Por Pablo Corso. La pregunta encierra su propia respuesta: el metaverso es pura promesa. A contracorriente de los análisis que buscan bajarle el precio, los expertos del Instituto de Estudios Futuros de Copenhague se propusieron “desafiar e inspirar las perspectivas sobre el futuro y ayudar a que los lectores tengan un entendimiento mejor y más profundo” sobre este entorno del que se habla mucho y se sabe poco.
“Imaginá un futuro donde los mundos físico y virtual se fusionaron”, propone el white paper del organismo que lleva medio siglo proyectando escenarios desde un saber multidisciplinario. En esa nueva realidad, las capas de información complementan nuestro entorno para revolucionar los conceptos de experiencia e interacción. El Instituto avizora un conjunto de espacios inter-operables donde trabajar, jugar, aprender, relajarnos, socializar, comercializar y comunicarnos, que crearán un sentido de pertenencia nuevo e inesperado.
Lo que tenemos hoy es más bien un ecosistema de betaversos fragmentados. Uno del que, tomando la parte por el todo, algunas compañías intentan hacer un meta-washing: declamar que son parte del metaverso basándose en algunas inmersiones toscas. ¿Cuáles son las condiciones para trascender la promesa? En principio, la adopción masiva de un conjunto de tecnologías dispersas: realidad virtual, realidad aumentada, Web3 e internet de las cosas. Entre la utopía y la distopía, el informe proyecta cuatro posibilidades.
1. El metaverso libre
Recuperar el control no solo de los datos, sino también de la arquitectura. Una sociedad de personas con diferentes motivaciones pero un mismo propósito: reemplazar a la Web2 (internet como la conocemos hoy) por una interfaz descentralizada que incorpore tecnologías de blockchain para intercambiar bienes vía NFTs o contratos inteligentes, bajo el modelo de la organización autónoma y la emergencia de marcas nativas disruptivas.
El principio rector es el código abierto -y sin propietarios- sobre espacios y bienes digitales, lo que permite emplearlos en múltiples instancias. Dada la naturaleza descentralizada del metaverso libre, hay pocas reglas más allá de las que están inscriptas en los protocolos, lo que hace factibles las iniciativas ilícitas en los rincones más oscuros. El precio de la libertad.
2. El metaverso nerd
El paraíso de los innovadores. Una visión aún optimista, pero quizá más realista, que reconoce la dificultad de sostener el interés tras la primera ola de curiosidad. Con la burbuja de las mega-inversiones ya disipada, este metaverso sigue siendo libre aunque algo excluyente, culpa de las limitaciones que impone la tecnología. Aunque sigue nucleando actividades relacionadas al trabajo y al fitness, los heavy users vienen del mundo gamer, donde trajes y guantes para percibir pesos y texturas son moneda corriente.
Los puntos en contra son notorios. La escasa supervisión y la garantía de anonimato abonan el terreno para los discursos del odio, las teorías conspirativas y la clandestinidad. A favor: las interacciones que habilita el equipamiento sensorial crean experiencias inmersivas donde se puede sentir el viento en la cara, el esfuerzo de subir una montaña y hasta saborear una comida. Lo inquietante: la experiencia puede volverse tan seductora que algunos empiezan a considerar el mundo virtual más importante que el físico. Hay quienes van tan lejos que se ofrecen como voluntarios en experimentos que buscan perfeccionar la interfaz cerebro-máquina, tomando el riesgo de llevar implantes a cambio de una pizca adicional de verosimilitud.
3. La dispersión de los betaversos
Discrecionalidad pura. Ansiosas por monetizar el hype, una docena de compañías Big Tech lanzan su propia versión del metaverso, en una fiebre que se extiende a superpotencias como China y Rusia. Ninguna supone una disrupción tecnológica mayor ni busca reemplazar a la web actual; todas buscan que interactuemos con nuestros avatares en espacios públicos y privados, cediendo atención y dinero.
La gratificación es instantánea, pero no es el mejor mundo para los usuarios, que deben luchar contra la incompatibilidad entre sistemas y pagar al dueño de cada betaverso por el derecho a comercializar su contenido. Es, también, una tentación para el loteo permanente. Las publicidades brotan en la vía “pública” y el artista del momento suena en cualquier charla social. Una proyección que se parece bastante al mundo actual: los dueños de cada betaverso saben todo lo que pasa en ellos y comercializan los datos con terceros. Como contrapartida, cada plataforma tiene vía libre para monitorear y denunciar abusos. Alivio parental.
4. El metaverso monopólico La competencia del escenario anterior se disuelve rápidamente gracias a la emergencia de un metaverso híper-popular, ya sea por su funcionamiento, generosidad con los creadores o simplemente por haber sido el primero. Tras el fracaso de los evangelizadores del código abierto, los usuarios se conforman con que la regulación estatal evite las peores formas de explotación de sus datos. Pero el avance es feroz: los NFTs y las criptomonedas también se vuelven propiedad de la plataforma. Como se requiere prueba de identidad para ser parte, es fácil individualizar los ilícitos. En esta deriva, el metaverso es un espacio seguro aunque orweillano.
Para evitar más restricciones oficiales, los dueños del metaverso toleran la existencia de competidores, a quienes incluso permiten usar parte de su software, pero no lo suficiente como para volverse contendientes serios. La normativa interna es escurridiza. En algunos países se prohíbe el nudismo; en otros, el sexismo y el racismo; otros sancionan la crítica a gobernantes o referentes religiosos. Pero la censura es sutil: los algoritmos pueden remover, reemplazar o alterar contenido con elegancia. Así como existe la realidad aumentada, también se puede apelar a la realidad disminuida.
Zona de promesas
El paper cierra con preguntas que ayudan a priorizar el deseo y repensar el camino: ¿Cómo y quién regularán el metaverso en el futuro cercano? ¿Cómo afectará a nuestras sociedades democráticas? ¿En qué medida seremos dueños -y controlaremos- los contenidos? Las respuestas se están construyendo.
Imagen: Midjourney