Por Pablo Corso. Desde el chequeo incesante del celular al scrolleo sin fin en las redes, Agustín Valle (Buenos Aires, 1981) propone pensar nuestra “compulsión conectiva” y “apego encandilado” a las pantallas. Con estudios de historia y filosofía política, este experto en temas de comunicación y subjetividad mediática invita en su libro Jamás tan cerca a una inmersión ancha y profunda en esas consecuencias intangibles, pero bien concretas, que las diversas formas del mundo digital tienen sobre nosotros.
Un poder inédito
Al mismo tiempo que pretende que nos enteremos de todo, el estado actual de las cosas hace que nos perdamos de mucho. “Cada vez resulta más difícil, más improbable, que una situación tenga peso, y que sea su peso el que arme su tiempo”, advierte el autor. “Si a algo embrionario se le exige que sea instantáneamente emitible, publicable, que rinda (…) es difícil que pueda encontrarse con sus posibles singulares, con su forma posible, porque se coarta su devenir”.
Si en la pandemia de la ansiedad el escroleo lima y disuelve las diferencias entre las cosas, el encierro y la distancia social no mejoraron la situación. Quizá, de hecho, la potenciaron. De arriba hacia abajo, hubo algo de perversión: “Hacé lo que quieras, total estás conectado”. Nunca hubo mayor libertad ni mayor sujeción: estar media hora desconectado es estar media hora atrasado; hay que seguir y ser seguido.
¿Se te ocurren ejemplos de otras tecnologías que hayan logrado tanto poder sobre sus usuarios? Las armas de fuego quizá fueron la primera tecnología digital y de acción a distancia en tiempo real: el primer clic. Otro elemento que puede pensarse con un poder semejante -o mayor- es el dinero, que se fetichiza, pretende encauzar toda diversidad posible y, como la mediósfera, siempre parece mandarnos a querer otra cosa. Pero con las redes y sus terminales pasa algo más. Son la técnica clave de nuestro régimen existencial, como umbrales de una esfera donde está lo bueno, lo bello, lo más verdadero, lo más intenso y pleno; más que nuestros cuerpos, que la materialidad concreta y presente donde, en rigor, estamos siempre. Dudo que alguna tecnología se haya extendido tanto y tan rápido.
¿Cómo llegamos a implicarnos así? La sacralización de las pantallas conectivas tiene una genealogía, donde no solo están el televisor y el telégrafo como tecnologías de producción de sujetos, sino también, a su modo, la cruz y la iglesia. ¿No hay una marcada similitud en cómo nos agarramos del celular y cómo nos agarrábamos del rosario? Aferrarnos a lo que nos conecta con un más allá, con el cielo o con la nube, con el Espíritu o la Actualidad, para así quedarnos tranquilos. Existimos en tanto estamos conectados a esa dimensión incorpórea.
El libro plantea que el poder de los dispositivos reside en “la homogeneización gestual, temporal, conductual, atencional de lo que podrían ser relaciones cualitativamente diversas”. ¿Qué tipo de sociedad está generando esa dinámica? Si en algún momento se hablaba bastante del “pensamiento único”, creo que ahora los dispositivos de sujeción operan mediante el “ritmo único”, que a su manera también bloquea la gestación de cambios cualitativos en la sociedad. La temporalidad de lo “actual” homogeneiza gestos y operaciones con esa dominación en un ritmo: tanta diversidad de contenidos, tanta pluralidad de cosas, prácticas y vínculos, ejercidas todas con los mismos movimientos con los que las pantallas conectivas dan forma al cuerpo y la mente. ¿Qué tipo de sociedad se genera? Una con mucha capacidad de producir innovaciones, sin romper con la premisa de que las reglas más básicas de las relaciones sociales -la salvaje desigualdad y el poder concentrado de las elites- son inalterables. Una sociedad con cada vez más ansiedad, estrés, miedo y depresión. Una, también, donde nuestra naturaleza gregaria se organiza con una conectividad cada vez más omnipresente que, sin embargo, logra a la vez reafirmar el individualismo, la verdad naturalizada de que “cada cual tiene su vida”.
Camino sinuoso
En este contexto, ¿cómo podríamos mejorar nuestra salud digital? Dudo de que podamos elaborar una salud digital sin contemplar que la digitalización de la vida, y el malestar que hay en ella, tiene engarces fundamentales con la mercantilización y el dominio de la lógica financiera sobre la vida y la racionalidad. ¿O no somos, en redes, publicistas y brokers de nosotros mismos, que esperamos la valorización del rendimiento del posteo que pusimos en esa gran bolsa? Creo que la premisa profunda e implícita de que todo es un medio-para otra cosa, por la que quedamos en una disponibilidad constante para las novedades organizadas por la técnica digital, coincide (¡justo!) con la más honda estructura moral del capitalismo, donde el dinero -que es solo medio para otra cosa- vale más que las cosas en su sentido presente; donde el capital, como algo abstracto, domina lo terrenal. Este es el marco donde creo podemos pensar la pregunta por una salud digital, amén de las micro-resistencias a la omnipresencia de los automatismos, como no llevarse cada noche el celu a la cama.
En un pasaje del libro planteás que “si todavía hay quienes saben cómo elaborar el descanso, ellxs son lxs verdaderxs ricxs de nuestra sociedad”. Pensaba en algo muy simple: personas que habían ido a veranear a la costa en camping y en banda, adultes y crías en tribu, creo que como 25 días de pisar la arena y dormir en carpa, escuchando el mar. Yo les mensajeaba y no me contestaban: no estaban ahí -en el WhatsApp-; estaban ahí: en el camping, en la playa. Creo que es interesante tener como criterio y observar quiénes y cómo organizan espacio-tiempos donde algo de lo vivo se re-cree, que no estén al servicio de algún efecto o sentido mediato; presentes que no deban “rendir”… Y también, quizá, me rumoreaba una memoria generacional de las bandas de pibas y pibes rancheando en esquinas, armando espacio habitable con lo que hay, pasándola lo suficientemente bien como para no necesitar ninguna instancia que desde arriba o afuera confirma que sí, que está bien.
El sueño de la presentificación
Valle propone una distinción entre la Actualidad -lo hecho, lo ajeno, lo que ya está en acto- y el presente, el tiempo donde lo real se nos aparece como algo abierto, propio y en movimiento. La presentificación es el estado en que logramos reconquistar la soberanía del sentido, estar “más en el mundo y en las cosas que en su mediatización”. Ese “realismo de la potencia” aumenta nuestra capacidad de crear, intervenir y replantear, con la mira puesta en lo que nos resulta “bueno, deseable, potente”.
En esas dimensiones no algoritmizables, el autor ubica al ambientalismo (que se niega a codificar la naturaleza como medio para el negocio), a la revuelta popular chilena de 2019 (donde los manifestantes se unieron para recuperar “su potestad existencial soberana”) y a las vigilias por la despenalización del aborto, que “ejercieron una presión tan intensa que desbarataron coordenadas normales del sistema político”.
Porque aunque las cosas parezcan hechas, en realidad siempre están haciéndose.En esas disrupciones de lo establecido “se suspende la Actualidad mediatizante y la ciudad, la tierra, el cuerpo vuelven a ser nuestras”. En esos momentos, los celulares y las redes también pueden ser un recurso para que los acontecimientos sucedan. En vez de mediatizar, median. Y las fronteras de lo posible vuelven a entrar en movimiento.
PH Warren Wong para Unsplashed