Por Pablo Corso. Con la persistencia en su impronta joven, ecléctica y (todavía) indomable, el vigésimo primer BAFICI tuvo a la crisis como telón de fondo. La programación fue más exigua y no se vieron las filas interminables de ediciones anteriores. El tercer elemento -el cambio de la sede central, de Recoleta a Belgrano- tuvo resultados agridulces, con espacios comunes más estrechos pero salas cómodas y renovadas en del complejo Multiplex.
Los programadores de esta edición se habían jugado un pleno que salió mal: presencia, retrospectiva y libro de Brian De Palma. La cancelación a último momento del estadounidense (aceptó la oferta de un rodaje nuevo) dejó al BAFICI sin figura central. Desde entonces, la organización eludió los tópicos de su ausencia y el achicamiento presupuestario, haciendo foco en el ADN del festival: “Un cine cada vez más diverso y con más películas de nuevos directores”. En efecto, el 29% de los largos proyectados fueron óperas primas.
Fiel al espíritu gubernamental, la crisis buscó capitalizarse en oportunidad con propuestas ATP, como la proyección de blockbusters clásicos y de alta carga emotiva (Jurassic Park, Karate Kid y Footloose) en un “maratón” sobre Juramento, donde también circularon actores disfrazados de personajes mainstream, se dieron clases de coreografía al estilo Flashdance y se montaron puestos para maquillarse como los personajes.
Como para conservar algo de clasicismo, volvieron las escenas típicas de abril en los barrios porteños: estudiantes de la Universidad del Cine sacando a pasear el marco de sus anteojos, hipsters con remeras de Joy Division, consultas desesperadas de laprogramación en la vereda y periodistas en una oficina minúscula al acecho de la última medialuna. Mención especial para la hipersensibilidad ante la conversación en las salas, una respuesta lógica a la luz de una desgracia que ganó el mundo real: las charlas a viva voz y el uso de celulares como si se estuviera en el living de casa.
En el plano estrictamente cinéfilo, The Unicorn (Estados Unidos) ganó la competencia internacional. Fin de siglo, la argentina. La asfixia (Guatemala) y Método Livingston se quedaron con los premios del público. Y más allá del bronce, nueve recomendadas de un trayecto sobre muchos posibles:
– Monos (varios países): una manada de adolescentes guerrilleros bajo el tamiz de una Naturaleza feroz, retratada con pulso explosivo y humanista.
– Aniara (Suecia): una nave a la deriva, con pasajeros debatiéndose entre una rave cósmica, la creación de cultos y la desesperación ante un futuro que no llega.
– Las facultades (Argentina): el álgido momento de los exámenes, con estudiantes al borde del colapso y -al mismo tiempo- eclosionando en su vocación. Eloísa Solaas ganó como “mejor director” en la competencia argentina.
– Asterix: le secret de la potion magique (Francia): una joya animada con el espíritu de la historieta en el centro del relato y un refresh de ironía e imaginería pop.
– Putin’s witnesses (varios países): registro íntimo del ascenso del presidente ruso, que revela intersticios de su personalidad y el forjamiento de un líder obsesionado con el poder estatal.
– L’homme fidele (Francia): triángulo amoroso con dos mujeres en control: la bella Laetitia Casta y la sorpredente Lily-Rose Depp, hija de Johnny. Louis Garrel ganó como mejor director.
– Eighth grade (Estados Unidos): la crisis y el desacople adolescente desde una mirada lúcida, que hace brillar la relación de la protagonista con su padre.
– Spice it up (Canadá): la película dentro de la película de una cineasta joven, entre el mansplaining y la historia de siete adolescentes que deciden entrar al ejército.
– God of the piano (Israel): entre el amor y la obsesión, una madre se dispone a todo para que su hijo se convierta en un genio.