Diseñador gráfico, ilustrador, artista, director de arte y docente. Alan Berry Rhys desarrolló un lenguaje que lo acompaña en toda su obra y que surge a partir de un ejercicio de disección que luego recompone bajo su propio tamiz. Con él conversamos sobre su filosofía de trabajo, la formación de talento, su relación con las marcas y el recorrido que lo llevó a las grandes ligas. Por Marta González Muguruza para RP#131
La disección gráfica es parte de tu proceso de trabajo. Si te parece, me gustaría intentar hacer una disección de tu universo. ¿Cuáles serían las estructuras? Por un lado estudié diseño gráfico, esa es mi formación. Fui docente durante ocho años en la UBA, y paralelamente siempre fui ilustrando. En su momento fui a talleres, pero dejé porque me aburría la parte más pictórica, agarrar un pincel y pintar. Después encontré la serigrafía y me encantó. Entonces, por un lado soy diseñador gráfico, por otro soy ilustrador y, dentro de la ilustración, el diseño gráfico es algo que ya hoy no ejerzo. De alguna manera mi obra tiene una iconografía y el formato que más me gusta. Me fascina el póster, es como que el diseñador grafico está ahí. Mis ilustraciones son casi avisos, casi pósters, son packagings. La ilustración tiene dos patas: la pata personal, que es la que genero en mi obra propia, y la pata comercial, en la que ilustro lo que me pide la agencia. En general trabajo mucho para el exterior. Tengo un agente en Londres. Así que un poco eso es a lo que me dedico profesionalmente.
¿Cómo es tu relación con la compu? En tu trabajo hay algo de tecnología vs. craft. No le reniego a la tecnología pero sí hay algo en mi obra que es más simple; ya sea que lo haga a mano o en la compu de alguna manera siempre remite a lo hecho a mano. Y trato de que las líneas, aunque no sean perfectamente rectas, fluyan.
Hay un disfrute en esa limitación. Sí, yo siempre necesito ponerme limitaciones porque si no, cuando estás ante una hoja en blanco, con un proyecto donde vale todo, te abruma la cantidad de posibilidades. Además soy medio obsesivo con esta idea de la disección. Necesito decir, por ejemplo, “trabajo con dos colores”. Tengo dos colores y las combinaciones de colores que elegimos son estas y me hago un catálogo. Esto que yo hago de ordenar así en cuadrados es mi forma de encarar el mundo, no soy muy ordenado en mi vida cotidiana, pero en mi cabeza funciona así. Si siento que me quedan opciones por desarrollar, no puedo elegir y me trabo. Ponerme limitantes me ayuda a producir, a forzar cosas que están buenísimas.
¿Cómo eras de profe? ¿Tenías un discurso hecho para el primer día? ¿Qué les bajabas a los chicos? Bueno, en la facu daba Diseño Gráfico 2, era una materia práctica, de taller, y siempre la cátedra bajaba esta metodología: primero te acercás a un objeto de estudio, que era una obra de teatro para hacer un póster o a una película. Lo tenés que analizar, lo estudias, ves qué es lo que pasa, investigás. Después buscás imágenes referenciales, imágenes de primer nivel que podrían ser parte de la película, e imágenes de segundo nivel: por ejemplo, si encontraste un perro, hay un montón de representaciones del perro, ilustraciones u otras cosas que podrían ser parte de esa película, de la unidad. La idea es siempre ver qué tan lejos te podés ir. Tal vez el trabajo es traer sesenta imágenes, o doscientas o más. Llegan a ser obsesiones, pero agarrás la cámara y sacás fotos. Es una forma intuitiva de acercarte, porque tenés material visual y gráfico que es tu paleta de recursos para trabajar, tu guía. Y en un momento se te escapa solo de los dedos, después de esa investigación algo se tiene que ejecutar, hay que bajar un concepto, que a veces sirve y a veces no. Después están los referentes gráficos: un pintor, algo de esa movilidad o de esas estructuras, de la organización de una película, si está fraccionada o cómo está editada… Trabajamos mucho desde ahí.
Lindo ejercicio. Re-lindo, esa era un poco la metodología que enseñábamos. Seguro que hay personas que son recracks y no necesitan hacer todo este proceso. Yo nunca fui un crack y lo necesité, seguramente hay otras formas.
¿Coqueteaste con el mundo editorial en algún momento? Sí, intuitivamente me quería acercar al mundo del arte o al mundo de las revistas porque me encantaban. Tuve una revista de arte o de ilustración que era un póster desplegable que venía dentro de un sobre, era muy barato porque era un solo pliego. La mitad tenía publicidad, la otra mitad era toda una nota al artista y unos discos. Se distribuía gratis en varios lugares. Funcionó dos años, ocho o nueve números y después nos cansamos, hicimos fiestas, trajimos artistas de afuera y les diseñamos un libro.
¿Y quién lo financiaba? La idea fue empezar a traer artistas y hacerles la muestra acá, se lo vendíamos a una marca. Teníamos artistas número uno, entonces lo agarraban de una. Decíamos “mañana va a estar firmando libros”, y al otro día habíamos vendido mil libros. Fue un negoción, lo mejor que hicimos. Al año siguiente, pegué la primera campaña gigante: la campaña de navidad de Jack Daniel’s en Europa. Ahí di el salto a las grandes ligas. Y me decidí a apuntar todos los cañones afuera. Empecé a armar muestras afuera, lo que es toda una inversión. Pero si no estás dispuesto a invertir en vos mismo, si no creés que valés y que sos profesional, nadie lo va a hacer por vos, ¿entendés?
Estas muestras que fuiste armando, ¿cómo las pensaste en un primer momento? La primera fue una galería que tenía Chuck [Sperry] en San Francisco. Él tiene una tienda hermosa. Después hizo una muestra en Portland, Oregon, y me invitó a exponer juntos, y ahí fue el bajón de ver que lo mío no tenía sustento, pero bueno… parte de estar ahí afuera me hizo ver todo eso. Algunos la descubren y la rompen al toque. Aunque yo nunca fui un prodigio comparado con otros amigos que sí lo eran, sabía que tenía otras cualidades. Primero hay que comportarse como un profesional: si estás trabajando para una marca, no hacerte el loco y decir “yo te entrego cuando quiero…” La estrella, no. Si tengo que hacer un poquito más de laburo, te lo hago porque me cebo y me copo y te mando opciones. Te mando un archivo prolijo, con las capas bien nombradas, con los nombres en inglés, cosas que después ellos aprecian, ¿entendés? Igual para eso hoy por suerte tengo un agente. Después que pegué el trabajo de Jack Daniel’s y un par más, al toque cayeron los agentes con propuestas, obvio. En cuanto ven que pegaste uno o dos laburos grandes, como que huelen sangre. Ahí también fui con Matthieu [Mcbess] a Europa, hicimos una gira por Londres, Berlín, París… Estuvo muy bueno porque yo a Matthieu y a Chuck los tenía como endiosados. Me sirvió estar con ellos en el estudio para ver que son seres humanos; el chabón a veces boludea igual que boludeo yo, porque se traba y lo veo haciendo las líneas, y le quedan como el orto, y así cincuenta mil veces. Uno los ve y cree que una línea les sale increíble en un segundo.
Claro, los humanizaste un poquito. En cuanto los humanizás, vos también te envalentonás. Yo ya empezaba a tener mi obra, y mucha gente se empezó a copar, y por ahí compraba obra mía en vez de la de él. Fue como un shock de autoestima que estuvo buenísimo.
Cuando decís que sentías que le faltaba sustento a tu obra, ¿hablás de un hilo conductor, era una cuestión de producción…? No, le faltaba sustento desde el concepto, tener algo para decir, que no sea solamente una obra linda. Al principio dibujaba cosas que quedaban a medio camino, no tenía tantas herramientas. En un momento me acuerdo que me había copado con los osos y los ciervos y dije: “Pero ¿por qué, si nunca en mi vida vi un oso?”. Todos están haciendo lo mismo, tengo que hacer algo diferente. Conocí un artista sudafricano, Peet Pienaar (The President), que vivía acá y que para mí era un animal, me ayudó muchísimo. Ver lo que Peet había hecho con la cultura africana, cómo se la había reapropiado y había hecho algo nuevo, como más pop, me hizo pensar en nuestra identidad como argentinos, tratar de entender bien quiénes éramos, qué no éramos, y ahí empecé a recordar y me empecé a copar. Desde que soy chico tengo una fascinación absoluta con los puestos de carnadas. Ver los estanques con pececitos y las bolsas con morenas, todas esas cosas me emocionaban. Entonces, me empecé a acercar a eso. Los carteles tipo publicitarios hechos sin tener ningún tipo de herramienta académica me parecían alucinantes. Me di cuenta de mi fascinación por el Paraná, y hoy estoy trabajando desde ahí.
¿Esto es Carnada Viva? Claro. Carnada Viva trabaja más como lo publicitario o el call-to-action para el consumo, por eso trabajo mucho con el concepto de la oferta. Tenés tres ejes en mi obra: la parte de los productos que tienen que ver con locales, que son medio artesanales, donde la impresión es medio trucha, fuera de registro, con pocos colores. Los ves y está mal… Y está tan mal que me vuelve loco, incluso la combinación de colores: sabés que no puede funcionar nunca el verde y el rojo, que siempre te va a quedar mal, pero de tan mal, queda bien. Trato de reproducir esas cosas, como si fuesen carteles de puestos de carnada, publicidades de lugares que son como campings, recreos o excursiones de pesca.
Después en general tengo historias que nos pasan a mí y a mis amigos cuando nos vamos de viaje. ¿Viste que se dice que los correntinos son cuchilleros? Ellos siempre dicen esta frase: “El día que un argentino vaya a la guerra, Corrientes lo va a ayudar”, y me encanta. Juego mucho con el concepto de cómo hablan ellos. Me gusta traer un poco de todo eso.
El otro eje es todo el mundo de la mitología guaraní. Hay algo de esa mitología que, mezclada con la cultura católica grecorromana que traen los españoles o los alemanes, genera una combinación muy extraña. Hay mucha gente muy religiosa pero, por otro lado, tenés gente que cree en el duende de la siesta o cosas así que me fascinan. Un montón de esas cosas o historias también me parecen interesantes de reproducir.
El tercer eje es uno que estoy empezando un poco más fuerte ahora: el de la movida tropical, la cumbia. Estoy haciendo como una serie, y le quiero hacer un póster a Los Palmeras. No sé por qué los argentinos somos medios tilingos en eso de mirar siempre hacia afuera, el rock, el hip hop, y para mí acá tenemos una joda que está rebuena también, banquémosla.
¿Y te acercaste a un par? No, lo quiero hacer solo para mí. Si algún día me quieren dar algo, genial, pero esto es para mí. No quiero tener ningún tipo de comitente que me diga: “Esto no me gusta”. Si sale laburo me va a encantar, me encantaría que algún día me llamen para hacer una marca de yerba, es algo que siempre quise hacer, lo mismo con la cerveza. Me encanta que las cosas excedan los formatos. Reproducir en un montón de formatos a la vez: en remeras, botellas de cervezas, pósters, pinturas, serigrafías. También hice tapices con artesanos. Yo les mandaba el diseño y ellos me lo devolvían bordado a mano, pero me deformaban toda la ilustración porque la hacían como podían… Y está buenísimo, ese diálogo me parece increíble. Me encantan los diferentes formatos. Creo que estoy con ganas de hacer algo más animado en algún momento.
También incursionaste en lo textil. Me imagino que tenés que estudiar el soporte… Sí, mi amigo Nacho Cattaneo, que tiene la marca Revólver, un día me propuso hacer una cápsula con mis cosas. Me encantó la idea y empecé a hacer la capsula con él. Es algo que estoy redisfrutando.
Hay otro costado que me encanta y acá entran Dogg, Chori y espacios gastronómicos como Boticario, La churrería, Niño Gordo, La Gintonería, etc., en los que trabajaste con Eme Carranza. Me gusta mucho la gastronomía y me acerco a los espacios gastronómicos si me gusta la propuesta y la gente. Los chicos de Dogg son divinos. Me gusta tener buena onda con la gente que tiene buena onda. Pasó lo mismo con Chori, me encanta, e inventé un personajito, inventé historias. Con Niño Gordo también, justo lo hacía con mi ex, me hice muy amigo del dueño, Pedro, y cada vez que hace algo yo quiero estar con él y ser parte. Quizás son cosas que no me rinden ni a palos pero me divierte participar de esos proyectos.
¿Alguna experiencia desastrosa que resulte memorable en tu camino al éxito? Mil. Hay una que yo siempre cuento que me encanta. Fue el primer laburo para Jack Daniel’s. Había que dibujar unos vasos, lo hice cincuenta mil veces hasta que logré que mi línea no temblara… yo tengo una línea como muy desprolija. Les ajusté todo, perfecto, y la primera devolución fue: “Alan, te contratamos para que hagas lo tuyo, para esto no te queremos, ¿entendés?”. Ok, dije, perdón, mucho más fácil entonces. Eso fue entender que tu estilo es todo lo que hacés bien y todo lo que hacés mal también. ¿Y una anécdota desastrosa? Seguramente alguna de cuando mandé a imprimir remeras con una inscripción a la que le faltaba una letra… soy muy malo a nivel ortográfico. Tengo una remera que en vez de decir “yaguareté” dice “yaguarte”, pero la gente ni mira, ya fue.