos al mismo tiempo.
¿Cómo organizás tu día?
Depende mucho de en qué esté metido. Ahora son unos concursos de narrativa [cuentos, novelas, guiones, obras de teatro y crónicas que juzga la comunidad] con premios en dólares. Estoy buscando que funcione correctamente todo lo tecnológico de abajo, que es muy complicado. Como se presentaron más de mil obras en las primeras 24 horas, estamos generando las preguntas frecuentes para automatizar las respuestas en menos de una semana, para que estén resueltos todos los baches que genera ese aluvión. Me encanta dejar los proyectos andando solos.
No te aburre la parte de sistemas.
¡No! Es posiblemente lo que más me divierte. La parte de atrás, de estructura, de [el lenguaje de programación] PHP, de cómo funciona la aplicación, es mi narrativa preferida.
¿La tecnología te permite salir de los esquematismos a los que te referías?
Me parece que la tecnología es muchísimo más de lo que se sospecha. Es más que comunicación vertiginosa, y tiene mucho de democracia. «¿Cómo que tienen dos mil socios-productores que toman decisiones?», suelen preguntarme, «¿no es un quilombo?». Yo les digo: «No, al revés. Ellos tienen una aplicación, como la Cámara de Diputados, que deciden en 24 horas y con 51% de quórum». No son dos mil personas charlando boludeces alrededor de una mesa. Tenemos un músculo productivo muy fuerte gracias a una tecnología de punta. Si fuéramos unos hippies fumones, no funcionaría.
Encontraron un sistema bajo el cual se pueden conducir las conversaciones de modo eficaz
Es eso: mucho de lo tecnológico y mucho de la comunicación. Es una tecnología que hay que poder comunicarle a mi vieja. Aunque sea muy moderno, el modo de relatarlo no tiene que ser excesivamente técnico, todo lo contrario. No te tenés que dar cuenta de que abajo hay 17 desarrolladores trabajando; la magia está en que parezca analógico.
Te preocupás mucho porque cada posteo sea accesible.
Sí. La comunidad no es de target sólido. Es muy abierta, muy intergeneracional y geográficamente está por todos lados. Tengo un grupo de desarrolladores muy jóvenes que me dicen todo el tiempo: «Tenemos que meter todo en cripto, lo que estás haciendo es casi lo mismo que el blockchain». Yo les respondo: «¡Aguantame! El día que mi vieja diga la palabra ‘criptomoneda’, ahí sí». Yo no quiero espantar a la gente. «Por abajo, desarrollen para que dentro de cinco años estemos a la vanguardia en eso -les pido-. Pero no andemos diciendo que en la película podés invertir solamente en cripto. A la gente le tenés que decir que lo podés hacer en pesos o en dólares». Son cosas sobre las que hay que ir avanzando muy despacio, y al mismo tiempo saber escuchar por dónde está todo el mundo: qué cosas asustan, cuáles generan confianza.
Una comunidad blindada
Cuando un novato se interesa por un posteo que anuncia otro lanzamiento de Orsai , se activa -como un organismo de mil antenas- una comunidad que se encarga de dar la bienvenida, y despejar dudas sobre fiabilidades y rentabilidades. Casciari dejó de hacerlo hace mucho; lectores, seguidores y socios saben responder con precisión, claridad y respeto. A juzgar por la tira inconexa y delirante de comentarios que suelen leerse en buena parte de los sitios web, quizás estemos hablando de uno de sus mayores triunfos.
¿Cómo se logró eso?
No es una comunidad que integre ninguna grieta. No hay política adentro. Si bien tiene personas de diferentes ideologías, no hay distracciones que impidan hacer avanzar un proyecto con esperanza. Eso también lo fuimos construyendo desde la revista, donde en un mismo número pueden estar Santiago Llach y Male Pichot, que se cagan a trompadas en Twitter pero ahí conviven. También hay un montón de gente de derecha y de izquierda conviviendo en los productos audiovisuales. Lo hacemos a propósito. No nos gustaría renguear de una sola pata
¿Pero por qué, si el conflicto ideológico permea en prácticamente todos los aspectos de nuestras vidas, no lo hace en la comunidad?
Entiendo que la comunidad está basada en un concepto, que es Orsai , que a su vez está basado en un blog mío. Y yo suelo sentirme culturalmente de derecha y económicamente de izquierda. No soy un talibán de un bando. Si lo fuera, no podría producir con honestidad. Estaría todo el tiempo pensando: «¿No le estaré haciendo el juego a la derecha/ a la izquierda?». Me parece que todo el mundo está pensando más en eso que en avanzar. Y a mí me gusta mucho avanzar. Hay además una ideología de copyleft muy clara: estoy en contra del derecho de autor, del exclusivismo cultural y de los subsidios, ya sean estatales o privados. Un chabón de derecha me quiere por eso, ¡pero soy zurdo! Y después, casi todas las provocaciones, son factibles de que me quiera el zurdo. Me parece que la grieta es un barrio. Y la ideología de la ausencia de derechos es más macro, un tema que posiblemente sea grieta dentro de cincuenta años, pero no ahora.
¿Por qué tanta gente confía y se embarca en cada proyecto?
Porque es verdad. El desafío y el riesgo que asume cada uno pueden hacer que todo se desbarranque. Cuando decimos «vamos a hacer nuestro primer proyecto cinematográfico», también decimos «no sabemos nada de cine». Pasó del mismo modo con la primera revista. Hacemos esfuerzos enormes para que todo sea maravilloso, pero cuando tenemos un problema lo decimos, no tratamos de esconderlo o maquillarlo. Hacemos que forme parte de la épica. Al mismo tiempo, juego con todo eso de forma literaria. Mi película no es La uruguaya o Canelones ; es «cómo hacemos para que 5.500 personas hagan una película». Cómo cuento que, en medio de lo sacrificado que resulta en un país como este -de cepos cambiarios, de ausencia de reglas de juego estatales-, le pido a la gente unas divisas que se van a intercambiar un año y medio después, y que eso no desacomode la economía de nadie. Cómo cuento la logística que usamos para hacerlo de manera legal y que al mismo tiempo parezca rarísimo, por qué casi nadie lo puede hacer, por qué podemos enviar nuestros libros a Suecia en tres días… Tenemos una ingeniería por abajo y una literatura por arriba.
El «cómo» te entusiasma casi tanto como el «qué».
No creo que el cuento sea solamente lo que escribe el escritor. El cuento es el interlineado, el tipo de letra, el papel en que se lee o el formato en que se emite el mensaje. No es lo mismo un auditorio medio dormido después de 12 horas de haber caminado que uno que se sienta en las butacas con la cabeza fresca. No podés contarle el mismo cuento. También tiene que ver el contexto: dónde, cuándo y a qué hora. No creo en el cómo y en el qué como cosas separadas. Tener a un montón de gente dispuesta a ser engatusada con una historia, o desconfiando de lo que vaya a decir, hace que tenga que hacer dos cuentos distintos. Y eso también es el cuento.
Cerrar el círculo
La evolución de Orsai fue tan sólida que el nuevo anuncio de Casciari suena increíble y verosímil al mismo tiempo. «Así como hace tres años venimos trabajando con cine, pero hace un año y medio que lo decimos, hoy por abajo estamos trabajando muy fuerte para que en febrero de 2026 nos convirtamos en la primera universidad latinoamericana de narrativa», adelanta. El objetivo es «seducir durante tres años al Ministerio de Educación con tareas de excelencia que tiendan a desarrollar, estimular, colaborar y participar en iniciativas educativas, comunitarias y de investigación vinculadas al desarrollo de la cultura y la comunicación, en particular en las área de la literatura, la crónica periodística, el cine, la dramaturgia y cualquier otro registro que requiera el arte de la narrativa como soporte natural», precisa la web. La estrategia es la que vienen desplegando: recibir donaciones en dinero y otorgar fichas para que cada socio premie cuentos en un concurso, beque a estudiantes que no llegan a pagar su posgrado, financie investigaciones sobre narrativa o aumente el capital para un proyecto.
Junto a un Consejo Directivo que integran Casciari, Basilis y el historietista Horacio Altuna, el proyecto involucra tres áreas: Comunidad (concursos de cuentos, encuentros de escritores y profesores, librerías virtuales, talleres de cine, teatro, novela y guión), Educación (cursos de formación docente, becas para profesores extranjeros, experiencias en escuelas públicas) e Investigación (congresos, anuarios, revistas).
¿Cómo fue el proceso?
Era algo con lo que veníamos fantaseando desde hacía tiempo, pero no teníamos una pata adecuada. Chiri y yo podemos hacer una revista, una película o una serie, pero esto es otra historia. Y hace siete años conocí a la que ahora es mi mujer [Julieta Gómez Zeliz], que se dedica casi exclusivamente a crear universidades. Encontré a la persona indicada. Si no, imposible. Soy incapaz de hacer una silla, imaginate una universidad (risas ).
¿Qué formato tendrá?
Es un instituto universitario con un campus en la provincia de Buenos Aires, entre Mercedes y Luján, de 400 hectáreas. Un lugar en donde, si todo sale bien, van a venir a estudiar muchísimas personas de Iberoamérica. Ese sería el paso final. Por lo menos para mí. Después de eso, mi muerte (risas ). Tampoco tengo más tiempo. Me gusta el juego de decir: «Esto que empezó como un blog termina en una universidad».