Por Pablo Corso. «Vivimos una era “en la que, mediante la puesta en marcha de tecnologías de alta complejidad y altísimo riesgo, dejamos huellas en el mundo que exponen no solo a las poblaciones de hoy, sino a las generaciones futuras, de nuestra especie y de otras especies, en los próximos milenios”. En su último libro, Flavia Costa la bautiza Tecnoceno: una definición ancha y precisa, donde entran -previsibles pero inevitables- fenómenos tan complejos como el desastre de Chernobyl, la manipulación genética y el escándalo de Cambridge Analytica.
La doctora en Ciencias Sociales propone pensar a las tecnologías no como instrumentos neutrales y de libre albedrío, sino como la interfaz que vincula a la sociedad con la naturaleza: “Son la Tierra” (los desechos industriales que invaden los océanos, las minas de extracción de litio, el fracking para extraer gas y petróleo) “y son el Mundo de sentido que habitamos”. A continuación, cuatro escenarios de esta nueva realidad.
1. Big Data
Nuestro mundo está datificado: desde las imágenes subidas a las redes hasta los viajes con el GPS, pasando por los historiales de compras y búsquedas, todo se convierte en un rastro que dejamos, muchas veces sin saberlo. Desde proveedores de internet hasta agencias de vigilancia, esa información es almacenada, comprada y vendida. Una de las consecuencias es que los nuevos dispositivos no sólo son capaces de verificar identidades; también pueden identificarnos contra nuestra voluntad.
Se necesitaron seis pasos para llegar a eso: la captura de datos mediante smarthpones, cámaras de seguridad y pantallas hogareñas; su procesamiento (formateo y edición); el momento algorítmico en sí mismo (análisis y ubicación en series); la construcción de perfiles (targeting, segmentación, microfocalización); la autenticación (como en los sistemas de huellas digitales para ingresar a una empresa) y la individualización.
La aplicación Blippar transforma ese punto de llegada en uno de partida: al combinar reconocimiento facial y realidad aumentada, muestra toda la información disponible sobre ella en internet. En la misma línea, el FBI lleva dos años usando Clearview AI, otra app que -a partir de una sola foto- rastrea una base de datos que incluye más de 3.000 millones de imágenes en sitios web y redes sociales, con una precisión sobre la persona de interés cercana al 99 por ciento. Sus clientes son organismos de seguridad, inteligencia, verificación de antecedentes y lucha contra el terrorismo.
2. Biometría
Desde hace más de una década, la técnica de fenotipado (FDP) “parte del ADN que queda en un escenario cualquiera para crear una posible descripción de la apariencia o identikit de quien estuvo allí”, explica Costa. Para entender mejor cómo funciona, la especialista en Artes de la Información Heather Dewey-Hagborg creó retratos en 3D a partir del análisis de material genético extraído de chicles, pelos o colillas de cigarrillo levantados de lugares públicos. Pronto descubrió que la técnica no era tan fiable. “El FDP no puede representar la edad, ni la influencia ambiental en la expresión de los genes, ni las decisiones voluntarias respecto de la propia apariencia: dieta, color del pelo, maquillaje, cirugías”, recuerda la autora de Tecnoceno.
A pesar de las imprecisiones, o precisamente por ellas, esta clase de desarrollos demuestran cuán vulnerables se vuelven los derechos fundamentales de las personas al combinarse la digitalización y la datificación masivas, plantea Costa. Por eso, el colectivo de artistas Biononymous puso en línea recursos para burlar los sistemas de identificación digital (incluyendo guías para borrar y reemplazar los rastros del propio ADN) y el ingeniero ruso Grigory Bakunov, director de tecnología en Yandex (equivalente ruso de Google) desarrolló un algoritmo que permite eludir sistemas de reconocimiento facial con unas simples líneas de maquillaje.
3. Transhumanismo
“En la medida en que delegamos en los aparatos físicos o sociales procesos y decisiones de primer orden -la producción y distribución de la energía, la distribución de los recursos financieros, el futuro del sistema político-, en tanto nos hibridamos con las tecnologías”, nuestra forma de vida se vuelve infotecnológica, apunta Costa. La tecnología se encarna “a través de implantes, trasplantes, intervenciones quirúrgicas, terapias génicas, en un movimiento que abre la interpelación al propio cuerpo como una suerte de proyecto inconcluso, un borrador que es posible y hasta deseable corregir según los gustos, las necesidades, las exigencias sociales”.
¿Hasta dónde estamos dispuestos a reprogramarnos? En 1998, cuando fundaron la Asociación Transhumanista Mundial, el filósofo sueco Nick Boström y el británico David Pearce no se mostraron especialmente preocupados por esa pregunta. En cambio, se focalizaron en el arsenal de opciones que vislumbraban para superar nuestras limitaciones: máquinas superinteligentes, el control farmacológico de los centros de placer, la clonación, la colonización del espacio exterior.
4. Inteligencia artificial
“Si bien estamos algo lejos de ver realizadas estas ideas, ellas orientan desde hace décadas el trabajo de científicos, ingenieros y tecnólogos”, razona Costa. Un trabajo que -en un escenario inquietante pero verosímil- podría sencillamente escapar de nuestras manos. “En unas pocas décadas, la inteligencia de las máquinas sobrepasará la inteligencia humana, llevándonos a la Singularidad: cambios tecnológicos tan rápidos y profundos que representen una ruptura en la estructura de la historia humana”, pronostica el científico y empresario Raymond Kurzweil, cofundador de una universidad patrocinada por Google y la NASA.
Esa hipótesis aventura un proceso de tres instancias: una Inteligencia Artificial Estrecha (especializada en tareas limitadas, como la conocemos hoy), otra General (al menos tan desarrollada como un ser humano) y una Superinteligencia Artificial, “mucho más veloz y cualitativamente mucho más inteligente que cualquier humano, e incluso que la humanidad en su conjunto, en todos los ámbitos”. Eso es la Singularidad: un momento a partir del cual será imposible predecir el futuro humano, gracias a una entidad que se nos habrá vuelto incomprensible. En la perspectiva de Böstrom, la primera computadora en llegar a ese punto será capaz de gobernar el mundo a su antojo, llevándonos a la inmortalidad o borrándonos del mapa. Suena lógico en un universo que nos acostumbró a los extremos.