Por Pablo Corso para RP. Si tuviéramos que fijar un momento cero de la pandemia, la fecha con más consenso sería el 20 de marzo, cuando Argentina entró en aislamiento social, preventivo y obligatorio. Aunque el hemisferio norte empieza a ver la luz, el mundo sigue fijado en el monotema que lo cambió todo: salud, estudio, trabajo, relaciones, expectativas y realidades. Mientras todos intentamos entender texto y contexto, estos 80 días impusieron un desafío mayor al periodismo: ¿Cómo contar el horror y el desconcierto? Con el minuto a minuto del digital saciando el hambre de inmediatez, el interrogante persiste en las redacciones de gráfica, con mayor responsabilidad a la hora de cristalizar el presente en historia. Bajos ese mandato, el 24 de mayo The New York Times imprimió una tapa a la historia de su leyenda.
El número 58.703 del diario neoyorquino no presentaba adelantos, fotos ni gráficos. Apenas un titular demoledor: “Las muertes en Estados Unidos se acercan a 100.000, una pérdida incalculable”. Después de la bajada (“No eran simplemente nombres en una lista. Eran nosotros”), toda la superficie de la enorme sábana de domingo estaba ocupada con nombres, edades y obituarios, cortos como haikus, para mil de aquellos muertos. Un concepto dramático y con ambición de posteridad, que remitía a los diseños de principios del siglo pasado. El impacto fue instantáneo: un cross a la mandíbula de Donald Trump, un llamado a reaccionar para los negacionistas, un motivo de vergüenza para los estadounidenses y una inyección de coraje para el oficio.
“Sabíamos que tenía que haber alguna forma de lidiar con ese número”, contó Simone Landon, editora asistente del departamento gráfico. La idea buscaba representar un antídoto contra la insensibilización y la fatiga frente a los datos. No querían gráficos con puntos ni palitos: querían sustancia. Por eso, un equipo de editores empezó a rastrear obituarios de muertos por COVID-19 en centenares de diarios chicos y grandes de todo el país. Así, fueron leyendo y seleccionando frases que resumieran el trayecto vital de las víctimas: “Alan Lund, 81, Washington, director de orquesta con ‘el oído más increíble’…”; “Florencio Almazo Morán, 65, Ciudad de Nueva York, ejército de un solo hombre…”; “Coby Adolph, 44, Chicago, emprendedor y aventurero…”
En el digital, otra producción sencilla y demoledora completaba el concepto. Contra una mayoría de figuras humanas grises, las figuras negras representaban a la nombres de la tapa. A medida que se bajaba en un scroll interminable, el conteo de muertos se disparaba con los días y surgían gráficas con reflexiones contundentes sobre esas 1.100 bajas diarias: “Un número es una medida imperfecta cuando se aplica a la condición humana”; “Este virus nos obligó a suprimir nuestra naturaleza de criaturas sociales”; “¿Por qué causó un número desproporcionado de víctimas negras y latinas? ¿Por qué fue tan devastador en los asilos? Las preguntas sobre por qué, cómo y a quién persistirán en las próximas décadas”.
Quizá fue la tapa definitiva de la pandemia. Pero sería injusto olvidar otros ejemplos notables que la precedieron en todo el mundo.
La revista alemana Der Spiegel publicó el 4 de febrero la imagen de un encapuchado con máscara tratando de entender el mundo a través de su iPhone. El título era elocuente: “Hecho en China. Cuando la globalización se vuelve mortal”. El texto advertía que la pandemia “supone desafíos sustanciales para nuestra forma de vida y amenaza nuestro mundo globalizado ahí donde es más vulnerable”.
El 20 de marzo, India Today sorprendió con una estética urgente pero esperanzadora: una pareja joven besándose a través del barbijo. Bajo la premisa de que el amor es más fuerte, el foco estaba puesto en cómo el COVID-19 había alterado todas nuestras interacciones y en diseccionar las medidas que el gobierno indio estaba impulsando para elevar la conciencia pública sobre la enfermedad.
“Todo está bajo control”, ironizaba la británica The Economist el 26 de marzo. Con un enfoque ortodoxo, la nota de tapa reconocía: “Se necesita un gobierno fuerte para frenar la pandemia. Lo importante es cómo se achicará después”. El artículo principal alertaba sobre la expansión estatal: “Si Corea del Sur y Singapur sirven de guía, la privacidad médica y electrónica están a punto de ser desechadas”.
“Héroes de guerra”, calificó a los profesionales de la salud la brasileña Veja en su edición de abril. Con acceso exclusivo a la rutina del equipo del hospital paulista Albert Einstein, que confirmó el primer positivo en Brasil, la crónica central seguía a la bióloga Rúbia Santana durante 48 horas, tomando el pulso de la nueva normalidad dentro y fuera de su terremoto laboral. El estrés, la desinformación y el sacrificio -cuando no la inmolación- fueron los grandes temas del reportaje.
¿Cómo retratar el aislamiento? La respuesta que el pintor y novelista gráfico Eric Drooker puso en la tapa de The New Yorker fue conmovedora: un empleado solitario limpia el piso de la estación de trenes de Grand Central, vacía hasta el escalofrío, mientras tres haces de luz iluminan su icónico reloj de cuatro caras. La revista neoyorquina también condensó el momento con portadas que hablaron del esfuerzo de los médicos y de la exposición de los repartidores en la nueva economía de plataformas, esenciales pero desprotegidos.
En su número del 26 de marzo, Time quiso recordar a sus lectores que estamos “separados, pero no solos”. El hombre de la tapa era José Andrés, el chef español que fundó World Central Kitchen, una ONG que monta cocinas de emergencia en lugares arrasados por huracanes, terremotos, tornados e inundaciones. Con la pandemia como un desafío sin precedentes, Andrés empezó a distribuir comidas en barrios de bajos ingresos y a monitorear los lugares del planeta que empezaban a quedarse sin comida por culpa del aislamiento.
La versión portuguesa de Vogue también apeló al romanticismo más allá del barbijo. “No sabíamos que este artículo de tapa recorrería el mundo y se volvería un símbolo de consuelo para esta pandemia”, se sorprendieron los editores. La revista también incluyó la imagen de una mujer con el sol sobre sus ojos cerrados. “La libertad de 2020 será reconocible así: confinada”, agregaron en sus redes. “Ya sea por cuatro paredes o por una mascarilla, siempre con una luz que se asoma a través de la ventana de un futuro que será mejor y más libre”. Nunca un deseo tuvo más fuerza.