Por Pablo Corso para RP. Las pantallas como sustento vital. Esa es la tesis del Future Today Institute -la consultora neoyorquina especializada en investigar escenarios de riesgos y oportunidades- cuando habla de lo que pasó este año. Si algo de positivo tuvo la pandemia, fue generar conversaciones sinceras sobre la adicción digital. “Más que nunca, confiamos en nuestros mundos virtuales para que nos ayuden a conectar, comunicar, trabajar y jugar”, sintetizó su reporte de hace dos meses.
Con la mayor disponibilidad de pantallas grandes en casa, los navegantes estadounidenses bajaron el uso de smartphones, y dispararon el de las plataformas de videochat y entretenimiento. “Las vistas en Instagram Live se duplicaron en una semana, Facebook informó un aumento del 70% en las videollamadas grupales de Messenger y el uso de WhatsApp aumentó un 40%”, precisó The New York Times. Cuando la exclusión voluntaria significa aislamiento, justificar la conectividad constante y el chequeo compulsivo es notoriamente más fácil.
No sólo queremos conectar; también necesitamos vernos. Así ganaron usuarios aplicaciones que habían permanecido en relativa oscuridad, como Duo, la plataforma de videochat de Google, y Houseparty, que permite a los grupos de amigos unirse a un canal de videojuegos. Como también desarrollamos más interés por nuestro entorno inmediato, Nextdoor -la red que nos vincula a vecinos- disfrutó de un interés renovado. Entre los ganadores más obvios estuvieron las aulas virtuales de Google Classroom y los encuentros generalizados por Zoom y Hangouts.
Pero “la tecnología está diseñada para mantenernos enganchados”, advierte el instituto. Lo logra a través de técnicas persuasivas y motivacionales como la verificación social, la personalización y la reciprocidad, que evitan que nos vayamos y fomentan el eterno retorno. Sin soluciones de fondo al problema que nosotros mismos diseñamos, “los expertos” recomiendan la opción menos mala: practicar la desintoxicación digital. Se basa en salir de los dispositivos por un tiempo determinado, a intervalos regulares, para reducir nuestra dependencia y ansiedad tech. “Desenchufar ayuda a recargarnos”, es su mantra imperfecto.
Autoayuda contra las redes
Aunque seductores, los relatos de auto-superación son engañosamente simples. “Unas pocas semanas antes de que la crisis del coronavirus tomara la ciudad de Nueva York, borré Instagram. Estaba cansada del scrolling mecánico por la app mientras hacía fila en el almacén o esperaba en el andén del subte”, contó la periodista de la BBC Mary Holland. “Después de una semana, darme cuenta de que no estaba levantando el teléfono con tanta frecuencia me dio una extraña sensación de libertad”.
Cuando llegó la cuarentena, “me sentí completamente desconectada del mundo y necesitaba desesperadamente ver cómo estaban lidiando todos los demás -se sinceró-. Esta vez Instagram se sentía menos como una pérdida de tiempo y más como algo con propósito”. Pero la dependencia resurgió. A la segunda semana, cada vez que agarraba el teléfono, sentía el bombardeo de “un feed imparable de notificaciones informativas inductoras de ansiedad”. Había reaparecido la trama de las estrategias digitales, esas que bajan de las grandes plataformas a los usuarios indefensos… o dispuestos a regalar sus datos a cambios de gratificaciones instantáneas.
La adicción digital es problemática en muchos niveles. Las eventuales ventajas de estar informado todo el tiempo se anulan con la conflictividad de la conexión permanente, razona la psicóloga Doreen Dodgen-Magee, autora de Deviced!: Balancing Life and Technology in a Digital World. Pero no es tan fácil como apagar el celular y ya. “¿Cómo bajamos la ansiedad digital cuando todos nuestros mundos están en el teléfono y nuestros días transcurren alrededor de las pantallas como nunca antes?”, se pregunta la BBC.
La británica Tanya Goodin, fundadora del movimiento de desintoxicación digital Time To Log Off (Tiempo de Desconectarse), tiene una respuesta parcial. Hay que aprender a distinguir entre los tiempos de pantalla beneficiosos y los dañinos. Está bien pasar un rato en las redes si las usamos para hacer ejercicios, tours por museos o lecciones de horneado, siempre y cuando no nos motiven sentimientos de ansiedad o aburrimiento. Lo mismo se aplica al chequeo de noticias.
Cuando la pandemia parece haber fundido los límites entre el trabajo y la vida hogareña, es crucial reconstruirlos con nuevas prácticas y rutinas. Goodin recomienda hacer lo contrario de lo que reporta el Times: usar las notebooks como un entorno laboral y el celular como una oportunidad de entretenimiento. Ahí también nos proponen reglas: apegarnos más al contenido significativo que a las maratones de cualquier cosa que esté disponible al primer golpe de vista.
Si estamos más atentos, es fácil develar consecuencias dañinas como el burnout de Zoom y WhatsApp. En este punto, las llamadas telefónicas -esa práctica en desuso- podrían resurgir como un activo valioso. Pensemos en cómo la simultaneidad emisor-receptor ahorra el tiempo perdido en esas “conversaciones” interminables de mensajes de voz: A graba su mensaje, B lo recibe y escucha, B graba el suyo y lo envía… al infinito y más allá.
Para los que prefieran una desintoxicación más radical, siempre se puede volver a clásicos como diarios, revistas y libros impresos. Algunos editores están empezando a notar un boom de ventas en el formato físico. El fenómeno se percibe especialmente en la ficción escapista, esa que no habla de un mundo paralizado por un virus incontrolable, con millones de muertes globales, sociedades paralizadas e individuos colapsados.
Quizá consciente de todo esto, Mary decidió que lo intentaría una vez más. Un sábado se tiró en su sillón favorito y se hizo tiempo para terminar la novela que había interrumpido, a pesar del ruido de las sirenas que se filtraba por la ventana. Esa noche envío un par de mensajes, bloqueó el acceso a todas sus apps por 12 horas, apagó el teléfono y lo dejó en otra habitación. Se sintió como aquella vez que había borrado Instagram. Entonces se dio cuenta. Aunque en este momento nadie controla casi nada, ella todavía alejarse de la pantalla.