Juliana García Bello es la fundadora de la marca argentina que lleva su apellido. Una marca sustentable basada en la técnica del up-cycling y que ahora desde Arnhem, ciudad a 98 kilómetros de Ámsterdam, a través de sus colecciones mueve los reflectores hacia el sur de nuestro país. Su Río Grande natal está siempre presente, al igual que el amor que le inculcó su abuela por el diseño y la búsqueda de una alternativa zero waste en una industria tan complicada como la de la moda. Así logra prendas que cuentan historias, recuerdos y reflexiones. Piezas durables, de bajo impacto, sin género, confortables y atemporales, hechas a partir de la reconstrucción de ropa donada, vieja o en desuso. Hablamos con la diseñadora sobre su recorrido, los desafíos y oportunidades en el mundo del supra reciclaje y las claves para quien quiera intentarlo.
De Tierra del Fuego a La Plata, a Capital, a Holanda… Hagamos un up-cycling espacial, ¿qué rescatás de cada lugar?
Jaja. Bueno, de Tierra del Fuego, al ser como mi casa, el lugar donde me crie, rescato a mi familia y a la comunidad. Ahí aprendí sobre el slow fashion, es una ciudad muy pequeña; ahí aprendí a vivir la vida un poco más lento. De La Plata rescato a mis amigos y también a mi familia porque todo mi lado materno vive ahí. Para mí es un lugar de mucha cultura y mucho arte. La Plata vino a darme una especie de residencia artística entre mis amigos y mi profesión. Buenos Aires me dio la universidad y a mis colegas. Está todo lo que para mí significa la parte profesional, y Holanda es mi nueva casa. Es mi presente. Estoy descubriendo muchas cosas, todo es bastante nuevo por más que hace dos años que vivo acá, ¡con todo lo que fue el COVID, imaginate!
¡Claro! ¡El mundo es distinto! ¿Por qué elegiste Holanda?
Viví entre once y doce años entre La Plata y Capital, y necesitaba moverme. Estaba muy en mi zona de confort. En ese momento daba clases en tres universidades. Tenía 30 años, había terminado mi posgrado, había desfilado en Bafweek como cinco veces y con Santi, que es mi compañero y la otra pata de la marca, queríamos movernos para ver cosas nuevas, sentía que estaba como en un loop haciendo siempre lo mismo. Pensamos en Berlín pero presenté la colección de mi abuela en el Fashion Makes Sense Awards, que es un concurso de Fashion Clash, y quedó seleccionado. Ese mismo año me presenté para un desfile dentro de Fashion Clash y también quedé seleccionada. Entonces dijimos: «Bueno, ¡quizás es Holanda el lugar!».
¡Las señales eran claras!
¡Sí! Ya habíamos estado acá unos años antes de venirnos y era un país que nos interesaba sobre todo por la apuesta sostenible que tiene el país en sí. Se supone que en 2050 no van a usar más energía no renovable, cuestiones que están bastante en la misma línea de lo que me interesa seguir investigando. Y nos quedamos en Arnhem porque está la universidad donde quiero estudiar un máster. Al principio tenía dudas por el COVID, pero me parece que esto va a seguir un tiempo más así que allá voy, lo voy a hacer igual.
Uno tiene la teoría, pero me gustaría que me cuentes cómo es el proceso de up-cycling. Cómo es la previa y si es realmente posible escalar la producción
Comparado con la producción tradicional que conocemos de indumentaria, el up-cycling es bastante diferente e incluso muy difícil de llevar a cabo. No porque sea difícil el proceso sino porque se necesita re-educar, transmitir conocimiento. Volver a poner energía en transmitir y desarrollar nuevos sistemas dentro de la producción actual. Las personas que están acostumbradas a trabajar de cierta manera dentro de la línea de producción necesitan adquirir otros conocimientos que permitan que el up-cycling sea posible. Eso hace que todo sea un poco lento porque las grandes industrias no quieren invertir en educar a estas personas. Hay muchos momentos donde el trabajador necesita tomar decisiones por sí mismo sobre el diseño. Por ejemplo, vos vas a cortar y tenés un botón, por más que lo hayas planificado, en el diseño de la prenda en la que estás trabajando cambia algo y es importante que el trabajador tenga las herramientas para poder solucionarlo. Re-educar a las personas lleva tiempo y el tiempo significa plata. Ahí radica la complejidad. Es algo supersimple de hacer pero no muchas marcas pueden hacerlo: necesitas sí o sí tener en la cadena de la línea de producción una persona encargada de tomar decisiones de diseño up-cycling. Estoy todo el tiempo intentando desarrollar estos sistemas, ponerlos en valor y tener el registro para ver y ser consciente de eso. Si te aparece un botón, vos podés elegir entre tres decisiones: a, b y c. Eso alguien lo tiene que escribir.
¿Una suerte de manual para sistematizar procedimientos?
¡Claro! Y enseñárselo a otros para que lo puedan hacer. Desde nuestro lugar estamos apostando a eso, a seguir investigando y desarrollando metodologías propias de up-cycling que tienen que ver sobre todo con desarrollos de diseño, porque trabajamos con prendas estándar que ya están en el mercado. Prendas que ya tienen una forma, un diseño, una moldería. Hay muchas partes del proceso que hay que hacer a mano, como cortar. Eso es con una tijera y a mano. Hay energía de una persona puesta ahí. Es mucho más artesanal. Se puede industrializar a gran escala. La última colección que hicimos en colaboración con una marca fue la primera vez que estandarizamos un producto y lo pudimos repetir, y en diferentes colores. Logramos hacer 70 ítems de un mismo producto. Esto quiere decir que funciona pero sí se necesita reeducar y capacitar a la gente que trabaja.
Mi duda es la siguiente: vos necesitás partir de una base sobre la que elaborás un diseño sumándole y recuperando partes de otras prendas. Si tenés que hacer una o dos, está perfecto, trabajás con lo que hay. Pero ¿cómo podés repetir el mismo resultado?
En nuestro caso, lo que hacemos es solo trabajar con camisas, tela de jean o textiles de gran tamaño, como podrían ser carpas, bolsas de dormir, manteles, sábanas, acolchados también; pero sobre todo, nos interesan las camisas y los jeans. Y dentro de eso, especialmente las camisas, porque son un producto que abunda, que los trabajadores deben cambiar constantemente y la gran mayoría son de algodón, entonces te deja seguir haciendo productos compostables. No soy fundamentalista en ese sentido porque me interesa usar lo que está, lo que existe, y hay productos que no son compostables, como los acolchados. La forma de hacerlo escalable es encontrar un producto y que ese producto sea reproducido por la industria tantas veces que podamos encontrarlo de la misma manera, en el mismo talle y tamaño, y con las mismas características. Las camisas de hombre, por ejemplo, tienen una moldería determinada: los talles S, M, L, etc., son universales, con lo cual si tomás una camisa M de Holanda o de China -casi todo está hecho en China o Bangladesh-, todas tienen la misma moldería. Encontrar ese producto, esa materia prima, es importante para poder escalar. Lo complejo para las pequeñas marcas o productores, e incluso para los grandes productores, es encontrar esa materia prima. A veces es fácil iniciar un proyecto, pero es difícil sostenerlo o que te permita hacer un patrón para volverlo a usar. En general, en los proyectos pequeños uno hace un patrón y todo el tiempo lo está cambiando, eso termina no siendo sostenible para la marca porque estás trabajando con productos únicos. Nosotros vivimos en un barrio donde la mayoría de la gente trabaja con camisa, entonces cuando recibimos donaciones recibimos muchas camisas. Una pequeña pyme o un diseñador que quiere empezar, tiene que observar el lugar donde habita. Saber si a su alrededor hay producciones de alguna industria que sobre. O por ejemplo si hay escuelas cerca a las que se va con uniformes y esos uniformes se cambian año a año. Hay que estar atento a cuál es «la basura» o ese desperdicio textil que existe a tu alrededor, que va a seguir existiendo y que lo podés poner en valor vos mismo. En la Argentina trabajaba con camisas y con jeans porque sentía que había tanto que seguro podíamos trabajar con eso por años.
En esta edición estamos profundizando en cómo ha ido cambiando la noción de belleza, y me parece que tu propuesta rompe con el ligue que hay entre lo nuevo y lo bello, que con tus prendas generás una nueva línea de tiempo.
Sí, puede tomarse como algo nuevo hablando de la belleza. Yo se lo adjudico a que soy fueguina. Cuando estaba haciendo mi tesis en la universidad, en la UBA, trabajaba sobre identidad nacional y sobre todo con ser nacida en Tierra del Fuego. Y cuando intentaba explicarles a mis docentes la belleza o la estética que estaba tratando de llevar a cabo, les tenía que decir: «Pensá en Bariloche. Bueno, eso no es Tierra del Fuego». Es volver a un paisaje bastante diferente del que es conocido como patagónico. Siendo de Tierra del Fuego hay una gran masa de cosas para pensar. Río Grande, donde me crie, es una ciudad de trabajadores de fábricas textiles pero también de campo. Hay mucho de nuestros pueblos originarios, una mixtura entre algo artesanal y algo sumamente industrial. Una mezcla entre ropa de autor y ropa de trabajo. Hay algo de la funcionalidad de las prendas que tiene que ser específicamente así porque es la única forma para un clima tan hostil como el de Tierra del Fuego. Por eso creo que la estética viene de ahí. Creo que uno absorbe la estética hasta los 7 años, esas cosas que son simplemente sensoriales. Todavía tengo esa sensación porque me criaron de esa manera y en ese lugar. Hay algo en las prendas que guardan esa «nueva belleza» que, hablando de la sustentabilidad y up-cycling, viene a ayudar. Pienso en marcas como Patagonia, por ejemplo, que necesitan hablar de la belleza del mundo para que vos recapacites a la hora de usar una prenda.
Y al mismo tiempo, en la moda siempre se libró esta batalla de género y diversidad. Ya sea por los códigos binarios que maneja, por la provocación a esos estereotipos, por exclusión desde los talles. Tu propuesta parecería estar por encima de todo, pero contame cómo lo vivís desde adentro. A la hora de diseñar, ¿es liberador o condicionante?
Me condiciona. Sobre todo a la hora de pensar y buscar diseños o prendas más inclusivas ya sea por los talles, la belleza, la hegemonía. En Holanda es aún más difícil de explicar, porque hay códigos estéticos, tal vez cuando decís algo, decís otra cosa al mismo tiempo… Entonces acá me pregunto bastante acerca de eso, cuando uso a una chica o uso a un chico, ¿están entendiendo el mensaje o está todo distorsionado? Son otras culturas y las personas entendemos cosas diferentes dependiendo del lugar donde estamos. Lo que en la Argentina es no gender, acá es otra cosa; usar una chica rubia en la Argentina es una cosa, y si acá no la uso, no estoy comprendiendo a más del 90% de las mujeres. Requiere un análisis, ver dónde estás parado y qué es lo que tenés que comunicar desde ese lugar. Mi marca empezó como «marca de autor», entonces al trabajar sola en el taller, muchas de estas cosas surgieron hace mucho tiempo. Yo soy diseñadora, me gusta la moda, me gusta la ropa y sin embargo mido 1,50, uso el pelo corto generalmente y sentí que en algún punto la moda me excluía a mí y a un montón de personas y tenía que pensar desde ahí. La mayor parte de mi vida usé ropa de varón, por así decirlo, y siempre me fue raro entrar en una tienda de hombres para comprar una prenda que fuera para mí y fingir que no tanto. Buscar que marcas tan pequeñas como la mía jueguen con eso, intentar encontrar otras maneras o tener otras visiones de las cosas, es importante. Las grandes marcas no pueden jugarse a hacer toda una temporada no gender y arriesgar a perder todas sus ventas. Nosotros desde nuestro lugar, al ser pequeños, tenemos esa libertad de decidir qué cuerpo ponemos, qué modelos usamos en un desfile.
Hiciste tu carrera como diseñadora, ganaste un montón de premios, pero en un momento García Bello se volvió marca y ahí entran a jugar otras cosas. ¿Cuáles fueron esos desafíos?
El equipo de trabajo. Me di cuenta de que García Bello era una marca cuando empecé a hacer fotos con otras personas. Cuando se empezó a mezclar mi identidad con la de otros. Cuando otras personas podían interpretar mi marca y hacer algo ellos mismos. Ahí entendí que la marca era una identidad en sí misma que se había generado y que yo me podía separar de eso. Podía dejar que otros hagan. Dejaba de ser Juliana García Bello para ser García Bello. Hay interpretaciones de prendas por otras personas, hay fotos, hay videos, hay música, ya no era yo sola. Tener un equipo de trabajo hace que la cosa cambie.
¿Y aprender a soltar es complicado?
No. Pero sí me gusta armar equipo con gente que conozco. Que seamos amigos, que me conozcan fuera de la marca, que haya mucho respaldo para saber que estás dejando en buenas manos algo que vale mucho para vos. Este año dejé un gran stock en la Argentina con una amiga de Tierra del Fuego que es la que se encarga de hacer los envíos, por ejemplo. Armar un equipo es muy importante. Que haya gente que espere una devolución monetaria cambia las cosas. Para que una marca sea marca se necesita plata. Y saber invertirla. El trabajo y el tiempo de las personas es dinero. Intento que la gran, gran mayoría de las veces que trabajo con personas haya un intercambio monetario.
Es que al principio, entre amigos, todos nos ayudamos, pero el tema está en sostenerlo en el tiempo y dar ese gran paso, ¿no?
¡Sí! Me ha pasado con Zanarenco, un amigo que hace fotos en la Argentina para nosotros y nos hizo las últimas del BAF y de algunas cosas, ¡y no quería cobrar! ¡Yo te voy a pagar! Es difícil poner este límite pero es superimportante para mí. Con el tiempo, al trabajar en la industria de la moda y al trabajar mucho tiempo muy gratis para la industria de la moda, descubrí que es muy importante, si queremos cambiar la industria, que esas cosas estén claras y dejar de hacer trabajar a mucha gente gratis.